La solemnidad de la Inmaculada Concepción

Publicado el 05/12/2019
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La solemnidad de la Inmaculada Concepción

El pasado domingo iniciábamos el Adviento, tiempo de preparación de la venida del Señor, en gloria y majestad, al final de los tiempos aunque, pronto, pongamos nuestros ojos en el nacimiento de Jesús y nos vayamos preparando con alegría.

La solemnidad de la Inmaculada Concepción, afirmará san Juan Pablo II, “se sitúa al inicio del año litúrgico, en el tiempo de Adviento, e ilumina el camino de la Iglesia hacia la Navidad del Señor”. En España lleva la primacía sobre el domingo que corresponde, por ser patrona de este pueblo siempre mariano, como así lo reconoció el mencionado Papa el  9 de noviembre de 1982, al decir: “¡Hasta siempre, España! ¡Hasta siempre, tierra de María! “

Es una fiesta entrañable pero no hemos de olvidar el significado profundo de lo que se celebra en este día: la misericordia de Dios, como cada día se reza en el “Benedictus” de las laudes matutinas, hacia la humanidad pecadora, haciendo posible que nos visite el sol que nace de lo alto, que es Cristo, encarnándose en la Virgen.

Desde el primer momento de su concepción en el seno de Ana, su madre, el protagonista en la vida de María es el Altísimo; ella es la toda “santa” porque ha sido santificada por el Espíritu que procede del Padre a través de su Hijo Jesucristo y que se derramará en plenitud sobre toda carne, como lo había predicho el profeta Joel (2,28)  en el momento de su muerte en la cruz.

En este día, en la celebración eucarística, se proclama el evangelio de la anunciación (Lc 1, 26-38) en el que se narra la encarnación de Jesús en María Virgen. El texto escogido permite comprender que es el Hijo quien da valor a toda la existencia de la Madre. Se inicia como un camino que va del Santo de Dios, que es Jesús, a la Toda Santa, como así se llama a María en la tradición de la Iglesia. Tal acontecimiento de gracia, porque no es fruto de nuestros méritos, hace posible que la humanidad vuelva a encontrarse con su Creador, como aconteció en el paraíso antes del pecado de Adán,  haciendo suyo el querer de Dios.

María es, sin duda, el comienzo de una humanidad nueva según el deseo y el plan de Dios. San Anselmo, saboreando este misterio  de gracia, que fue declarado como perteneciente a la fe de la Iglesia en la bula “Ineffabilis Deus” del 8 de diciembre de 1854 del papa Pío IX, afirmará: “El cielo, las estrellas, la tierra, los ríos, el día y la noche, y todo cuanto está sometido al poder o utilidad de los hombres, se felicitan de la gloria perdida, pues una nueva gracia inefable, resucitada en cierto modo por ti ¡oh Señora!, les ha sido concedida”. Dante Alighieri, en el último canto del “Paraíso”, nos dará la razón del mirar de Dios a María: “Virgen Madre, hija de tu Hijo, la más humilde y más alta de todas las criaturas, término fijo del designio eterno” (Paraíso XXXIII, 1-3) y en el designio eterno de Dios se encontraba que María fuese figura de la Iglesia, de ahí que, Santa Hildegarda de Bingen, antes de ser proclamado por el concilio Vaticano II (LG. 63), escribirá: «La Iglesia es la virgen madre de todos los cristianos. Con la fuerza secreta del Espíritu Santo los concibe y los da a luz, ofreciéndolos a Dios para que también sean llamados hijos suyos» (Scivias, visio III, 12: CCL).

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