El siglo XX: el siglo de los mártires

Publicado el 11/04/2019
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El siglo XX: el siglo de los mártires

Las Conferencias Cuaresmales de Oviedo, centradas en el martirio

La beatificación de los seminaristas mártires de Oviedo, el pasado 9 de marzo en la Catedral, sigue estando y estará muy presente en la vida de la diócesis. Un ejemplo de ello ha tenido lugar esta semana, en la celebración de las Conferencias Cuaresmales del arciprestazgo de Oviedo. En esta ocasión, las charlas han girado en torno al “Martirio, testimonio supremo de la vida en Cristo”, y al igual que en años anteriores, tuvieron lugar en el salón de actos de la parroquia de San Juan El Real de Oviedo. Las conferencias fueron inauguradas este lunes por el Obispo auxiliar de Madrid, Mons. Juan Antonio Martínez Camino, presentado ante los asistentes por nuestro Arzobispo, Mons. Jesús Sanz.

En su intervención, Mons. Martínez Camino se centró en el siglo XX, “siglo de los mártires”, y manifestó que efectivamente “el siglo XX es el siglo en el que se han redactado y proclamado las declaraciones de los Derechos Humanos, pero al mismo tiempo ha sido también el siglo en el que los Derechos Humanos han sido más pisoteados. Con las dos mayores guerras de la historia, los campos de concentración, las deportaciones masivas de poblaciones en Europa, las hambrunas causadas por motivos políticos, los bombardeos de ciudades enteras, y las decenas de millones de víctimas que ha habido, podemos decir que el siglo XX ha sido el siglo de las víctimas, porque, al mismo tiempo, ha sido también el siglo de las ideologías totalitarias y ateas, y con ello, el siglo de los mártires”. Sin embargo, recordó, “esos mártires son los vencedores, son los ejemplares preciosos de la nueva humanidad. Ellos son los que hacen que, en medio de las tinieblas del siglo XX resplandezca la luz de la esperanza”.

A lo largo de su exposición en la primera de las Conferencias Cuaresmales, el obispo asturiano recordó que no solo la Iglesia católica en España es la que quiere reconocer a sus mártires, sino que existen multitud de ejemplos en otras Iglesias y en otros países donde se han reconocido los testimonios de personas que han dado la vida por causa de su fe. Es el caso de san Ticón de Moscú, el patriarca canonizado por la Iglesia ortodoxa rusa y muerto como mártir en los años 20 del pasado siglo; también es el caso de santa Teresa Benedicta de la Cruz o el de san Maximiliano Kolbe asesinados por los nazis en Auschwitz (Polonia). Lo mismo sucedió con el beato Ignacio Maloyán, arzobispo en Turquía, asesinado en 1914 en medio del genocidio armenio, o con san José Sánchez del Río y los mártires de México. La Iglesia ha reconocido también   al  beato  Franz  Jägerstätter, un laico que no quiso adherirse a Hitler en su país, Austria, y fue decapitado en 1943, en Berlín, o el de Luis Stepinac, cardenal Croata, perseguido primero por un signo , o el beato Marco Çuni, seminarista mártir en Albania.

Todo ello para recalcar que definitivamente “el martirio no es una cosa de España, e intentar relacionarlo con una memoria histórica en términos políticos implicaría una absoluta sinrazón y un desconocimiento grande”, destacó. “Es la Iglesia de Cristo –dijo– la católica, pero también otras confesiones en todo el mundo, las que recuerdan a sus mártires. Porque ellos son una forma privilegiada de la presencia de la salvación y de la resurrección, el otro lado glorioso de la cruz de Cristo”.

Asturias fue la avanzadilla de esta persecución cristiana en el siglo XX en España. Los seminaristas mártires recientemente beatificados, Ángel Cuartas Cristóbal, junto con sus compañeros asesinados en octubre del 34 en Oviedo, fueron de los primeros que “afrontaron con gozo la muerte por Jesucristo”, destacó el Obispo auxiliar de Madrid: “Ellos ya sabían que el siglo XX era el siglo de los mártires –dijo–; habían oído hablar de otros martirios en diferentes lugares del mundo, no eran unos inconscientes. Y sabían que si salían del sótano en el que se encontraban refugiados, podían matarles, y ellos no iban a negar su condición de seminaristas”, explicó.

Se estima que en el siglo XX fueron martirizados en España cerca de 4.000 sacerdotes seculares, 3.000 religiosos y religiosas y varios miles de laicos, pertenecientes a asociaciones como la Adoración Nocturna, la Acción Católica o congregaciones marianas. Hasta el momento, la Iglesia católica ha declarado a unos 2.000 que ya son santos o beatos. De ellos, 44 son asturianos. Unos mártires que la Iglesia siempre ha reconocido y ubicado dentro “del siglo XX”, y no de la Guerra Civil o de la revolución, porque “la persecución religiosa comenzó realmente en el año 31, y finalizó en el año 39, unas fechas que no coinciden con el conflicto bélico que vivió nuestro país, y además, ellos no eran combatientes de guerra, sino que les fueron a buscar a sus casas por ser curas, monjas, seminaristas o simplemente, católicos. Son los mártires del siglo XX que se unen con tantos otros que ha habido en el mundo en esa época”, explica Mons. Martínez Camino.

Pasaron casi cincuenta años hasta que desde la Santa Sede se diera el paso de una declaración de martirio y posterior beatificación de españoles en el siglo XX. Las primeras fueron concretamente tres carmelitas descalzas de Guadalajara, beatificadas por san Juan Pablo II en 1987. Los datos sobre todos ellos habían comenzado a recabarse desde el final de la persecución,  pues se tenía una conciencia clara de martirio, pero se quiso esperar para abrir realmente esos procesos, con el objetivo, según el propio Mons. Martínez Camino, de “procurar que lo que la Iglesia quiere con las beatificaciones se cumpliese de la mejor manera posible”. Y es que, tal y como afirma el Obispo auxiliar de Madrid, “la Iglesia no quiere acusar a nadie, no importan quiénes son los asesinos o los que han perseguido a la Iglesia de otros modos; lo que importa es constatar que el poder de Dios está siempre presente, y ese poder paradójicamente se muestra en la sangre de los mártires, como se mostró en la sangre de Cristo. Ese es el poder de Dios, y la Iglesia tan sólo quiere dar gloria a Dios; no quiere revanchas, ni pedir cuentas. Al proclamar santos y beatos la Iglesia nos dice que somos un pueblo de redimidos y que pertenecemos a esta Iglesia de mártires y santos, peregrinando hacia la gloria”.

“Fieles hasta la muerte”

El segundo conferenciante de estas jornadas cuaresmales fue el rector del Seminario Metropolitano, Sergio Martínez Mendaro, quien se centró en la figura de los seminaristas mártires recientemente beatificados. Una aproximación a su testimonio que sirviera a modo de reflexión en este tiempo litúrgico.

Quiso comenzar su intervención recordando que “la Iglesia no reconoce en los mártires el ser víctimas de un enfrentamiento en el que se valora un bando contra otro bando. No se trata de ensalzar a alguien en contra de otros, ni de defender ninguna postura política, puesto que muchos son los que todavía a día de hoy de forma más o menos consciente pueden buscar en estos hechos una excusa para, justo lo contrario que los seminaristas, potenciar el rencor y afianzarse en posiciones que no son cristianas”.

Mendaro realizó un repaso por la vida y el testimonio de los nueve seminaristas beatificados, y se detuvo también en el significado del lema que se escogió en la diócesis para este gran acontecimiento: “Siempre fieles”: “Ellos, siguiendo la definición que la RAE ofrece de la palabra fidelidad son leales y observan la fe que deben a  otra  persona:  Cristo.  Los  seminaristas –dijo– no son ni unos desaprensivos que no conocían en la que se estaban metiendo, ni unos críos que fueron asesinados porque estaban en el sitio inadecuado en el momento fatídico”.

“Hablar de su fidelidad –explicó– es hablar del testimonio que nos dan. Saben lo que les puede pasar y de lo que se pueden librar. Un simple cambio en las decisiones, un cambio en las ideas o un quedar bien con lo que había les habría podido facilitar el seguir viviendo. Pero eligen esa fidelidad a la que son llamados, eligen la fidelidad a la fe que profesan y, sabiendo las consecuencias, siguen adelante confiando en el Señor que también se entregó a la muerte y que les da con creces esa vida que ellos entregan. Es el misterio de la fe el que encarnan dejándonos un ejemplo de cómo no flaquear ante las dudas o ante una fe acomodaticia que muchas veces se nos presenta en la vida como una opción tibia. Ser fieles hasta la muerte para obtener la corona de la vida”.

“Los santos son siempre peligrosos”

El tercer y último invitado a las Conferencias Cuaresmales del arciprestazgo de Oviedo fue el Delegado episcopal para las Causas de los Santos, Manuel Robles, quien centró su charla en “La Santidad, hoy”. “Los santos siempre son peligrosos –dijo– porque aman descaradamente a Dios y al prójimo, y eso los hace unos impresentables, ante un mundo chato y corrompido.  Pero ellos siguen ahí, fuertes en la fe, solícitos en la esperanza, y valientes para ser misericordiosos”. “Toda la historia de un santo empieza siempre en el bautismo –recordó–. En el primer sacramento es tocado con los dedos de Dios, para que sepa amar, que es lo mismo que para que sea santo. Los sacramentos están hechos para ayudarnos en la santidad, para que notemos que Dios está a nuestro lado”. Y la historia continúa “de modo que para un bautizado Dios es lo más importante. No una cosa importante, sino la más importante. Y cuando eso es así, viene el trato con Dios, la oración y el descubrimiento que Dios es Padre”. “Cuando un bautizado descubre esto, procura responder con amor de hijo, hacer su voluntad, sabiendo que hay que pasar por la cruz, que es, antes de nada, pisar el egoísmo. Ya llegará el momento de pasar por el huerto de los Olivos. Y también que el mundo, el demonio y la carne siguen ahí, con las tentaciones, para que el santo no se crea impecable”, explicó el Delegado para las Causas de los Santos. “En esa historia de cada día –dijo– van pasando los años, el santo tiene un trabajo, se ha casado y ve que el prójimo necesita una mano amiga. Y ahí está haciendo bien el trabajo, queriendo a la gente de su familia, con algunos bajones, pero volviendo a empezar siempre que sea necesario”. “Y se da cuenta que no puede ser santo sin amor a la Iglesia. También se da cuenta que la Iglesia es débil, pero es que todos los hombres somos débiles. Y descubre que la Iglesia no está hecha para los santos, sino para gente pecadora. Y ya un poco viejecito sabe que una sola cosa es importante y se llama amor. Y como ha sabido amar, esa será su recompensa: Señor mío, y Dios mío. Y se queda muy tranquilo, porque si ha sido peligroso fue  por amor a Dios y al prójimo”.

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