El espejo de casa. Quinto día de la Novena a la Virgen de Covadonga.

Publicado el 04/09/2022
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El espejo de casa. Quinto día de la Novena a la Virgen de Covadonga.

“¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?” fue la pregunta de Aquel hijo de Mujer, que se sabía hijo de Dios, al tal que le iba pregonando, como haciéndole un favor, “tu madre y tus hermanos están aquí y te llaman”. Lo más hermoso que se vio en Covadonga en estos días, fueron las familias que por allí pasaron. Jóvenes con sus niños y ancianos, empujando cochecitos y sillas de rueda, hacia el altar donde se parte el pan de la vida, que es donde aprende uno a partirse, para servir la vida de aquellos que, no caminando todavía, o no caminando ya, Dios los tiene como su altar privilegiado. Tal vez por el sol, tal vez por ser sábado, muchas familias fueron a Covadonga el quinto día de la Novena a la Santina, cuando un joven sacerdote, con los ojos cada vez más azules, quizás por su mucho mirar a la Madre del Cielo, fue llamado a predicar ese evangelio que a lo largo de la historia logró escandalizar no pocos devotos. Es que hay devoción y devociones, diría san Felipe Neri, y uno crece, como explicó estupendamente don Luis Fernández Candanedo –el joven párroco de Pola de Laviana, con un alma mariana como pocos, y una cara de niño que todavía no se le quita– cuando de las muchas devociones pasa a la verdadera devoción, que es conocer íntimamente a Cristo, en María, hasta llegar a ser “familia suya, familia de Dios”, como dijo más de una vez en su homilía. Ese joven presbítero enamorado de la Virgen, recuerda a otro, que también se llamaba Luis –aunque este era francés– el cual, en su Tratado de la Verdadera Devoción a la Santa Virgen María, regaló a la Iglesia una de las obras más bellas sobre el misterio mariano, y su absoluta centralidad en la revelación cristiana, que muy a menudo se entiende poco, y mal, allí donde se confunde la devoción con las devociones. Por ello, un evangelio “aparentemente duro y áspero, incluso injusto” como dijo don Luis, “nos ayuda.” Porqué nos hace pasar de una idea romántica y algo infantil de María, a un conocimiento de ella que procede de la manera en la que el Espíritu Santo, en nosotros, la mira: María es aquella que escucha la Palabra de Dios y la pone en práctica. Don Luis contó de cómo, siendo todavía monaguillo, pero ya perdidamente mariano, casi se enfada con Jesús por esa frase tan fría que le soltó a su Madre, y de cómo fue la teología luego a introducirle en la belleza y la ternura siempre escondidas en estos pasajes evangélicos algo puntiagudos. Son anécdotas de un pastor acostumbrado a declinar la teología que estudió, y que le ayudó, en ejemplos concretos y sencillos, que puedan fácilmente tocar de cerca a todo el mundo, a pesar de lo que uno haya estudiado o no estudiado. Son un signo estos jóvenes curas. Un signo de madurez y de conversión, si uno los mira bien.

Ejemplos futbolísticos, los que utilizó en su homilía don Luis, como cuando dijo que a lo mejor entenderíamos lo que podía ser María en aquel momento en que su hijo estaba en auge, pensando en lo que ahora puede ser la madre de Messi, aunque luego –así de puntual lo remarcó el arzobispo, al que, por ser padre de sus curas, pero también teólogo y deportista, nunca se le escaparían detalles salados como este– salvando la distancia “entre Messi y el Mesías”, dejó claro que María no se puede comparar a ninguna otra mujer. En realidad, como nos dijo bien, “todas las virtudes que la humanidad pueda alcanzar están en María, y todas las virtudes que se encuentran en María dependen de su sí incondicional a la voluntad de Dios”. Un sí que ningún otro hubiera podido pronunciar, ni pronunció jamás, de la misma manera. Ayer, sábado tres de septiembre, hubo también mucha gente subiendo y bajando del Santuario a los lagos de Covadonga, con lo que mientras el pueblo del cristiano celebraba la Madre de Dios, el pueblo de los deportistas que no son muy de Novenas –que también hay de los que sí lo son– hacían sus rutas en bici o andando. Entre Messi y el Mesías como que para algunos la diferencia no está tan clara. Pero lo bello es que mientras en la Cueva una familia de peregrinos llegaba a oír como incluso el deporte –hasta el de la Tele– nos lleva a hablar de Cristo, y a él nos acerca, hay gente que aun sin saberlo, gozaba también de esta cercanía. En las familias es así, todo se entremezcla. En la familia humana, que Dios quiso hacer suya, hay hijos que se enteran e hijos que todavía no. María es el oído abierto para escuchar esa voz que entrando en nuestras vidas las fecunda con su presencia, para que sean hogar donde él pueda morar, y donde todos los que andan por senderos ásperos, descubran la belleza y la ternura de encontrarse con una Madre que no sabían de tener, y sin embargo allí está esperándoles, porqué sus andares tengan meta, y esa meta sea el Cielo. Brillaba, ayer por la tarde, en la mirada mariana de don Luis, se reflejaba en los lagos de Covadonga, y hasta parecía chispear en los engranajes de cochecitos y sillas de rueda que llegaban al Santuario, este Cielo que es María, el lugar donde en nosotros acontece la Vida de Dios. Ese sábado, como todos los sábados, fue un día mariano –nos lo recordaron Don Luis y antes  Mons. Sanz Montes–, pero hubo algo especial en ese día: la conciencia de una presencia que preguntando por nosotros encuentra a su Madre –quiénes son mi madre y mis hermanos– y en ella nos reconoce, porque ella, en nosotros, le mira a él. Si no estuviera ella, quizás donde estaríamos mirando. Quinto día.

Simone Tropea

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