Recordando a D. Ezequiel

Publicado el 27/03/2020
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Recordando a D. Ezequiel

El viernes, 20 de marzo, a las tres en punto de la tarde, partía para el cielo don Ezequiel Fernández Fernández. Estaba deseoso de marcharse. En una ocasión, hace algunos meses, que lo pasó mal, en el Centro Médico de Asturias, le preguntaba el médico de urgencias. “Don Ezequiel, ¿dónde está?”–”En la antesala del cielo”–, respondió con firmeza. Después de los análisis, el médico le dijo: “Pues va a tener que esperar un poco. Porque no va a ser de ésta”.

Don Ezequiel, un cura de los pies a la cabeza, iba para ingeniero y, para eso, se marchó a Madrid. Sin embargo, Dios lo esperaba para cuidar personas, acercarles a la fe, perdonar pecados y acompañar a seminaristas y a sacerdotes por el camino de la perfección. Durante casi cincuenta años fue Director Espiritual de nuestro Seminario. Para hablar a los seminaristas de Dios primero se pasaba horas hablando a Dios de sus seminaristas. De pie ante el sagrario, orando, musitando invocaciones, adorando, pidiendo por los llamados a una vocación celestial: hacer las veces del buen Pastor en medio de su pueblo.

Junto al Seminario, vivió para el Movimiento de Cursillos de Cristiandad, una experiencia de encuentro con Cristo, en tres días de retiro, oración, testimonio y celebraciones. Don Ezequiel se empapó bien del método, anunciar, testimoniar que Cristo vive y cuenta con nosotros. Cada persona que hizo el Cursillo exclamará emocionado: “Y yo con su gracia”. A partir de ese momento se descubre la realidad de la Iglesia, sacramento de Cristo para los hermanos, el compromiso evangelizador y la necesidad de ser apóstoles y misioneros en los lugares de trabajo, en la familia y en la vida política. Descubrir la vocación al laicado, llamados personalmente por Cristo para ser luz, sal y fermento de los ambientes de nuestro mundo. ¡Cuántos miles de asturianos han vivido  esta experiencia gozosa de renovación cristiana! Ellos han descubierto a D. Ezequiel como un verdadero padre, un icono de Cristo, Amigo y Maestro de vida.

En estos últimos días se fue apagando como una vela, con el rosario en su mano, acompañado por los cuidados de Miguel Ángel, de la Foz de Morcín, como él, que día y noche estaba pendiente de todo.

Murió  casi solo, desde el punto de vista presencial, porque las circunstancia así lo exigían. Fue enterrado en su pueblo sin acompañantes en espera del funeral que le haremos cuando todo esto pase. Pero él se sentía acompañado de la multitud de los santos que le recibieron con un fuerte aplauso a su llegada a la Casa del Padre, desde donde ya sigue cuidando de nosotros. Yo le he encomendado a todos los residentes de la Casa sacerdotal donde ha vivido los últimos  años de su vida: “Don Ezequiel, intercede por los sacerdotes asturianos para no tengamos miedo a aspirar a la santidad personal que nos exige el ministerio que el Señor nos ha regalado. Que todos los que han vivido un Cursillo de Cristiandad perseveren en la gracia y puedan así mostrar que ser cristiano es posible, porque es vivir desde el amor que Dios nos tiene y que nosotros debemos comunicar a los demás.

Don Ezequiel amaba entrañablemente a la Virgen. El Rosario era una oración continua en sus labios. “Santina de Covadonga, que D. Ezequiel siga cuidando, junto a ti y a tu Hijo Jesús, Sacerdote eterno, de las vocaciones al sacerdocio en nuestra diócesis”. Que no falten jóvenes que digan: “Aquí estoy, Señor. Envíame. Cuenta conmigo”.

Murió un viernes, a las tres de la tarde. ¿No ha sido un regalo del Señor, que así lo asoció a su muerte, para regalarle después el don de la resurrección? Yo estoy plenamente convencido de ello.

D. Ezequiel, sacerdote fiel a tu vocación. Quiera Dios que pronto podamos invocarte como san Ezequiel, porque toda tu vida ha sido un canto al amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro.

José Antonio González Montoto, Delegado Episcopal del Clero (Oviedo).

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