“Soy catequista de niños de primera comunión y estoy viviendo mi consagración como diácono permanente con la misma ilusión que ellos esperan su día. Es gratificante ver que con 63 años, jubilado…. mantienes viva esa grandísima ilusión”, así se expresa Miguel Ángel Fernández a pocos días de consagrase como diácono permanente. “A uno lo llama el Señor y no puede decir que no, un día puedes, pero al día siguiente te vuelve a llamar y no hay tercera; en esa ocasión es ya que sí.
Casado y con cuatro hijos, Miguel Ángel ha mantenido ese entusiasmo durante los años de formación afrontando las dificultades que le imponía retomar el estudio tras tantos años –su profesión era la de conductor de maquinaria pesada–, y la distancia a recorrer diariamente –él reside en el concejo de Villayón y las clases se imparten en Oviedo–. “El primer día que subía por las escaleras del Seminario me paré y me dije: ¿A dónde vas Miguel? Pero luego te encuentras con profesores muy buenos y compañeros estupendos”. Su familia fue el primer y fundamental apoyo en el nuevo camino que iniciaba y también se encontró con el reconocimiento de sus vecinos, “valoran el esfuerzo y el trabajo que haces, te dicen que se alegran que después de años de sacrificio llegue esta gran recompensa”. Una forma de verlo que le hace pensar que como diácono permanente será muy bien acogido: “notas que hay una cercanía con la gente. Eso ya te va llenando y te haces un poco la idea de cómo podrá ser”.
Siempre vinculado a la parroquia ve el diaconado como un nuevo paso en el que “el servicio a los demás es lo fundamental” y que a partir de ahora vivirá con más intensidad. “Todos mis compañeros me dicen que cuando estás ordenado y te revistes para hacer una celebración todo el carácter que te imprime te viene de golpe, te sube la moral. Coinciden todos en lo mismo y es lo que me está ocurriendo a mí ahora, sé que lo voy a sentir y te refuerza de una forma maravillosa”.