Homilía en las ordenaciones sacerdotes y diaconales 2020

Publicado el 14/09/2020
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Querido Señor Vicario General, Rectores de nuestros Seminarios, Cabildo de la Catedral y demás sacerdotes que nos acompañáis; diáconos y miembros de la vida consagrada; seminaristas y fieles cristianos laicos. El Señor ponga siempre en vuestros labios su palabra de paz y conduzca vuestros pasos por los caminos de su bien.

Hemos comenzado con el canto procesional de entrada, entonando la alegría de venir en este día del Señor a su casa, como los israelitas creyentes experimentaban ese inmenso gozo al vislumbrar las murallas de Jerusalén desde todas las procedencias a través de los caminos, con vergeles frondosos o con desiertos agostadores donde se ponía a prueba la esperanza. Detrás de este momento para nuestra Iglesia diocesana están los días de incertidumbre con los que también nosotros hemos debido ir trampeando las calendas de una agenda cada vez más insegura y cada vez menos firme en las fechas que nos eran dadas. Igual les ha sucedido a niños de Primera Comunión, a jóvenes con sus Confirmaciones, a novios con sus Bodas. Estos seis hermanos que esta tarde recibirán las Órdenes Sagradas, han sufrido igualmente el traslado del esperado día durante tantos años en sus vidas, las de sus comunidades cristianas, sus familias y amigos, y toda nuestra Iglesia diocesana. Pero, ha sido una alegría grande y humilde, cuando a todos se nos abrió la posibilidad de venir a la Casa del Señor, nuestra Catedral Sancta Ovetensis, para celebrar la ordenación presbiteral y diaconal de estos hermanos. Nos hemos deseado la paz, como el salmista, viviendo seguros dentro de estos muros e invocando todo bien en nuestro momento eclesial de agradecimiento por este regalo que Dios nos hace. Con un reducido número en la participación de los asistentes, respetando el aforo que se nos ha señalado también para nuestras celebraciones litúrgicas, estamos esta tarde aquí estos seis hermanos junto a sacerdotes de nuestro Presbiterio, religiosas, también sus amigos y familiares, y a cuantos nos siguen por el hoy estrenado canal YouTube en nuestra Catedral.

¡Cuántos momentos quedan atrás de la cita de esta tarde! Los que estamos ordenados ya como sacerdotes y diáconos, podemos también reconocernos en estos hermanos y al asistir como testigos del paso importante para sus vidas y la vida de esta Iglesia particular, renovar el paso que dimos cada cual hace años. En nosotros es una historia ya vivida, en ellos toda una historia por escribir y soñar. En todo caso, Dios con cada uno de nosotros va narrando una biografía vocacional que sabe de nombres, de lugares, de circunstancias humanas y creyentes, a través de todo lo cual el Señor relata con nuestro ministerio lo que con nosotros quiere decir y mostrar.

Siempre que tengo el inmerecido regalo de ordenar a unos hermanos, para mí representa un momento de gracia también, en donde le pido a Jesús Buen Pastor, que lo que por mis pobres manos y mis labios orantes van a recibir ellos por el ministerio de la Iglesia que secunda el mandato de Jesús a través del tiempo, no lo ofrezca como un sórdido cauce que no tiene nada que ver conmigo. Muy por el contrario, que lo que en esta tarde vivimos con la emoción agradecida de una gracia que de Dios proviene, nosotros los ya ordenados, y yo el ordenante, podamos renovar lo que en nuestro momento unos y otros fuimos recibiendo.

Se van a ungir las manos de presbítero a Miguel, y a los diáconos Marcos, Arturo, José Luis, Alfredo y Antonio se les entregará el libro de los Evangelios. A través de estos dos gestos, se os encomienda según el Orden de vuestro ministerio, que repartáis y proclaméis a los hermanos algo que recibís de Dios vosotros primero. No es un don que se os concede para vuestro privado aprovechamiento, sino para que seáis instrumentos del Señor que con el ministerio diaconal o presbiteral vais a acercar a aquellos que la Iglesia os irá confiando. Vivimos en un mundo despiadadamente solitario, asustado, fugitivo tantas veces, que en tantos momentos vive de espaldas a Dios mientras sufre el desencuentro con los hombres, dejándose llevar por intereses y pretensiones que no ayudan a madurar ni crecer. Ahí están todas las heridas, todas las preguntas, todos los escenarios, en los que vuestro ministerio se presentará como palabra que sin engaño ilumina tantas oscuridades, como respuesta que sin altanería da razón de la esperanza, como bálsamo que gratuitamente se ofrece como medicina de fe y de caridad en tantos desgarros humanos. Será vuestro ministerio como diáconos y como presbítero.

Hemos de explicar que el presbítero Miguel y los dos diáconos transitorios Arturo y Marcos -que serán ordenados sacerdotes dentro de un año, Dios mediante-, responden a la llamada que Dios les hizo como seguidores del Buen Pastor, abrazando el celibato como Él mismo eligió para sí, renunciando a constituir una familia para poder cuidar a tiempo pleno de la familia de Dios (digamos como inciso que será también el caso del diácono permanente Antonio, que no estando casado abrazará igualmente la condición del celibato para siempre). En todos ellos, su dedicación al Señor y a los hermanos tiene esta amplitud de disponibilidad que les permite ser enviados a donde más se les pueda necesitar en la Iglesia, teniendo esa libertad afectiva y efectiva de quien sin ningún condicionante se pone al servicio de Dios y de los hermanos dentro del Pueblo de Dios.

Junto al presbítero y a los dos diáconos transitorios, se ordenarán también tres diáconos que serán permanentes. Ellos no serán ordenados sacerdotes después, pues han recibido una vocación distinta: la de continuar en ese servicio, que es lo que significa la palabra “ministerio”, de un modo “permanente”. Unos están casados ya y con familia, otro está soltero y como tal quedará, todos tienen su trabajo civil e independencia económica. Normalmente los diáconos permanentes son hombres casados y ellos responden a una llamada que desde su vocación bautismal y matrimonial han ido poco a poco madurando. Fueron llamados a la vida, a la fe y al amor para formar una familia que Dios ha bendecido con hijos. Paulatinamente ha ido naciendo la inquietud que luego se verificó como auténtica vocación para servir a Dios en el ministerio diaconal entregándose a los hermanos. Ellos no han sido llamados al ministerio presbiteral, pero sí a dar el alto testimonio de la caridad desde su ministerio como diáconos. Se les confiará este servicio que pasa por la imposición de las manos que recibirán en la celebración de su ordenación diaconal.

Estos seis hermanos que con diferente camino y con distinto ministerio reciben este domingo la ordenación sagrada, no son personas que hayan obtenido un cargo tras ganar unas oposiciones o ponerse en la fila de una bolsa de trabajo, o personas que se empeñan en ejercer esta vocación simplemente por la pretensión de sus decisiones, sino que han recibido una llamada que han ido poco a poco discerniendo con la Iglesia, para decir sí a una vocación que significa servir a Dios y a los hermanos. Habrá luces que Dios enciende y que alumbrarán en el candelero de su entrega para las penumbras de tanta gente. Habrá gracia que el Señor regala y que repartirá con las manos de estos hermanos ordenados. Habrá paz que nace del Corazón de Dios y que ellos pondrán en las desesperanzas de tantas personas. Bienvenidos estos seis hermanos para ejercer su ministerio entre nosotros, como una Iglesia viva que sigue viendo crecer a sus hijos en el servicio concreto a los demás, secundando lo que Dios a cada uno da como sus instrumentos de la fe, el amor y la esperanza.

El Evangelio que acabamos de escuchar pone un foco importante en el ministerio que vosotros hoy vais a recibir, e ilumina también en todos nosotros un examen de nuestra vida cristiana. Es provocadora la parábola que Jesús propone, en cuyo relato uno termina indignado por la actitud de aquel malvado que no hizo con el otro lo que habían hecho con él. La parábola revela la insuficiencia de todas las leyes del talión, de todos los ajustes de cuentas, que siempre generan inhumanidad, insolidaridad, una justicia chata y demasiado pobre, porque no tiene corazón. Y es en este marco donde Jesús propone una modalidad extrema de perdón, como extremado fue también su mismo amor y entrega (Gál 2.20). A la pregunta inicial de Pedro: «¿cuántas veces tengo que perdonar a mi hermano?», el Señor responderá: tantas como mi Padre Dios te ha perdonado a ti, es decir,  todas las veces, siempre.

Los que todavía andan midiendo los perdones, los que perdonan desde la ley y por la ley y son proclives a la sanción pura y dura, los que “perdonan, pero no olvidan”…, no entenderán la propuesta de Jesús. Esta es, ni más ni menos, que perdonar, así como somos perdonados (como a la inversa rezamos en el Padrenuestro), tratar a los otros y tratarnos entre nosotros tal como Dios nos trata siempre a nosotros. Con lo cual, la pregunta de fondo, la más importante para nosotros, no es tanto saber hasta dónde puede llegar nuestra generosidad perdonadora, sino más bien cuánta experiencia tenemos de haber sido perdonados por el Señor.

En vuestro caso, hermanos Miguel, Arturo, Marcos, José Luís, Antonio, Alfredo, la llamada que se os hace es que seáis testigos no de vuestra medida, de vuestra gana, de vuestro humor, de vuestro tiempo, de vuestro favor, sino testigo de Otro más grande que ha irrumpido en vuestra vida como un acontecimiento capaz de cambiarla para siempre: vuestra voz es humilde eco de otra Palabra, vuestra presencia es reflejo de otra Belleza, y así, teniendo la experiencia viva y no prestada del paso de Dios en vuestra personal existencia vocacionada, podréis ser ese eco y ese reflejo de quien proclama lo que antes habéis escuchado y repartís lo que antes se os ha regalado.

En estos momentos de tanto dolor por una pandemia que nos deja a la intemperie de nuestros miedos e incertidumbres, ¿no necesita nuestro mundo que entre en sus calles un aire fresco y un viento de esperanza, que venga ventilado por quienes se saben perdonados por Dios, por quienes han experimentado su misericordia, y que por lo tanto, al igual que el Señor, también ellos perdonan de corazón como una parábola viviente que sabe a la Buena Nueva? Este es el desmedido perdón que no sabe de medidas, el que nos ofrece Jesús y del que nosotros debemos ser testigos.

Dios no es ajeno, ni un intruso, sino quien nos apunta un modo distinto de hacer las cosas, de mirar a las personas, de construir un mundo diverso. Así, el perdón que nace de la misericordia no es un modo piadoso de regar fuera del tiesto, de salir por la tangente de lo irreal e incierto, sino un recordatorio del compromiso al que estamos todos llamados para construir cada cual desde su ladera vocacional algo verdadero, que posibilite la fraternidad en un mundo demasiado fratricida y huérfano. Dios nos perdona si nos abrimos a su gracia: esta es la buena noticia que siempre nos salva. De esto debéis ser testigos vosotros especialmente, hermanos que vais ahora a recibir la ordenación presbiteral y diaconal.

A vosotros mi felicitación, que hago extensiva a vuestras familias, amigos y a las parroquias en las que habéis crecido, a cuantos os han ayudado a responder a la llamada recibida. Es una alegría grande para toda nuestra Iglesia diocesana y para la Iglesia universal, que en esta tarde tiene cabida dentro de las naves de nuestra Catedral. Que Dios que comenzó en vosotros esta historia, Él la lleve a su fiel maduración con la intercesión de María y de todos los santos, junto con la ayuda fraterna de los que caminamos a vuestro lado. El Señor os bendiga y os guarde.

 

+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo
Catedral de Oviedo, 13 sept. 2020

 

 

 

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