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Se trata de una obra de José del Castillo, Académico de Mérito de la Real Academia de las Artes de Madrid, fechado en el año 1787, tal y como consta en el dorso del lienzo.
Procede del extinto monasterio cisterciense de Santa María de Villanueva de Oscos, donde se localizaba en el oratorio del Abad, y actualmente se expone en el Museo de la Iglesia.
Este artista madrileño fue un pintor muy reconocido, sobre todo por sus cartones para tapices en la Real Fábrica de Tapices, que en la última etapa de su carrera producirá encargos de pintura religiosa para monasterios cistercienses, como el asturiano de Villanueva de Oscos o el leonés de Santa María de Carracedo.
Su formación en la escuela tardobarroca italiana se evidencia en los colores saturados y contrastados y en las formas delicadas. Los recursos barrocos efectistas de contraluz se manifiestan en la expresividad de los angelotes, mientras que la sencillez del aparato celestial lo aproxima a la estética más racional y contenida que se impondrá paulatinamente en la Academia de San Fernando frente a la tendencia italiana.
La iconografía y simbología mariana se representa en el nimbo estrellado, las flores (rosas y azucenas), el creciente lunar y los colores: el blanco de la túnica y el azul manto de la Virgen.
El 8 de diciembre la Iglesia celebra la solemnidad de La Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María, nueve meses antes de la fiesta de la Natividad de María que se celebra el 8 de septiembre.
La fiesta de la Inmaculada Concepción fue establecida por el Papa Sixto IV en el siglo XV y cuatro siglos más tarde, en 1854, el Papa Pio IX proclamó el dogma de fe de la Inmaculada Concepción de María en su bula Ineffabilis Deus, donde declara que, por una gracia especial de Dios, la Virgen María fue preservada de todo pecado desde su concepción.
