«María, defensora de la paz». Segundo día de la Novena a Nuestra Señora de Covadonga

Publicado el 01/09/2023
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«María, defensora de la paz». Segundo día de la Novena a Nuestra Señora de Covadonga

El Arzobispo de Oviedo, Mons. Jesús Sanz Montes, presidió este jueves, 31 de agosto, la celebración eucarística del segundo día de la Novena en honor de Nuestra Señora de Covadonga, en el Santuario. Una celebración en la que predicó el sacerdote David Álvarez Rodríguez, Vicario Parroquial de la UP de Infiesto, en torno a «María, defensora de la paz». Al igual que sucediera en la inauguración, este pasado miércoles, los escolanos del Real Sitio, apoyados por un grupo de antiguos alumnos, acompañaron musicalmente la liturgia. De nuevo se trató de una celebración multitudinaria a la que acudieron parroquias de las zonas y localidades de Barcia, Luarca, Avilés, Figaredo o La Felguera, entre otras, además de Institutos religiosos como las Hijas de María, Madre de la Iglesia, o congregaciones como las Hermanitas de los Ancianos Desamparados; también acudieron cofradías como la de la Virgen del Carmen de Salinas, y los voluntarios de la Delegación episcopal de Misiones. En su homilía, el sacerdote D. David Álvarez quiso traer al recuerdo una anécdota vivida en el Santuario hace más de una década, cuando él formaba parte del grupo de voluntarios para la acogida, en verano. Una de las anécdotas que «más han marcado mi estancia en este santuario de Covadonga», señalaba. «Lo que podría ser una anécdota vacía, con el paso de los acontecimientos iba tomando forma y llenándose de la ternura y el amor de María, porque solo Ella puede alcanzarnos gracias tan grandes. Hacíamos el turno de tarde en la Santa Cueva cuando una pareja de jóvenes se iba acercando lentamente hacia la imagen de la Virgen. En ese momento reinaba la calma. Observé que el chico iba describiendo la cueva en voz baja a la chica que le llevaba agarrado del hombro, lo que me hizo deducir fácilmente que la joven no veía. Lo describía con mucho empeño y todo lujo de detalles y de pronto un pequeñajo asomó entre ellos, con inquietud preguntona. Con mucho respeto se acercaron a la Santina, besaron su medalla  y se acomodaron en el pequeño balcón enfrente de la imagen. Empezaron a rezar el Rosario y les dije por si queréis compañía, lo vamos al rezar por megafonía en unos momentos. Ellos me contestaron nunca nos sentimos solos, pero así te damos la respuesta. Su respuesta me dejó sorprendido por la firmeza. Aceptaron con entusiasmo y en apenas diez minutos comenzábamos el rosario y la cueva se fue llenando de gente», relató el sacerdote. «Al terminar cada Avemaría –describió en su homilía–, el pequeño se alzaba del regazo de su madre y le daba un beso o tremendo achuchón. La imagen es imborrable. Terminamos el Santo Rosario y el pequeño se me acercó con un rosario en las manos para pedirme que por favor lo pasara por el manto, porque era el arma de su mamá para luchar con la enfermedad: mi sorpresa me dejaba sin palabras una vez más. Había demasiada gente, así que les pregunté si podían esperar un poco. No pasarían ni diez minutos y la cueva volvió a quedarse para ellos solos y el pequeño volvió a insistir. Me acerqué de vuelta a los mayores y tras pasar el rosario por el manto, al devolvérselo la chica comenzó a llorar. Me contó que un problema con los nervios ópticos le había dejado con apenas un 5% de visión. Y que venía buscando la paz para afrontar la operación a la que le iban a someter en los próximos días. Venía a Covadonga porque allí había conocido a su marido y habían presentado a su hijo recién nacido. En esta ocasión no se acercaban con alegrías y buenos momentos, sino que venían con miedos y buscaban esperanza, confianza y paz ante la enfermedad y la prueba que estaban viviendo. Escuchándoles hablar se palpaba su confianza en María pese a los momentos de dificultad que estaban viviendo y prometimos rezar los unos por los otros. Al niño le dije: hace unos días le dije a la Santina, que sí, que quería ser sacerdote. Tienes que rezar por mí ¿vale? Y le regalé una estampa que se guardó en seguida como si fuera un gran tesoro».

David Álvarez continuó relatando su anécdota, que no finalizaba en aquel momento. «Al verano siguiente, imaginaos la cara que se nos puso a los cuatro cuando nos reencontramos en la Santa Cueva… El milagro había ocurrido… vista al 60%, ellos felices y radiantes y el pequeñajo con su estampa reclamando… ¡yo recé por ti!…». «El paso del tiempo habrá borrado sus nombres y quizás sus rostros –explicó el sacerdote en su homilía–, pero el recuerdo de lo que me hicieron partícipe junto a la Santina fue una prueba de fe y de cómo Ella sabe traer paz a nuestros corazones, por eso hoy la queremos reconocer como “defensora de la paz”, el tema de este segundo día de novena».

Sobre «María, defensora de la paz» continuó el sacerdote hablando en su homilía, recordando que Ella fue ejemplo de confianza en Dios, y animando a los presentes a presentar los miedos y sufrimientos personales al Señor por medio de María y profundizando en el conocimiento de Dios a través de las Sagradas Escrituras.

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