«Hoy estrenamos una Semana Santa inimaginable». Homilía de Mons. Sanz en el Domingo de Ramos

Publicado el 05/04/2020
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«Hoy estrenamos una Semana Santa inimaginable». Homilía de Mons. Sanz en el Domingo de Ramos

El Arzobispo de Oviedo, Mons. Sanz Montes, celebró la eucaristía del Domingo de Ramos a las 11 de la mañana en Covadonga, donde se encuentra confinado desde hace varias semanas, junto al Cabildo y las dos congregaciones religiosas que viven habitualmente en el Real Sitio. La celebración fue retransmitida a través del canal YouTube del Santuario, que emite en directo 24 horas, siete días a la semana.

Texto de la homilía:

Hoy no tenemos como escenario esa estampa preciosa de ver a los niños que habitualmente encontramos en las plazas y callejuelas que abren la procesión del domingo de Ramos camino de la iglesia. ¡Cuántas veces frente a la Catedral de Oviedo, como antes en Huesca o en Jaca, iba bendiciendo las palmas que llevaban los pequeños cerrando sus ojillos para que no les cayeran las gotas del agua bendita con que bendecía sus ramos! Mamás y abuelas llevaban en brazos a los bebés o empujaban los cochecillos en aquella comitiva de inocencia y ternura, mientras entonábamos cantos de alegría y algazara. Así abríamos la Semana Santa emulando a los niños hebreos que recibieron con sus cantos a Jesús que entraba en Jerusalén. Pero hoy, inevitablemente, la imagen es distinta, y no hay procesión que valga. La Santa Cueva de Covadonga, en medio de un día huracanado que anuncia lluvias fuertes, hace de escenario donde la plaza es este balcón en la roca, la catedral es el altar de la Santina, y la procesión tiene por niños aquellos que todavía tenemos en el alma los aquí presentes o los que nos siguen con sus padres y familias desde sus casas a través de una pantalla.

Quedan atrás las cinco semanas de una cuaresma única, como única es la Semana Santa que con los Ramos comienza. Única porque nunca antes había sucedido así y jamás después se repetirá tal y como ha sucedido. Un año después de la última Semana Santa, ¡cuántas cosas han ocurrido que hacen que tengamos inevitablemente una mirada distinta a las cosas que suceden por dentro y por fuera! Hemos soñado y hemos brindado por tantas cosas, pero también ha habido no pocas que nos han roto en llanto, que han sembrado miedo y dolor, y nos dejan a la intemperie de tamaña incertidumbre con lo que sucederá tras esta pandemia. ¡Cuántos episodios, noticias, circunstancias íntimas en el corazón o bien patentes en las afueras del alma, hacen que la Semana Santa que hoy comienza dibuje un paisaje novedoso con todas sus luces y todas sus sombras! Pero, sin embargo, en medio de estos renglones así de torcidos, Dios con tanta gente buena y entregada está contando historias maravillosas. Vaya a todos ellos de nuevo nuestra gratitud más conmovida y nuestra oración más entregada por el bien que cada cual desde su sitio está haciendo en esta circunstancia.

Dice el Evangelio de Lucas que Jesús iba por delante subiendo hacia Jerusalén(Lc19, 28). En primer lugar, dice que se trata de una subida. Esto tiene ante todo un significado muy concreto. Jericó, donde comenzó la última parte de la peregrinación de Jesús, se encuentra a 250 metros bajo el nivel del mar, mientras que Jerusalén —la meta del camino— está a 780 metros por encima: una subida de más de mil metros. Pero este camino exterior es sobre todo una imagen del movimiento interior de la existencia, que se realiza en el seguimiento de Cristo: es una subida a la verdadera altura del ser hombres. El hombre puede escoger un camino cómodo y evitar toda fatiga. También puede bajar, hasta lo vulgar. Puede hundirse en el pantano de la mentira y de la deshonestidad. Jesús camina delante de nosotros y va hacia lo alto. Él nos guía hacia lo que es grande, puro; nos guía hacia el aire saludable de las alturas: hacia la vida según la verdad; hacia la valentía que no se deja intimidar por la charlatanería de las opiniones dominantes; hacia la paciencia que soporta y sostiene al otro. Nos guía hacia la disponibilidad para con los que sufren, con los abandonados; hacia la fidelidad que está de la parte del otro incluso cuando la situación se pone difícil. Guía hacia la disponibilidad a prestar ayuda; hacia la bondad que no se deja desarmar ni siquiera por la ingratitud. Nos lleva hacia el amor, nos lleva hacia Dios.

Al llegar a la Ciudad Santa de Jerusalén, Jesús lo hizo montado en una humilde borriquilla (¡cuántas procesiones hoy no han salido emulando este escenario!). No es el rey que entra a caballo con espada en ristre, reduciendo a golpe de amenaza a los que encuentra en las calles para hacerlos cautivos de su pretensión de dominio. No cabalga Jesús a lomos de la prepotencia que inflige pavor. No frecuenta él los campos de batalla donde desafía a sus contrarios en un pulso de a ver quién puede más. Jesús entra montando un pollino de borrica: humildemente, con una altura que todos pueden ver, y tocar. Con un cabalgar pausado para poder ver a las personas y comprender sus retos y preguntas mirándose a los ojos.

Hosanna, le dijeron. Era el saludo de la bienvenida a quien llegaba como mensajero de la paz. Los niños hebreos y aquellas gentes sencillas, reconocieron a Jesús como un rey distinto: sus manos bendecían, sus labios susurraban palabras de vida, sus ojos eran capaces de mirar con ternura, mientras a su paso repartía con su gracia el bien y la paz. Sólo Jesús sabía el sentido hondo y las consecuencias de esa entrada aparentemente inocente y festiva. Un pueblo capaz de brindar su mejor acogida puede después si es domesticado con ideología, calculadamente corrompido o estratégicamente manipulado, cambiar su saludo de bienvenida por una orden de condenación. Tantos labios que cantaron el hosanna, días después vociferaron el crucifícalo.

Quedan atrás tantos recodos del camino en los que Jesús pasó haciendo el bien. Sus encuentros con la gente, su peculiar modo de abrazar el problema humano,unas veces brindando sus gozos como en las bodas de Caná, otras llorando sus sufrimientos como en Betania; en ocasiones curando todo tipo de dolencias, o iluminando todo tipo de oscuri­dad o saciando todo tipo de hambres, y en otras airado contra los negociantes en el templo y contra los fariseos en todas partes. Jesús que bendice, que enseña, que reza, que cura, que libera. Ahora es el momento último y final de este drama humano y divino. A él nos aso­mamos en el domingo de Ramos con el relato de la Pasión que hemos escuchado en el Evangelio.

Este año los ramos no pueden ser bendecidos directamente, pero pedimos al cielo una bendición desde aquí para que el Dios Todopoderoso bendiga con su bondad nuestras palmas: son las palmas que nos permiten aplaudir cada día al recitar el ángelus pidiendo la ayuda de la Virgen con nuestra oración, o agradecer la entrega de mucha gente buena con nuestra ovación: palmas que se aplauden. Estas son las palmas de este año, estos son los ramos con los que aclamamos a Jesús que entra en nuestra ciudad desierta y confinada. Los corazones son esos balcones, como lo son los hogares donde conviven las familias todo el santo día, mientras Jesús pasa entre nosotros indicándonos el horizonte de la esperanza. El hosanna es así de humilde, así de sentido y de consentido.

Con la Iglesia, con todos los cristia­nos, nos disponemos a re-vivir el memorial del amor con el que Jesús nos abrazó hasta hacernos nuevos, devolviéndonos la posibilidad de ser hijos de Dios y hermanos de los prójimos que Él nos da. Vivamos con hondura cristiana estas fechas tan centrales de nuestra fe en medio de esta insólita circunstancia. Y que conmovidos por el amor tan grande del Señor que nos está sosteniendo en estos momentos de dureza y dolor, podamos luego reconstruir un mundo que va a quedar maltrecho tras la pandemia, a fin de que sea reflejo fiel de cuanto Dios soñó para nosotros sus hijos. Pasarán los diluvios, como pasan las guerras y las pandemias. Luego deberemos reconstruir juntos todo lo que ha quedado, para lo cual pedimos al Señor que no nos deje de su mano, que nos ayude con su gracia y fortaleza mientras nosotros nos unimos para levantar tanto que ha caído ante nuestro pasmo.

Les recordaba esta mañana a estas hermanas y hermanos en la oración de laudes, que en el domingo de Ramos se solía estrenar algo. Hoy estrenamos una Semana Santa inimaginable. La Palabra de Dios, aunque sea siempre la misma, sus labios nunca la repiten. Y el regalo de su gracia que con sus manos nos reparte, siempre tiene la sorpresa de ser inédito y estrenable. Domingo de Ramos para estrenar la esperanza de un Dios que nos acompaña en todos estos lances. Hagamos el camino que hoy comenzamos al inicio de la Semana Santa y que nos conduce a la Pascua del Señor resucitado. Desde este balcón junto a la Santina de Covadonga, que ella nos bendiga y también nos acompañe.

 

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