Homilía en la festividad de la Virgen de Covadonga 2021

Publicado el 08/09/2021
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Querido Sr. Vicario General de la Archidiócesis de Oviedo, Sr. Abad y canónigos capitulares de Covadonga, hermanos sacerdotes y diáconos. Excmos. Sres.: Presidente del Principado de Asturias y Alcalde de Cangas de Onís. Autoridades Civiles, Judiciales, Militares, Académicas, Culturales y Sociales. Miembros de la vida consagrada, seminaristas, fieles cristianos laicos. Queridos hermanos y hermanas que nos siguen a través de los medios de comunicación: El Señor llene siempre de Paz vuestro corazón y acompañe vuestros pasos por los caminos del Bien.

La holganza veraniega ha hecho de Asturias un lugar elegido por tantas personas del resto de España y allende nuestras fronteras. Ha sido la opción más deseada por parte de tantos que han descubierto en nuestra tierra la belleza agreste y arcaica de sus bosques y montañas, sus acantilados y playas, pintando de esperanza un horizonte tan grande como sus rincones y entrañas. Pero también han contado las ciudades y villas y un sinfín de pueblos, todos ellos ejemplares por su encanto. Y por supuesto las personas: siempre crece mi admiración por nuestra gente asturiana: noble y sincera, acogedora y simpática, que aporta un importante activo al asombro grato que suscita Asturias. Y junto con la belleza natural y la bondad de nuestra gente, está la historia con su singladura a través de los siglos, una historia que sabe de valores y resistencia. Una historia de páginas gloriosas en sus mil laberintos de luz y sombra, de sudor y sangre, de ilusiones y algazaras, de llantos y sonrisas; una historia por la que brindar en positivo, o en la que aprender incluso de las pesadillas. Es la historia sucedida que no hay que inventar, ni volver a escribir con tinta de ideología; una historia agridulce y claroscura, como siempre es la que los humanos narramos con todos nuestros lances. Son los valores que hemos recibido de nuestros mayores, y la reconquista de lo que vale la pena cuando alguien nos zarandea y nos invade con intrusiones advenedizas.

En esta tierra nuestra tan rica en colores, en valores y esfuerzo cotidiano para hacerla mejor cada día, hay también una trama religiosa. Las raíces asturianas, son raíces cristianas que a través de los siglos han ido entonando las notas de la caridad hecha gesto, la fe profesada y la esperanza como motor de lo mejor cada mañana. Tropiezos y fallos, también los hemos tenido. Pero la sabiduría ancestral de nuestro pueblo, se acompasa con la belleza natural que nos circunda y la bondad de nuestras gentes, teniendo esa denominación de origen de la mejor tradición cristiana.

Este es el mapa natural, humano, histórico y religioso, que bien está recordarlo en el día en el que Asturias celebra su fiesta, coincidiendo con convocatoria entrañable en torno a nuestra querida Santina de Covadonga en este día de su festejo cristiano y social. Esta es la fecha que pacífica y agradecidamente celebramos en Asturias desde hace tantos años. Suben los voladores detonando en los cielos su chispa de alegría, se escancia la sidrina para tomar los culines de la fraterna amistad, y venimos en romería a este querido Santuario, verdadero corazón de todo lo que significa y es esta Asturias, patria querida.

Al doblar las calendas de septiembre se impone la llamada “operación retorno”. Volver a lo cotidiano tras un periodo de vacación y descanso, si hemos podido disfrutarlo. Nuestros peques vuelven al cole, se retoman las agendas sociales, parlamentarias, docentes, judiciales y eclesiales. Todo vuelve a su cauce habitual en un curso que comienza tras la festividad de la Santina, día de esta querida Asturias. Pero no es un cansino zambullirse en lo cotidiano sabido y manido, secando aburridos el sudor en nuestras frentes, sabiéndonos a poco las escasas holganzas. Porque afrontar así el recomienzo, es empezar perdiendo la batalla ante el escepticismo y la desesperanza.

Todo nos esperaba donde lo dejamos. La pandemia nos sigue llamando a la prudencia y a la responsabilidad en este pulso que ha puesto en jaque tantas cosas, pero que en Asturias apunta maneras por la gestión que está haciendo nuestro gobierno regional y la generosa colaboración ciudadana. Hay otros escenarios manos halagüeños como los índices de paro laboral, especialmente entre la población más joven, el pago de la luz cuyas facturas nos apagan, o la tasa de natalidad a la baja haciendo de nuestra región la más envejecida de España. El panorama que dibujan algunas leyes sin demanda ni debate social, demasiado oportunistas para la demagogia gubernamental, que siguen sembrando crispación y una impuesta transformación de la sociedad al albur de ideologías varias. Ya quisiera yo que niños abortados o ancianos y enfermos eutanasiados sin paliativos tuvieran la legislación protectora que se les brinda a los toros. Mal asunto cuando la estocada se da en el seno materno, o cuando en el dolor terminal se da la puntilla al enfermo; esto es otra corrida… subvencionada. Y no despeja este recomienzo del curso el panorama internacional con la inestable de paz entre los pueblos, viendo lo que algunos fundamentalistas de turbante o turbadores de guante blanco, hacen con las mujeres, las niñas, y con los cristianos a los que degüellan sin miramiento ante la indiferencia internacional.

Podría parecer que la primera plana de este periódico de actualidad estaría ensombreciendo cualquier atisbo de salida en el horizonte terco de profunda crisis como el nuestro. Pero es aquí precisamente donde emerge la oportunidad de escribir un guion diferente desde nuestras respectivas responsabilidades. Y donde la fiesta que celebramos puede acercar la luz que haga de nuestra vida una casa encendida y la ciudad se llene de alegría.

Hemos escuchado en el Evangelio de este día que María subió con prisa a la montaña, igual que nosotros vamos apresurados saliendo cuanto antes de lo que puede apagarnos, lo que puede secuestrar nuestra esperanza. María hizo aquel viaje arriesgado para una joven que además estaba encinta, pero no se quedó en el calculado interés de su comodidad o de sus componendas egoístas. Aceptó el reto y se dejó empujar en la aventura de salir de su pequeño Nazaret para ir al encuentro de quien la estaba necesitando, yendo gozosa al encuentro de Isabel, su prima. Ambas eran testigos de un milagro: recibir la vida cuando ésta no había llamado a la puerta, o cuando pasó de largo cada día. María jovencita, Isabel anciana, madres de aquel milagro de un Dios que tiene recursos e iniciativas, y es capaz de ofrecer en el momento más oscuro una luz que no declina, poniendo horizonte de esperanza en donde sólo había callejones sin salida. El arcángel Gabriel se lo dijo: asómate a la vida, y deletrea lo que allí Dios escribe, porque lo que parece imposible para tus posibilidades, Él lo hace posible con la gratuidad más gratuita.

Habría que poner nombre a nuestra prisa, a nuestros imposibles, cuando vemos cómo se cierran puertas, se conculcan derechos, se acumulan violencias y planean nubarrones de incertidumbre en nuestras vidas. Porque la fe cristiana no consiste en una evasión piadosa torciendo nuestros ojos a mundos irreales. La fe cristiana afronta la realidad pidiéndole prestada a María la mirada para ver que Dios hace milagros en nuestros imposibles posibilitando lo que es justo y bello, verdadero y bondadoso… en medio de tanta injusticia, mentira y malicia. María e Isabel se encontraron, y lo mejor de sus senos maternos, saltó de alegría. Dios hizo el resto.

Quiero terminar con una anécdota personal. Me sucedió en Guadalupe, el célebre monasterio extremeño que atienden mis hermanos franciscanos. Contemplaba desde un altozano el panorama de aquel rincón lleno de sugerente belleza. El sol se iba ocultando poco a poco, besando con sus rayos aquellos parajes con todos sus colores de otoño. Allí había una familia. Una niña andaba enredando con su muñeca bien peinada. Tenía siete años. Percibí enseguida que la pequeña era ciega, de nacimiento, según me explicaron. Me sorprendió su simpatía, la alegría inocente que te embelesaba, el bello timbre de su voz y el buen gusto para cantar, como nos demostró en una cantinela enseguida.

En estas estábamos cuando, subida en la escalera de un tobogán infantil, le dijo a su padre: “Papá, ¿qué se ve desde aquí arriba?”. Entonces, el padre, con ternura emocionada, le fue describiendo lo que desde allí se podía ver con todo lujo de detalles, pues su pequeña “vería” por sus ojos cuanto desde allí se contemplaba. Ella, al acabar el relato su padre, exclamó: “¡qué hermoso es todo esto, qué bella es la vida!, gracias, papá”, y deslizándose por el tobogán, sin más siguió jugando. Así de simple y de conmovedor, que me hace sencillo y conmovido cuando recuerdo esa escena que no quiero olvidar.

Aquellos buenos padres no sólo no maldijeron a Dios por su hija ciega, sino que era para ellos un continuo regalo que les iluminó la vida. En tantos momentos tendrán que prestarle los ojos a su pequeña, para que allí asomada pueda misteriosamente ver la realidad y agradecerla. Pero también la niña prestando a sus padres su ceguera, ¡cuántas cosas han empezado a ver paradójicamente, esas que sólo se ven con el corazón! Aquella hermosa familia, lejos de resignarse tristemente ante una vida truncada en su hija invidente, acogieron en ella una verdadera bendición que les permitió también a ellos, asomarse a las cosas desde aquella niña. Es su hija quien les enseña a escuchar, a emocionarse, o a trabajar animosos más allá de las limitaciones. Benditos si en nuestras carencias personales y sociales somos completados por quienes no las tienen, y si nos prestamos a ayudar desde los dones que hemos recibido a los que puedan ser más pobres que nosotros. No el toma y daca que nos astilla, enfrenta y hiere, sino la complementariedad leal por la que nos hacemos hermanos verdaderamente.

Al dar los primeros pasos en la nueva andadura que juntos comenzamos aquí en Covadonga, Asturias tiene estas idas y venidas con todos los escenarios sociales, políticos, económicos y religiosos ante nuestra mirada. En ellos están nuestras cegueras y nuestras clarividencias como un reto que quiere sacar lo mejor de nosotros, eso que salta de alegría cuando nos tratamos como Isabel fue tratada por María. No en vano este punto de partida, goza de la mirada de nuestra Santina que pone en nuestras manos la urgencia de un compromiso y en nuestros corazones la certeza de nuestra esperanza.

Agradezco a nuestros curas el esfuerzo precioso por animar a nuestro pueblo con palabras de Buena Nueva, a nuestros religiosos y catequistas, a nuestra gente de Cáritas. A quienes desde su ámbito político y educativo, sanitario y social, judicial y desde las fuerzas de seguridad, se esfuerzan también por construir un mundo mejor que disipe nubarrones y pueda llenar la ciudad de alegría y esperanza.

Feliz curso y que la Santina nos acompañe y nos bendiga.

 

+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo
8 Septiembre de 2021

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