“En el Seminario hay que trabajar la madurez”

Publicado el 11/09/2020
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“En el Seminario hay que trabajar la madurez”

Entrevista a María Teresa Ortega, psicóloga y colaboradora en la diócesis de Toledo

Lleva más de veinte años colaborando con el Seminario diocesano de Toledo en la formación, valoración y ayuda a los seminaristas. Esta psicóloga, profesora también en el Instituto de Ciencias Religiosas de su diócesis, impartió esta pasada semana un curso a los seminaristas asturianos sobre “Amor y afectividad”, y respondió a unas preguntas para Esta Hora:

¿Qué ámbito de la psicología es necesario trabajar especialmente con los jóvenes que se forman para ser sacerdotes?

Lo más importante es la madurez personal. Después, cada uno trae su historia y tiene unas necesidades, pero de cara al ministerio sacerdotal se necesitan personas maduras, con capacidad de ayudar y de comprender, y también, que no se vengan abajo ante las dificultades que van a encontrar, porque se van a encontrar muchas. También necesitan desarrollar la capacidad de estar solos, de vivir solos.

¿Y eso, cómo se hace?

Pues eso se va haciendo de manera personal, según cada uno va necesitando. A veces también con charlas, pero sobre todo es un trabajo personal.  Y siempre, en colaboración con los formadores, que son los que más les conocen porque viven con ellos. Es un trabajo a largo plazo y de crecimiento de día a día, es decir, no es simplemente: “tienes que hacer esto y ya está”, sino que implica un seguimiento. Hay personas con las que estoy menos tiempo, pero a otras prácticamente les acompaño durante todos los años del seminario, porque ellos lo piden, también.

Generaciones de jóvenes han pasado por tus manos, ¿has visto una evolución en la forma de ser o la actitud de los jóvenes a través de todo este tiempo?

Sí, se van viendo diferencias. Una cosa que me llamaba la atención es que las madres de los seminaristas, antes, eran amas de casa y les habían dedicado mucho tiempo. Hoy la mujer está integrada en el mundo del trabajo. Se nota porque son hijos de la sociedad y según evoluciona la sociedad, así llegan ellos. También se percibe en los estudios. En realidad, son chicos normales, con la forma de ser propia de su tiempo.

¿Y cómo describirías a los jóvenes que van llegando hoy al Seminario?

Eso implicaría generalizar mucho. Cuando llegan aquí, han pasado ya una etapa de búsqueda, ya han discernido o lo están haciendo. Eso ya indica en sí una madurez. No acuden al Seminario porque consideren que es algo que tienen que hacer o porque creen que no les queda más remedio, sino que vienen libremente, después de hacer un discernimiento, unos de más tiempo, otros, de menos.

Lo que sí ha cambiado, al menos en Toledo, es la edad. Hubo una etapa en la que venían muy jovencitos, luego otra etapa de gente más mayor, a partir de los 30 años, y ahora volvemos de nuevo a recibir chicos jóvenes. Este año por ejemplo entrarán 15 seminaristas nuevos en Toledo, y todos están entre los 18 ó 19 años.  Creo que hay uno de 22.

¿Sobre qué ha tratado el curso que has impartido a los seminaristas de nuestra diócesis, en Covadonga?

Me pidieron que hablara sobre el amor y la afectividad. He dado pinceladas, porque tan sólo han sido tres días, pero aunque el tema estaba muy centrado, para mí era importante hablar antes de qué entienden la psicología y los distintos autores sobre la persona.

El amor no es algo abstracto, ni tampoco lo es la afectividad, sino que está en las personas y por ello me parecía importante saber primero qué es la persona.

Una vez que hemos visto las dimensiones que tiene una persona, ya nos hemos centrado en cómo afecta el amar, qué es amar, o qué dicen también los autores de la psicología sobre ello; para pasar luego a los sentimientos y emociones que produce amar, que es la afectividad.

¿Por qué es importante que reciban este tipo de formación?

Primero porque son personas, y el ser humano tiene capacidad de amar. Y sobre todo también porque se están formando para el ministerio sacerdotal, y el sacerdote tiene que aprender a ser padre, a acoger a todas las personas, porque Dios acoge. Es importante que cualquier persona que se acerque a un sacerdote se sienta valorado y también amado. Pero amar no es simplemente decir “yo te quiero mucho”, sino ayudar a crecer a la persona con la que se vaya a encontrar y es una tarea a veces complicada, porque todos somos distintos, y para amar, además, hay que conocer a la persona. A mí me parece que es fundamental en su ministerio este tema, en la tarea que tienen ellos de evangelización.

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