“El Tu del ti mismo”. Ultimo día de la Novena a la Virgen de Covadonga.

Publicado el 07/09/2022
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“El Tu del ti mismo”. Ultimo día de la Novena a la Virgen de Covadonga.

Toda la creación ha esperado que llegase el día en que una mujer joven, arrancando a las tinieblas su derecho a acampar entre los hombres, restauraría la primera amistad con el Creador. Todo el cosmos vibra de una alegría que nos cuesta recoger y contar – siempre les a costado a todos lo que lo han intentado – en el cuerpo de esta criatura que se abrió a la luz de la que todo empezó, y en la que sigue comenzando. Porque desde que María pronunció su «Fiat», ya vamos de comienzo en comienzo hacia un comienzo que no tiene fin (san Ireneo). En Nazaret, pueblito de la Alta Galilea del que ya hemos hablado, el Señor de la Vida celebra su ingreso en el mundo, escondido en una tienda de carne. Así como nos refugiamos en él, él también se refugia en nosotros.

El primer ostensorio de la historia es el cuerpo de María», dijo antes de ayer en las laudes el arzobispo, Mons. Sanz Montes. El milagro es este: vas a una iglesia de piedra, a una hermosa basílica,  cura historia también recordó el obispo, oyes de los santos que la habitaron, sabes de las catequesis impresas en la arquitectura, en los signos exteriores y en cada tránsito decorativo o litúrgico, entras en ese templo, buscando a Dios tal vez -o quizás sólo a ti mismo- para descubrir que al final ese templo eres tú, y es en ti mismo que ese Dios se presenta como el «Tú de ti mismo», que no te deja relajar hasta que le conozcas reconociéndote en él.  Este otro que sigue siendo otro, en ti, y no es una idea de místicos raros, sino Cristo vivo, en él rincón más hondo del alma. Dios que se muestra, escondiéndose en el seno materno, es un Dios niño que comienzas a proteger en ti, cuando descubres que esa es la clave: custodiar Su vida, en la tuya. Una historia de amor vivida como un juego en el que uno se esconde continuamente en el otro, pero ya no se esconde el uno del otro, es una historia de amor que tiene a Dios de por medio. Es la historia de María: que es nuestra historia con Dios, o, mejor dicho, la de Dios con nosotros.

Tres eventos marcaron el noveno día de la Novena. Nueve días, como nueve son los meses necesarios para que se forme la vida de un niño en el vientre: es que en la Iglesia actúa una sabiduría uterina, lo veamos o no. Estos tres eventos son como los tres actos del drama que se desarrolla en el relato histórico de María. Las laudes solemnes, presididas por Don Jesús, con una hermosa homilía sobre la esencia de la basílica -ayer fue la fiesta de la dedicación del Santuario de Covadonga, si aún no lo hemos dicho – urna de la presencia que confirma nuestro ser hijos, ha explicado el padre arzobispo, adoptados por el criterio de una justicia que reaviva el comienzo de los comienzos consumiendo cada amenaza de destrucción, cada pecado, en el fuego de una zarza que arde y no se consume. María es la zarza que nos atrae hacia el desierto, esta tierra santa que se convierte en el lugar de una presencia deseada, más que cualquier otra cosa. María es una basílica en la que Dios, con fuerza, pronunció su sentencia sobre el mundo: ¡Jesucristo! El signo de un amor que no conoce el rencor es el Crucifijo Resucitado, que libera a la creación de la estrechez de nuestro entendimiento. Por lo que, gracias a María, el tiempo y el espacio de cada uno es un misterio aún abierto. El segundo acto fue la misa solemne presidida también por el obispo, en la que el abad del santuario, don Adolfo, sacó de su corazón muchos tesoros escondidos, signo de una intimidad con la Madre que este sacerdote, quizas, celebra todos los días, partiéndose por el santuario y por los que aquí viven o pasan de visita. Adolfo da la bienvenida, sonríe, da la mano, saluda a todos y de vez en cuando se detiene a mirar algo, o alguien, como mirando dentro de sí. La impresión es que también él, como María, sabe esconder el secreto que lo habita y lo sostiene.

¡Eso es bello!

El último acto, por la noche, fue la víspera de la fiesta, en la que jóvenes de toda la diócesis celebraron la adoración eucarística junto a su obispo. El Señor siempre pasa en la noche. Pero esta noche en Covadonga, el Espíritu Santo rompió muchos muros, indicando caminos que aún son posibles, y recordó muchas historias de personas que también se han convertido en custodias. Como Chiara Lubich, la fundadora del movimiento de los Focolares, cuya vida quiso recordar don Jesús. O la historia de Lorenzo, el chico que murió por las drogas, pero dejando en su diario la huella de una amistad con Cristo, el único que permaneció con él hasta el final, redescubierta tarde para este mundo, pero a tiempo para poder vivirla para siempre. Lucía, una niña ucraniana, y Marina, una joven voluntaria de Cáritas, contaron su experiencia de fuga, una acoge a la otra, y luego rezaron, quedaron arrodilladas frente al misterio de una presencia que nunca falla, en medio de la destrucción que puede causar una guerra a nuestro alrededor, o dentro de nosotros, hemos escuchado lo que don Jesús, con palabras fuertes, conmovedoras, serenas y pronunciadas con arte, supo dar a sus seguidores, de parte de Cristo resucitado, que permanece con los suyos hasta el final, también y sobre todo en la persona de los apóstoles, en torno a los cuales se reúne la Iglesia.

Asturias es una porción del mundo bendecida por la Virgen María, la cual se ha labrado un trozo de roca para ella, para poder esconderse en el corazón de los asturianos y de los que pasan por esta tierra y se impregnan de sus olores, de las mil tonalidades de verde que tiñen sus bosques y del sonido de las abundantes aguas, que corren arrastrando la niebla hacia el mar.

La novena de Covadonga va engendrando la vida del año diocesano, y prepara la realidad de esta Iglesia local a vivir la experiencia de un comienzo siempre nuevo y sorprendente que es el adviento de Dios, hoy, en la vida de cada uno de sus hijos. Adviento que pasa por un acontecimiento llamado María, la Santina de Covadonga, en la que la creación es entregada a Dios por Dios, pasando por la libertad de una criatura que ha elegido ser madre de Jesús, convirtiéndose así en madre de Dios, y nuestra madre.

Simone Tropea

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