Misa de Pascua 2024

Publicado el 31/03/2024
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Las calendas caen sin que podamos retener lo que nos gustaría completar de cuanto nos queda siempre pendiente. Han pasado ya los días del temporal sobrevenido, que nos tuvo en vilo mirando desaforados el cielo a cada hora para ver si salía o no la procesión programada de nuestra cofradía. Así hemos estado toda la semana con este invierno tardío y remolón que tantas sorpresas pasadas por agua y frío nos ha traído. Pero poco a poco, la primavera real hace su camino y devuelve los cielos a su natural escenario, y las temperaturas se ajustarán sin premura a las propias de esta época del año.

Los cristianos quisimos meternos con hondura en lo que en estas fechas hemos celebrado. Surcar los estertores del camino de Jesús, vivir con Él su desenlace, y volver a reconocer que ahí había un precio de una impropia compraventa: la que se sustancia entre lo que yo valgo y lo que por mí pagó Él. Desproporcionado finiquito que deja al pairo las mejores rebajas de enero, en un auténtico regalo por el que en el fondo yo no he debido pagar nada y Jesús asumió la factura infinita del coste de mi rescate.

Podrán seguir cayendo lluvias y nieves, podrán aparecer nubes grises y cerradas en el horizonte cotidiano, pero la noche ya no puede secuestrarnos los colores y las formas, ni puede censurar la belleza humilde de las cosas, ni imponernos con su penumbra la oscuridad asustadiza y delirante. El alba ha despuntado para no declinar jamás su sol mañanero, que lucirá incluso detrás de los nubarrones pasajeros que nunca se domiciliarán en nuestro terruño vital, cual okupas extranjeros que impíamente nos desplazan y arrinconan al amparo de cualquier impunidad.

Es el mensaje de la pascua cristiana: el mutismo sórdido ha dejado la vez a la palabra embellecedora y bondadosa, las negras sombras se han disuelto para siempre con las primeras luces del amanecer que no tramontará, y todo cuanto nos acorrala en su impostura cuando por algún motivo la vida nos aplasta, aunque nos duela en el alma no podrá ya destruirla ya. Cristo ha vencido toda muerte, ha disuelto todo encono, ha reconciliado todo conflicto, ha pacificado en la verdad cualquier contradicción. Este fue el anuncio gozoso y sorprendente, que llenó el corazón de los primeros discípulos testigos del desastre humanamente fracasado del Maestro. De pronto saltaron las piedras que aprisionaban la muerte y salió victoriosa la vida resucitada dejando para siempre el sepulcro vacío y sin el huésped que la habitaba. Que Jesús ha resucitado, como había dicho Él.

Es lo que el Evangelio de este día nos narra siguiendo el relato de San Juan. Una mujer en solitario acude al sepulcro como quien quiere al menos estar cerca de los despojos de aquel Maestro que transformó por entero su vida pecadora. Noble y triste a la vez su melancolía insufrible e insuperable. Pero hete aquí que al llegar descubre algo con lo que no contaba: la piedra quitada y el sepulcro vacío. No pudo sino salir corriendo para contar desaforada a Juan y Pedro que habían robado al Señor y no sabían dónde lo han puesto. Entonces comenzó la carrera de los dos discípulos. Fue una porfía en su prisa sin haber hecho una mínima apuesta. Llegó antes el más joven, pero cedió la vez al más maduro que llegó jadeando por la emoción y con sus preguntas todas. La descripción sencilla y lacónica fue el testimonio de cuanto sucedió: las vendas por el suelo, y el sudario que cubrió su cabeza, y que como sagrada reliquia veneramos en nuestra Catedral como enorme privilegio, era la prueba fehaciente de que aquellas ataduras, como aquella oquedad no podían seguir secuestrando la vida imparable en un rincón para la muerte vencida para siempre. Vieron y creyeron, los ojos de la fe se hicieron certeza en sus corazones y comprendieron que todo había sido anunciado como anticipo durante aquellos tres años inolvidables.

No hay mejor Buena Noticia que se pueda pensar, se pueda desear, se pueda merecer, más que esta que representa el regalo mayor que Dios concedió a nuestra atribulada humanidad. Por eso el anuncio del hecho, la proclamación de tan Buena Noticia, con mayúsculas, será siempre una saludable provocación. Son provocados nuestros desánimos y tristezas, nuestra mirada alicorta y asustadiza, nuestro escepticismo que nos hace rehenes del pasado o del presente invitándonos con trampa a ser soñadores de quimeras futuras. Todo eso salta por los aires con la Pascua cristiana al devolvernos la luz, la paz, la gracia, la bondad, llenando de verdad y de belleza cada momento y cada cosa.

Esto no quiere decir que todo el mundo esté en esta órbita, que los destinos de los pueblos se abran a tamaño regalo y ajusten así sus políticas injustas y erráticas, se arrepientan de sus mentiras como manera de gobernanza, de sus corrupciones tan despóticamente maquilladas, de sus manejos torticeros con impunidades legales con las que galvanizan sus vergüenzas, ni que acallen los tambores de guerras y violencias. Lamentablemente esto se sigue dando como torpe estribillo de una resulta: que hacer un mundo sin Dios es hacerlo contra el hombre (H. de Lubac). Pero la palabra última se la ha reservado el Señor resucitado, que nos susurra con música y letra lo que nos sugería el profeta (Is 62, 8-9). Y, Jesús Rescucitado nos dice: he cambiado tu luto en fiesta, tu sayal en traje de domingo, en tu cojera te sacaré a bailar y saltarás conmigo, tus abatimientos se convertirán en cánticos con estrofas gozosas que no terminan jamás en la fiesta de la verdadera pascua.

La vida sigue con su procesión cotidiana. Y es lo que en esta mañana expresan nuestras hermandades y cofradías concelebrando con nosotros sus andanzas semanasanteras de estos días, con sus atuendos cofrades, pero a rostro descubierto, compartiendo la única procesión en la que todos somos una sola cosa como pueblo de Dios: seguir a Cristo Resucitado por las calles en las que le hemos seguido en su dolor y en su llanto. Ahora toca hacerlo con el gozo fraternizado de sabernos cada uno con su guisa y su encanto, miembros de la cofradía más bella que a todos nos aguarda: la de la pascua. Es lo que de corazón os deseo a todos vosotros amigos y hermanos: que tengáis una feliz pascua. Y que en estos cincuenta días que se inauguran podamos cantar el Aleluya que no cabe en una sola jornada.

Con María, Reina de los Cielos, nos alegramos en esta bendita alborada en la que Jesús Resucitado ha encendido para siempre la luz que no se apaga. Felices pascuas.

 

+ Fr. Jesús Sanz Montes ofm
Arzobispo de Oviedo
SICBM El Salvador
Oviedo, 31 marzo de 2024