Nacer de lo alto, en la noche de la fe. Sexto día de la Novena a la Virgen de Covadonga.

Publicado el 05/09/2022
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Nacer de lo alto, en la noche de la fe. Sexto día de la Novena a la Virgen de Covadonga.

Cuando el dolor nos aprieta con su abrazo y el sufrimiento, como un huracán, entra en todos los rincones de nuestra vida, desgarrando la esperanza, negando el sentido de lo vivido hasta entonces, y frustrando toda promesa de alegría, allí llega un momento en que es tentador cerrar los ojos, dejándose llevar por esa niebla en la que todo es nada. Ayer, domingo cuatro de septiembre, sexto día de la Novena a la Virgen de Covadonga –día del Señor Resucitado– la mañana se despertó envuelta en esa niebla que “parece secuestrarnos formas y colores” como dijo en su meditación matutina nuestro Arzobispo, Mons. Jesús Sanz Montes. “Parece”, quiso remarcar una y otra vez, “porque en realidad esa niebla solo nos pone a prueba en nuestra confianza; ya que las cosas allí quedan, aunque de momento nuestra mirada nos las alcance.”  En la celebración eucarística de la tarde, una frase de Isaías despejó los ojos empañados de aquellos que –como las mujeres del primer domingo de nuestra historia redimida– despertaron pensando que su camino terminaría en la niebla: ya que la niebla lo que quiere es que pensemos así.  “Sed fuertes, no temáis, vuestro Dios viene a salvaros”.  Con calma, escuchando la Palabra, se rompe el cerco de las respuestas definitivas, y lo imponderable acontece, dejando paso a una historia que desemboca más allá del dolor, penetrando en el secreto de un Amor que no sería él mismo, si no asombrara a los que envuelve. Don Pedro Fernández García, párroco de Puerto de Vega, pero también capellán del Hospital y delegado de la Pastoral del Mar llevó una predicación que fue un testimonio intenso de lo que el llamó “mi noche de la fe”.  “Hoy”, dijo, “traigo a los pies de María, todas las realidades de mi vida que han hecho que esta, este año, fuera vivida en la noche de la fe.” Don Pedro habló de las familias en dificultad, con las que se cruzó por su labor en Caritas, y de lo difícil que ha sido acompañar pastoralmente a los enfermos y los ancianos en el hospital, debido a tantas limitaciones y normas impuestas por el Covid-19; habló también de lo que significa vivir día tras día la angustia de los marineros que no conocen certezas ni seguridad, ni recompensa adecuada por su trabajo. De todo esto quiso hablar, como soltándole a la Virgen lo que un pastor puede llevar adentro, y solo una madre es capaz de entender y acoger, sin juicio ni comentario. Pero, más que esto, don Pedro dio testimonio de un dolor muy personal, que le atravesó el alma en este último año, al perder, casi al mismo tiempo, a su padre y a su madre. La muerte nos interroga a todos, y en cualquier momento de la existencia de cada uno, efectivamente, se presenta como esta niebla de la mañana que viene a poner a prueba nuestra confianza.

El predicador, pero más que él la experiencia de cada uno, lo ha mostrado bastante claro: el centro de nuestra historia está marcado por un signo de contradicción, que es la cruz. Venga en la forma que venga, la muerte, y su insinuante amenaza a todo sentido posible, es el pasaje obligatorio de nuestros caminos personales. La plegaria eucarística de este día de Novena, al que también don Jesús hizo mención al finalizar la procesión, agradeciéndole a don Pedro su homilía y reconduciendo todo lo vivido en la tarde en la intimidad de la Cueva, abría una luz en medio de esta niebla: la Virgen María. Las aguas que nunca nos traicionan, son las aguas del vientre de María. Aguas amargas, nos dice la Escritura, pero de una amargura que prepara la Pascua: el parto de estos hijos de la tierra, que somos, a una vida eterna y libre del chantaje de la muerte, que es consecuencia de una mentira reiterada. Una manera de vivir la muerte sin recordarse que, en el fondo, seguimos naciendo. Don Pedro lo recordó en su homilía, que hay muchas muertes, y todas tiene a que ver con el pecado. La injusticia social, el sufrimiento de la carne, el mal moral.  Solo María, sin pecado concebida, en nosotros es capaz de vivir la muerte con los ojos fijos en el misterio de Cristo crucificado, descubriendo que es en este preciso momento, sobre la cruz, y no en otro, que la salvación se cumple, y al hombre se le desvela el sentido ultimo de existencia: nacer de lo alto.  La cruz es esta altura, y no hay otra, donde cada uno de nosotros es engendrado de nuevo. Es allí donde María vive el cumplimiento de su maternidad, participando a la muerte de su hijo Jesús, que muriendo da la vida al mundo, ofreciéndole a un mundo que se queda huérfano de Dios una Madre, que es la misma madre de Dios.  Porqué es así como Dios puede seguir naciendo. Así el Amor, que no sabe ser él mismo sin asombrar a los que envuelve, le deja a la muerte una palabra que solo queda penúltima e inmadura; ya que, del árbol de la Cruz, cuelga como fruto maduro, el Señor Resucitado, por nosotros. La Cueva de Covadonga, pareció ayer un signo pascual grabado en la roca de la montaña, manando un chorro de agua viva que subrayaba la presencia de su Gracia, fecundando las heridas que podamos llevar allí, para que florezcan en testimonios de resurrección. Los desterrados hijos de Eva, ya traídos del constado traspasado del nuevo Adán, que es Cristo, son ahora los hijos de María, la madre que sabe vivir el momento de la cruz, sufriendo el dolor como un dolor de parto.  Sexto día.

Simone Tropea

Quinto día de la Novena a la Virgen de Covadonga

Cuarto día de la Novena a la Virgen de Covadonga

Tercer día de la Novena a la Virgen de Covadonga

Segundo día de la Novena a la Virgen de Covadonga

Primer día de la Novena a la Virgen de Covadonga

 

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