«En la santidad, vocación y misión van unidas»

Publicado el 14/03/2019
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«En la santidad, vocación y misión van unidas»

Mons. Rafael Zornoza Boy, obispo de Cádiz y Ceuta, ofreció una conferencia de formación permanente para sacerdotes en el Seminario Metropolitano, el lunes 11 de marzo

Su aportación en la segunda sesión de formación permanente para sacerdotes en la diócesis tiene que ver con la santidad en el ministerio. ¿Cómo la describiría?

Hoy la Iglesia, gracias a la exhortación del Santo Padre, tan reciente, está haciendo un nuevo esfuerzo por considerar su vocación a la santidad, una llamada que hizo muy poderosamente el Concilio Vaticano II, como todo el mundo sabe, pero que posiblemente quizá de tan sabida queda oscurecida o relegada.

El Papa Francisco lo ha puesto de actualidad con acierto porque realmente piensa que es siempre el tema pendiente de la vida de la Iglesia, es nuestra vocación y es donde tenemos nosotros que mirar como nuestra mayor aspiración. Y ser santos es cumplir el designio de Dios que nos hace profundamente felices, vivir nuestra vocación y al mismo tiempo embarcarnos en la misión porque la santidad no es simplemente una aspiración a una perfección humana o una plenitud que se desentienda de los demás, sino que fija la mirada en Jesucristo que nos muestra el amor de Dios sirviendo a los demás y dando la vida, por lo tanto vocación y misión van unidas. Esto en la vida de los sacerdotes es tan importante como en la vida de todos los fieles, porque es la misma aspiración, la misma exigencia y la misma propuesta que nos hace el Señor cuando le seguimos. Lo que pasa es que la relevancia del ministerio sacerdotal, la identificación que el Señor mismo ha querido hacer con nosotros y su presencia en el mundo, su ministerio de consolación, de gracia con los demás nos obliga de una forma característica e irrenunciable.

Un objetivo que comparten to-das las vocaciones.

Es una llamada que Dios nos hace a todos, pero yo tengo que dirigirme a los sacerdotes. Por cierto, estoy convencido de que lo que yo diga a los sacerdotes tiene muchísima menos fuerza que las beatificaciones que se han vivido aquí de estos seminaristas mártires. Esos son los testimonios que nos mueven y nos conmueven, para darnos cuenta de que siendo sencillos como lo eran ellos y como lo puede ser cualquiera, debemos de estar en la disposición –ellos la tenían y así lo señaló el cardenal Becciu en su homilía cuando habló de la “heroica disponibilidad”– para dar la vida porque eran conscientes de la llamada del Señor y de la grandeza de su vocación, ojalá estemos todos así de dispuestos, especialmente los sacerdotes.

Cada diócesis tiene su propia idiosincrasia y sus características y la de Cádiz Ceuta se encuentra con una realidad que en Asturias vivimos de una manera muy minoritaria, y es el tema de la inmigración. ¿Cuál es el papel de la Iglesia allí en este ámbito?

Pues es una labor importantísima que además afortunadamente la reconoce también la sociedad entera, el mundo político mismo. Nuestra delegación de inmigrantes lleva trabajando con ellos muchos años, desde luego mucho antes de que llegara yo a la diócesis. Aunque es verdad que las proporciones que ha tomado el fenómeno de la inmigración y del paso del estrecho de Gibraltar –que para nosotros viene a ser como la Lampedusa española, un paso obligado, mucho más fácil que el de Lampedusa, y por tanto tan masivo–, hace que nosotros tengamos que prestarle una atención prioritaria. Hoy el fenómeno de la inmigración es un fenómeno mundial, que con la facilidad de las comunicaciones se ha diversificado y popularizado, pero además, como dice el Papa Francisco hay que acogerles e integrarles, este es el gran reto.

¿Qué testimonios personales ha podido conocer?

Organicé hace unos años, en Ceuta, con los delegados y encargados de inmigrantes de las principales ciudades europeas, un en-cuentro para que conociesen la realidad del paso fronterizo. Allí dio testimonio un joven que había tardado desde Mali hasta la frontera con Marruecos cerca de diez años. En el trayecto, había sido esclavizado hasta en tres ocasiones, y logró escapar del maltrato y de condiciones de vida inhumanas. Cuando esta gente llega, a veces se trata de personas verdaderamente pobres que buscan una mejora de vida, pero a veces también estamos hablando de gente  con una carrera o varias, que huye de la guerra, de la pobreza, de la persecución. Es una situación muy dolorosa y trágica.

Yo voy con frecuencia a los centros donde la Guardia Civil les acoge. Allí rezamos juntos todos, cristianos y musulmanes, y cuando les hablo de Dios y les recuerdo la necesidad de estar volcados en Él, me impresiona verles con lágrimas en los ojos recordando lo que han sufrido, pensando en sus familias, realmente es algo conmovedor. Esto nos sitúa en un asunto que es humanitario, que apela a la conciencia  social,  no  solo  la  de  los cristianos –a mayor abundancia, porque estamos obligados por la caridad cristiana– pero todos debemos ser sensibles a ello. La llamada del Papa a la integración de los inmigrantes se comprende desde ahí.