“Lo que dijo el Ángel”. Tercer día de la Novena a la Virgen de Covadonga.  

Publicado el 02/09/2022
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“Lo que dijo el Ángel”. Tercer día de la Novena a la Virgen de Covadonga.  

El tercer día representa para los cristianos una promesa de plenitud. Es como un punto en la línea del tiempo que anticipa el cumplimiento, o, por lo menos, en cierta manera, lo anuncia. El tercer día de la Novena a la Virgen de Covadonga dio a quienes lo vivieron el sentido del ya y del todavía no, que es el teatro en el que se desarrolla esta historia de María y José fugitivos en Egipto, que la Liturgia del día ofreció a los fieles llegados, ayer también, de los sitios más dispares de la diócesis. “Sal de tu tierra”, fue la primera palabra de la fe que Dios le dirigió a Abraham, para que, después de él, la heredáramos todos, como un estilo de vida. Una manera de estar al mundo, que no se acostumbra a las maneras del mundo. “Sal de tus comodidades, de tus ideas, de tus miedos y esquemas” explicó Don Pedro Martínez Serrano, el presbítero que fue encargado de llevar la predicación en esa tarde del primer día de septiembre. Ese tercer día, que siempre sabe a gloria. Pedro es de los últimos sacerdotes ordenados en la Diócesis de Oviedo. Tiene veintisiete años, de los cuales los últimos dos los pasó, siendo todavía seminarista, como misionero en Albania. Habla con la autoridad humilde de quien sabe que está llevando un ministerio más grande de su persona, algo que sobrepasa lo humano, y desemboca en la muestra de un orden de realidades que, precisamente, confunden al mundo, “ese mundo que es cada vez más una tierra extranjera, un lugar donde nos cuesta reconocernos como en casa”. Es bello oír a un joven presbítero hablar del Cielo “que es el amor, la vida de quienes están unidos a Jesucristo”, como si hubiera ya estado allí y ahora nos lo viene a contar a todos los que al cielo nos asomamos más bien por el deseo; por esa sana inquietud que, de alguna manera, hace que por lo menos lo esperemos en medio de nuestras legitimas insatisfacciones. Sin embargo, la duda es legítima también: ¿habrá estado allí don Pedro? Porqué, no cabe duda, ver a un joven que apunta a un “más”, con una mirada tan clara y despejada, y nada soberbia o ideológica, más bien enamorada, nos clava en la certeza de que esa vida con Cristo es posible, por la misma razón por la que Abraham pudo, en sus días, dejar una tierra suya, pero no del todo (ya que solo sabia a muerte). Es decir: por la fe. “Por la fe”, explicó don Pedro con las palabras de san Pablo, “los patriarcas – y nosotros como ellos – podemos vivir como peregrinos y forasteros en esa vida. Sin ser esclavos de las cosas que nos prometen felicidad, y nunca mantienen, sino puntuando a Cristo, que es el Amor que nos libera, que es el Cielo que deseamos todos”. Ese joven presbítero, asturiano y misionero, no tuvo miedo en tocar las llagas abiertas de nuestra época. “No está lejos de nosotros esa masacre de inocentes del que habla el Evangelio “dijo “cuantos niños abortados, cuanto ancianos objetos de eutanasia en nuestros días, aquí, ahora. Sin embargo, propio en medio de esas guerras que nos rodean, de las crisis y de las esclavitudes que podamos estar viviendo o de las persecuciones que podamos estar sufriendo, propio en medio de lo que la Escritura significa con la imagen de Egipto, justo allí podemos encontrarnos con Dios. Dios ha querido bajar a Egipto, visitarnos en el lugar en que nos sentimos esclavos y perdidos. ¡Animo! Dale nombre a tu Egipto, pero que sepas que allí está María, y por eso, allí esta Cristo Jesús”. Invitándonos a vivir esa fe que es un don del Cielo, el sacerdote, en esa primera tarde de septiembre, nos dio un testimonio de alegría, de entrega, y de confianza en Dios, “que es lo que nos hace capaces de amar, el confiar en Dios”. Un caso, que es el seudónimo de la Providencia como alguien decía, quiso que ese joven cura predicara el mismo día en que, por la mañana, otro sacerdote asturiano, el también misionero por el mundo, concelebraba en el Santuario de Covadonga con el Arzobispo, Don Jesús, una Eucaristía de solemne acción de gracias por los 60 años de una obra que la Virgen María, a él y a un compañero suyo, antaño les inspiró. El sacerdote es el famoso padre Ángel García, fundador de la ONG “Mensajeros de la Paz”. Esa obra, como dijo él, fue querida por la madre del primero y único verdadero mensajero de la Paz, que es Cristo Jesús. Tras un momento conmovedor en la cueva de la Santina, donde, junto al arzobispo, padre Ángel recurrió el largo camino de su aventura humana y sacerdotal, celebrando ya la Eucaristía en el santuario, al momento del ofertorio, el sacerdote quiso entregar a la Virgen de Covadonga un anillo regaladle hace anos por el arzobispo emérito de Oviedo, don Gabino Diaz Merchán, junto a la cruz pastoral que el mismo también le había entregado en su tiempo. En su homilía, don Jesús quiso recordar como “Asturias es la única región de España que tiene nombre en plural.  Porqué es plural en su geografía y también en su gente. De esa pluralidad tan rica, que hace esta gente tan creativa, han salido personas como el padre Ángel. Personas que en su originalidad vienen a recordarnos, tal vez, lo que del Evangelio a menudo está olvidado o incluso traicionado.” El padre arzobispo quiso expresar su agradecimiento al Señor, y a la Santina su madre, por el padre Ángel y su historia de acompañamiento a los últimos. “En estos sesenta años”, dijo, “tantos niños y no pocos ancianos se han sabido acompañados” en medio de una generación que desprecia los últimos y margina a los que no pueden defenderse. “A través de nuestras manos Dios sigue diciendo algo a los que más lo necesitan” continuó el obispo “especialmente a nuestro hermanos pequeños y ancianos, enfermos y descartados”. Fue un día muy rico y tal vez demasiado intenso, este tercer día que vio a los pies de la Virgen tantas circunstancias distintas, pero acomunadas por su común apuntar hacia un Cielo que, pasando por la tierra, la hace santa. Como Egipto, que también es Tierra Santa, a pesar de su sabor a muerte. Santa, porque acogió el Santo que por allí quiso pasar, justamente para que “los muchos Egiptos” que los hombres podamos vivir, ya no tengan el mismo regusto desesperanzado, sino que sean encuentros con Aquel que ha querido hacerse cargo de nuestros dolores, como dijo el arzobispo “trasformando nuestras lagrimas en su llanto”. En ese tercer día hubo muchos ángeles por Covadonga. Ellos, mostrando cada uno a su manera, el misterio de la cruz, nos dieron la clave de toda pastoral y toda mística posible:  el corazón de la Madre, que pena allí donde sus hijos sufren, y con ellos, y para ellos, sigue peregrinando hasta que la historia se cumpla de una vez, y la verdad del tercer día, que es su Hijo crucifijo y resucitado, cierre el tiempo, abriendo todo Egipto a este “más” que señala, y secando las lagrimas de los ojos de todos los que ahora lloran, porqué saben que este mundo no es su casa. Tercer día.

Simone Tropea

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