Una «gran ilusión para la vida de la Iglesia»

Publicado el 15/11/2018
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Una «gran ilusión para la vida de la Iglesia»

El Papa aprueba los Decretos de Martirio de nueve seminaristas asturianos

El pasado jueves el servicio informativo de la Santa Sede daba a conocer la aprobación, por parte del Papa Francisco, del Decreto de Martirio de nueve seminaristas asturianos, asesinados por odio a la fe, entre 1934 y 1937. Una noticia que ha supuesto una gran alegría en la diócesis.

La búsqueda de información para la causa arrancaba en el año 1991, y a partir de ahí daba comienzo un largo y minucioso período de investigación, primero en Asturias y más tarde en Roma, culminando con una Positio de 900 folios donde se concluyó que los jóvenes mostraron tener conciencia del peligro de su situación, y que sin embargo nunca renunciaron a su fidelidad vocacional. “En todo momento se mantuvieron firmes en la fe y la esperanza –ha manifestado el Arzobispo de Oviedo, Mons. Jesús Sanz, sobre los últimos momentos del grupo de mártires asesinados en el año 34–: rezaron el rosario, hicieron diversos ofrecimientos, recibieron la absolución, algunos se confesaron pensando que aquel sería su último día, se despedían hasta la otra vida momentos antes de salir del refugio. Mantuvieron hasta el fin la voluntad de sufrir por fidelidad a la fe, incluso hasta la muerte”. La Positio recoge, además, que el motivo por el que fueron asesinados fue la animadversión a la religión, conocido como odium fidei (odio a la fe).

“No se les encontró en sus hábitos y ropas –dijo Mons. Sanz– un carné de partido porque nunca militaron en política, ni armas defensivas quienes eran instrumentos de paz rendida, ni odio en su mirada quienes se asomaban a la vida desde los ojos del Señor, ni siquiera una resistencia legítima que hubiera podido resolver la tragedia con una comprensible huida”. Simplemente eran jóvenes, viviendo la época que les había tocado vivir. Y este hecho conecta con el mensaje que transmiten en la actualidad. Para el formador del Seminario Metropolitano, Diego Macías, “si ahondamos un poco en sus biografías, observamos que los seminaristas proceden de distintos lugares de Asturias y de muy diversas realidades: el mundo del mar, de la mina, campesinos, etc. por lo que nos representan a todos los asturianos. Además,  pertenecían a familias humildes, que vivieron su fe en esos tiempos de una manera sencilla. No esperaron a momentos mejores, sino que la vivieron cuando les tocaba, como jóvenes”. Para este sacerdote, Delegado episcopal de Pastoral Juvenil y Vocacional, su ejemplo nos anima a vivir nuestra fe también en “los momentos en los que nos encontramos, con confianza y generosidad”. Y es que ellos “sabían del peligro que corrían y aún así fueron generosos, nunca echaron marcha atrás”. Por eso, reconoce Diego Macías, “estoy convencido de que para los jóvenes de hoy es un impulso precioso y un auténtico modelo de vida cristiana. Hoy, que parece que está de moda sacar a la luz lo feo que pueda haber de la vida de la Iglesia, ahora podemos decir que estamos delante de una belleza espectacular, vivida aquí en Asturias, por lo que para la diócesis, y para todos los asturianos, es un momento donde mirarse y donde ilusionarse”.

2013, un punto de inflexión

La esperanza de que este acontecimiento llene de ilusión la vida de la Iglesia de Asturias ha calado el ánimo de muchos. En este sentido, el año 2013 marcó un punto de inflexión en el recuerdo de los seminaristas mártires. Sus restos mortales (exceptuando los de Manuel Olay, que nunca fueron encontrados) se trasladaron a la capilla mayor del actual edificio del Seminario. Muchos de los jóvenes que entonces vivían y se formaban en el Prado Picón, o no conocían los acontecimientos del año 34, o les sonaban especialmente lejanos. Este acto solemne permitió que se empaparan de la vida de estos jóvenes, y la ceremonia fue vivida como “la vuelta a casa” de los mártires. Unos hechos  que en su momento provocaron una honda conmoción en toda la Iglesia española y europea, tal y como recoge el sacerdote Silverio Cerra en su libro “Seminaristas mártires de Oviedo 1934-1937)”. Así, surgió de manera espontánea una suscripción nacional a favor de los seminaristas ovetenses que habían salvado su vida, pero perdido sus libros y pertenencias, y en la Semana Pro Seminario celebrada en Toledo en 1935 se alentó: “Contáis desde hace un año con una gran influencia, porque os ayudan los seminaristas mártires de Asturias”.

Ángel Cuartas Cristóbal

Nacido el 1 de junio de 1910 en Lastres; su padre era pescador y su madre, ama de casa. Fue el octavo de nueve hijos de una familia humilde en la que todos debían trabajar en cuanto tenían edad para ello. Su amigo Benito afirmaba que “entró en el Seminario por vocación. Era igual que un santo, nunca tenía una mala palabra”. Sabía que corría peligro desde el año 1931, pero nunca quiso abandonar.

Mariano Suárez Fernández

Nacido en la parroquia de San Andrés de Linares (El Entrego), en 1910. Su padre, minero y conocedor de los movimientos sociales, les advertía a él y a su hermano del peligro que corrían a partir del año 31: “Mirad que entran tiempos difíciles y será perseguida la Iglesia”, les decía. Su hermano dejó el Seminario por enfermedad, pero él perseveró. En el momento de su muerte tenía 24 años.

Jesús Prieto López

Natural de Bodecangas (parroquia de Santa María de la Roda, Tapia de Casariego). Era el séptimo de once hermanos. Según recuerda su hermana Benigna, “era cariñoso, amable, y muy bueno, porque para él todo estaba bien, nunca discutía. Fue al Seminario por su propia voluntad, y era muy trabajador”. Tenía 22 años cuando fue asesinado.

César Gonzalo Zurro Fanjul

Su padre era natural de Valladolid, y su madre de Avilés, donde él nació. A los 11 años ingresó en el Seminario. Tenía especial devoción a la Virgen, y según recuerdan quienes vivieron con él, era un brillante estudiante, además de escritor dramaturgo aficionado, como demuestra su obra “El traidor Dolfus”, representada con sus compañeros en el Seminario tan sólo unos meses antes de su martirio. Tenía 21 años.

José María Fernández Martínez

Nacido en Muñón Cimero (Pola de Lena), en 1915. Durante su infancia fue alumno del colegio de los Maristas de Pola de Lena. Sus amigos le recuerdan como “muy majo, sociable y alegre”. Ingresó en el Seminario en el 1927. Vivía preocupado por la situación política, y era consciente del peligro que corrían, manifestando a sus familiares que en el patio del Seminario “les insultaban y tiraban piedras”.

Juan José Castañón Fernández

Natural de Moreda, nació en 1916. Ingresó en el Seminario de Valdediós en 1928, donde, por su aspecto aniñado le llamaban “Castañín”. Quienes convivieron con él manifestaron que tenía una especial devoción a la Virgen y un amor decidido a su vocación sacerdotal, que defendía cuando las personas pretendían apartarlo de sus propósitos. Tenía 18 años cuando fue fusilado.

Manuel Olay Colunga

Nacido en Noreña, en 1911. Era el séptimo de doce hijos, en una familia de labradores. Desde niño manifestó su voluntad de ser sacerdote. Cuando supo del martirio de los seminaristas en el 34, quiso celebrar una eucaristía los días 7 de cada mes en sufragio de sus almas. Él logró librarse entonces, pero fue apresado en el 37, por ser seminarista. No se encontraron sus restos.

Sixto Alonso Hevia

Desde muy pequeño quiso ingresar en el Seminario. Era natural de Poago, aunque vivía en Luanco. Era el mayor de once hermanos. Fue apresado al estallar la guerra junto con su padre. Los motivos aludidos fueron ser católico el padre, y él, seminarista. Los hermanos recuerdan que les decía a sus padres: “Si a mí me pasa algo, ustedes tienen que perdonar”. Tenía 21 años.

Luis Prado García

Era el décimo de trece hermanos. Nació en San Martín de Laspra, en 1914, en el seno de una familia muy humilde. Entró en el Seminario gracias a una beca en 1930. Su hermana Paz recuerda que, al conocer el martirio de los seminaristas en el 34, mostraba orgullo y decía que “sería feliz siendo mártir”. Fue apresado al estallar la guerra, por seminarista, y asesinado en Gijón.

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