Luis Ruiz, el gijonés que llevó la fe y la dignidad a China

Publicado el 23/05/2019
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Luis Ruiz, el gijonés que llevó la fe y la dignidad a China

El legado del ‘Ángel de Macao’ sigue vive en el país asiático con la labor de la Casa Ricci que dirige el jesuita Fernando Azpiroz

Fermín Rodríguez Sampedro SJ

Escribe FERMÍN RODRÍGUEZ SAMPEDRO, SJ, Capellán del Centro Médico de Asturias y ex misionero en China

“He descubierto también la riqueza de este Tercer Mundo: la riqueza de una cultura humana auténtica escondida bajo la pobreza y la miseria”. Estas palabras de Pedro Arrupe, el añorado y siempre presente general de la Compañía de Jesús, las hizo suya Luis Ruiz Suárez (193-2011), el jesuita al que la fe le llevó de su Gijón natal a China para estar cerca de los que más sufren, siguiendo las huellas de Jesús.

Fue conocido como el ‘Ángel de Macao’, la antigua colonia portuguesa desde la que emprendió su misión en China. Primero con los refugiados de la tiranía maoísta y de otros países sometidos a guerras y dictaduras en el sudeste de Asia; después con los leprosos, al igual que Jesús de Nazareth, y más tarde con los enfermos de Sida, sin olvidar la educación de los hijos de las personas castigadas por las diferentes formas del sufrimiento.

Luis Ruiz, que encontró a Dios en la casa familiar de la calle San Bernardo de Gijón y en ‘La Iglesiona’ donde fue monaguillo, fue un hombre que dio testimonio de fe con su compromiso con los más desfavorecidos. Cuando falleció en junio de 2011 su legado material en China lo constituían 140 leproserías, asilos y centros para enfermos mentales, escuelas para los niños de los enfermos, comedores populares, dispensarios y hogares para las víctimas del Sida.

Un legado que sigue vivo hoy, nueve años después de su muerte, en la Casa Ricci de Servicios Sociales de Macao y en la persona de su director, el jesuita argentino de origen navarro Fernando Azpiroz. “El amar y servir definían el sentido de su vida. Ruiz era un hombre de acción, de hechos concretos. Y para él, lo más concreto era el servicio del amor. Esperar en el Señor definían su no tener miedo a soñar, a empezar cosas nuevas, a saber que no es uno el que toma la iniciativa, sino el Señor”. Son palabras en recuerdo del ‘Angel de Macao’ que el Padre Azpiroz pronuncia estos días en su visita a diferentes ciudades de Europa, entre las que se encuentran Oviedo y Gijón.

Luis Ruiz dejó Asturias en 1932 y ya nunca volvió. Primero en Bélgica, después, en Cuba, donde fue profesor del Fidel Castro. Llegó a China en 1941 y allí asentó su primera misión. Fue en Pekín, cuatro años después, donde fue ordenado sacerdote y destinado a la misión de Anking. Aprendió el chino mandarín, al igual que hicieron con otras lenguas asiáticas San Francisco Javier y tantos jesuitas que llevaron la palabra de Dios a ese continente. Con la llegada los comunistas de Mao al poder, el religioso fue arrestado y expulsado del país. Así llegó a Macao, entonces colonia portuguesa y desde 1999 protectorado chino.

A partir de entonces fue el ‘Ángel de Macao’. Abrió los brazos a los refugiados que huían de la dictadura maoísta y de otros países asiáticos en guerra (Vietnam, Camboya…). Más de 30.000 personas acogió. Pero había mucha labor por hacer. Y cuando conoció en la isla de Dajin a unos 1.200 enfermos de lepra supo que allí, siguiendo los pasos de Jesús, tenía su nueva misión. Y la extendió por toda China. Hoy apenas quedan personas afectadas por esta enfermedad gracias a la labor del Padre Ruiz. Si primero fueron los leprosos, después fueron los portadores del VIH, la nueva lepra de nuestros días. Donde no llegaban los gobiernos, allí estaba el ‘Ángel de Macao’ y sus colaboradores de la Casa Ricci. No sólo los enfermos, también sus hijos. Creó el Loving Care Center para niños, algunos de ellos afectados por el Sida, donde reciben cuidados médicos, educación, cariño y dignidad.

“Lau dou”, padre, llamaban esos niños al jesuita gijonés. Él, durante sus últimos años en silla de ruedas, les acompañaba con su permanente sonrisa. Su testimonio sigue vivo. En la persona del Padre Azpiroz y de otras mujeres y hombres que han convertido la Casa Ricci en un lugar en el que la presencia de Dios se manifiesta “fieramente humana” frente a la pobreza y la enfermedad.

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