Seminaristas mártires de Oviedo: «Nuestros hermanos mayores y a la vez, nuestros maestros»

Publicado el 03/11/2023
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Seminaristas mártires de Oviedo: «Nuestros hermanos mayores y a la vez, nuestros maestros»

«Son como nuestros hermanos mayores y a la vez también nuestros maestros». Así sienten en el Seminario Metropolitano el recuerdo de los beatos seminaristas mártires, Ángel Cuartas Cristóbal y ocho compañeros, ante la fiesta de su memoria, el 6 de noviembre. Ese día se celebra a los más de 2.000 mártires de la persecución religiosa del siglo XX en España que están ya en los altares. San Pedro Poveda, presbítero diocesano y fundador de la Institución Teresiana y san Inocencio de la Inmaculada, religioso pasionista, mártir en Turón, encabezan la multitud de santos y beatos, obispos, sacerdotes, consagrados y laicos, que «dieron a Cristo el testimonio supremo del amor, martirizados en odio a la fe en España, entre 1931 y 1939, durante la persecución religiosa contra la Iglesia», tal y como explica textualmente la Conferencia Episcopal.

La víspera, este domingo, 5 de noviembre, a las 20 h, tendrá lugar una Vigilia de Oración en honor de los nueve beatos seminaristas mártires en la Capilla Mayor de Seminario, donde reposan los restos de los jóvenes. Durante estos días previos, se ha rezado la Novena como preparación a esta fiesta, a través de las redes sociales del Seminario. Y es que su figura está muy presente en su día a día. Según explica Jaime Díaz Pieiga, Director Espiritual del Seminario, «Intentamos inculcar a los seminaristas la devoción a los seminaristas, haciendo la novena con la oración para pedir la canonización y visitando con frecuencia la tumba en la Capilla Mayor. Además, todos los días finaliza la oración personal de los seminaristas con una oración pidiendo su intercesión, con lo cual, todos los días están en nuestros labios», explica. «Por otro lado, al entrar en el Seminario, a cada seminarista se le asigna al azar un especial intercesor de entre los nueve beatificados», afirma, por lo que no es difícil ver cómo con frecuencia los jóvenes «se paran a rezar delante de la tumba o tocan con su mano la lápida donde están inscritos sus nombres. Yo creo –sugiere el Director Espiritual del Seminario– que forman parte de la casa».

El sacerdote Jaime Díaz Pieiga

La beatificación de los nueve jóvenes seminaristas, que tenían en el momento de su martirio edades comprendidas entre los 18 y los 25 años, tuvo lugar en la Catedral de Oviedo en el año 2019. «Fue un momento muy importante para la diócesis, para los sacerdotes y sobre todo para el Seminario, que siempre los ha tenido muy presentes», afirma Díaz Pieiga. «Recuerdo esos días con mucho gozo y al mismo tiempo agradecimiento. Cuando nos enteramos de la noticia, hicimos sonar la campana de la Capilla Mayor y después se preparó con mucho esmero el acto de beatificación. Se invitó a través de llamadas personales a los familiares de los seminaristas y todo esto creó un ambiente de mucha alegría», recuerda. «También la preparación de las reliquias fue un momento fundamental –explica el Director Espiritual del Seminario–, y se editó la Novena, que preparó el Vicario General de la diócesis con mucho cariño, donde está la oración para pedir la canonización. Junto con estos momentos, también tengo en la memoria el traslado de los restos de los seminaristas mártires a la Capilla Mayor del Seminario, ya que estaban distribuidos en distintos cementerios de la diócesis. En ese momento también estuvieron presentes los familiares y muchos sacerdotes».

Muchas anécdotas y vivencias de los nueve jóvenes vienen recogidas en el libro del sacerdote diocesano, ya fallecido, Silverio Cerra. Son recuerdos recogidos de testigos directos: parientes cercanos, compañeros del Seminario. El Director Espiritual del Seminario, Jaime Díaz Pieiga, explica que, en general «Destacan en todos ellos rasgos como, por ejemplo, la alegría, la jovialidad, la afición al deporte. Cuando regresaban a sus casas, por vacaciones, todos colaboraban en las tareas familiares, y además eran estudiosos, tenían gran devoción a la Virgen, y también se cuenta de muchos que ayudaban a los párrocos de sus pueblos». «Me llama la atención también –dice– que en varios de ellos sobresalía lo que llamamos el celo apostólico, un alma misionera. Todso tenían ganas de ordenarse, de ser curas, de anunciar el Evangelio. Eran, en definitiva, chavales normales, yo creo que con cualidades normales, algunos incluso con vena de artistas, otros pasaban más desapercibidos».

Hoy los seminaristas mártires pasan a la memoria como un recuerdo de «verdadero amor a Cristo», subraya Jaime Díaz Pieiga. «Ellos no ocultaron su identidad. Su entrega nos habla de radicalidad, de convencimiento, de fuerza para vivir la fe. Quizá en estos tiempos donde la fe parece que se vive como más tibiamente, el recuerdo de los mártires no deja de ser como una terapia contra estas actitudes de tibieza o de secularización», afirma, y subraya que «todos estamos llamados a ser mártires en el sentido de testigos, sal y luz en nuestros ambientes». «Esto es lo que nos dicen los beatos seminaristas mártires con sus vidas y sobre todo con su entrega el día de su martirio». La propagación de la devoción a los seminaristas mártires, el conocer sus vidas, su testimonio de confianza plena en Dios, ayudará a que la gente, poco a poco, vaya confiando a su intercesión sus problemas, sus preocupaciones, diversas situaciones vitales que puedan ayudar a conseguir el milagro, que «es lo que queremos y necesitamos», para su proceso de canonización.

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