«La Cuaresma no es un túnel negro e inevitable, sino el camino por el que volvemos a tomar el sendero perdido y la paz quebrada»

Publicado el 21/03/2024
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«La Cuaresma no es un túnel negro e inevitable, sino el camino por el que volvemos a tomar el sendero perdido y la paz quebrada»
Ayer daba comienzo, en la Catedral, la primera de las dos Conferencias Cuaresmales organizadas por el Arciprestazgo de Oviedo, a cargo de Mons. Jesús Sanz y que llevaba por título «Los desiertos modernos: intemperies para nuestra esperanza. El Señor es mi luz y mi salvación ¿a quién temeré?» (Salmo 26). Continuarán hoy, con la segunda parte a la misma hora, ocho de la tarde.
El acto tuvo lugar en la Capilla del Rey Casto y comenzó con el rezo de Vísperas. Se trataba de unas Conferencias con un «formato novedoso que entremezcla la oración y la palabra, la plegaria y la propuesta, la música y la letra, compartiendo como hermanos el deseo y la andanza», tal y como explicó el Arzobispo de Oviedo al empezar.
A lo largo de su intervención, analizó la importancia de vivir estas Cuaresma y Semana Santa como únicas, a pesar repetirse año tras año, lo que suele provocar «una inercia acostumbrada que nos roba el asombro y acaso nos confina a una vivencia que hace tiempo dejó de conmovernos».
Analizando nuestro día a día, en medio de la sociedad, el Arzobispo de Oviedo planteó si es que, con la Cuaresma, la Iglesia «nos embarca cada año a un viaje tan triste y sin final». «No faltarán los que, alardeando de cuatro ideas religiosas prendidas del baúl de sus pretéritos, digan incluso: pero, ¿no ha resucitado Cristo ya? ¿A qué vienen todas estas alharacas cenicientas en las que la Iglesia se empeña cada año? Y surge casi inevitable la inevitable conclusión: que los cristianos han perdido el tren de la vida, repiten sus trasnochadas cantinelas, y sus musas son sirenas de la nada». Sin embargo, afirmó el Arzobispo de Oviedo, «los cristianos creemos que Cristo ha resucitado. Pero nosotros no. En nuestra vida quedan aún tantas cosas que tienen pendiente la pascua del Señor, tantas zonas en las que su luz resucitada todavía no ha entrado iluminando».

Un momento de las Conferencias Cuaresmales en la Catedral

Así, «año tras año hacemos el camino cuaresmal con la alegría del realismo que deja fuera cualquier hipocresía, sin disfraces ni caretas: necesitamos resucitar también nosotros», dijo. «La Cuaresma que nos aprestamos a concluir, no es un túnel negro e inevitable que cada año hemos de recorrer los cristianos. Es un camino por el que volvemos a tomar el sendero que habíamos perdido, la paz que habíamos quebrado, la belleza que habíamos manchado, la bondad que habíamos embrutecido y la fidelidad que habíamos traicionado».

Mons. Sanz habló también de los diferentes desiertos de nuestra vida, el «paso inevitable para llegar a Jerusalén», y los describió como «las afueras que nos provocan de continuo poniendo a prueba nuestra fortaleza, nuestra seguridad y confianza», pues «cada día –dijo– constatamos la vulnerabilidad de nuestra vida. Todos los paraguas atómicos, todas las cámaras de seguridad, todos los drones con los que somos vigilados y las redes sociales que nos sirven para comunicarnos y al mismo tiempo para aislarnos más y más, dibujan con enorme incertidumbre la realidad dura de una intemperie global en un desierto moderno debidamente maquillado y adornado con las trampas de nuestro plexiglás». Para ganar, por tanto, «la batalla contra los enemigos espirituales», mencionó la importancia del ayuno y la oración en la Cuaresma, así como «saber reconocer el nombre de los enemigos espirituales que me diezman, me debilitan, me enfrentan por fuera y me rompen por dentro. Sólo así podré ser fortalecido con la austeridad que se me brinda como auténtica ayuda en mi camino, a mi edad y en esta coyuntura de mi circunstancia. Porque ignorar mi enfermedad no me cura, así como desconocer cuáles son los enemigos no me permitirá ganar la batalla».
Finalizó la Charla Cuaresmal mencionando la acción del demonio en nuestros días, analizando las tentaciones del demonio a Jesús en el desierto, y recordando que hay «mil diablos que nos encantan y seducen desde el chantaje de sus condiciones, y poniéndonoslo fácil y atractivo, nos separan de Dios, de los demás y de nosotros mismos». Porque «la tentación en sí misma no es buena ni mala, es una consecuencia de nuestra humana condición y del pecado original. El problema es ceder y negociar con el separador, pactar con el diabolus, con el que tiene una idea del mundo y de la historia en la que se ofende a Dios y el hombre se destruye. La cuaresma es un tiempo para volver a unir todo cuanto el tentador ha separado».

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