Homilía Domingo de Pascua (21 de abril 2019)            

Publicado el 22/04/2019
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Queridos hermanos: paz y bien.

Es hermoso ver hoy en la Catedral a nuestras Cofradías que han deambulado estos días atrás del triduo pascual por nuestras calles y plazas. Lo bello es verlas a cara descubierta donde hay en los más pequeños o en los adultos que los acompañan un semblante de alegría, la propia de un día de pascua. Las nubes de estos días hicieron llover sus gotas y yo vi llorar en más de uno las lágrimas del desencanto. Pero la lluvia terminó, vuestros llantos cesaron y ha vuelto a salir el sol, encontrándoos en la procesión de la vida dispuestos a seguir dando vuestro precioso alegato. Gracias por la labor de nuestras Hermandades y Cofradías: por vuestro cristiano testimonio, la formación catequética de los cofrades y el compromiso eclesial con los más desfavorecidos.

Hoy sí que tañen las campanas. Ya anoche comenzaron festivas y aunque no se oigan, las campanas no paran. Porque hay un motivo de alegría que ellas quieren contarnos con sus tañidos sin par. La oscuridad de todas nuestras historias negras, han perdido sus penumbras con la salida del sol. La pena que nos arruga por los retos humillantes que nos aplastan, ya no tiene pesadumbre que abogar. Cuanto de conflicto interior o de cuita exterior nos enfrenta y divide, dejaron de ser motivo que nos hiciera rehenes del mal. ¿Qué ha ocurrido en estas horas, quién ha venido de improviso, qué se ha vuelto a empezar como antaño o a estrenar como su primera vez?

Lo hemos oído en la oración colecta de esta misa de Pascua: las puertas de la eternidad han vencido en este día la muerte. Están abiertas de par en par y nos invitan a pasar acompañados del Señor resucitado, de María y todos los santos, porque los callejones que nos han confinado ante los muros de la tristeza y la melancolía, ya tienen salida por esas puertas que se abren.

Pero he aquí que viene la contradicción asustadiza. Si todo es así de resultón y es tan grande la buena noticia, ¿por qué las cosas no se ajustan a lo que escenificamos en la liturgia los cristianos este día? Podríamos traer a colación lo que hoy nos dicen los medios de comunicación para sospechar que algo hay que no ha salido como se esperaba, como se anunció hace dos mil años. Esta madrugada en Sri Lanka han fallecido en un atentado terrorista al menos 187 cristianos y unos 400 heridos en la misa de Pascua, como esta que nosotros estamos aquí celebrando. Se reabre el temor de que aparezca en Irlanda la zarpa del terror tras veinte años de paz. Las tramas de corrupción en conocidas tiranías latinoamericanas laminan su aparente populismo libertador. Y a esto podríamos añadir los manejos de poder ideológico que con la mentira y las falsas proclamas se plantean comicios electorales en tantas partes del mundo, y entre ellos en España. Pueblos enteros sumidos en la pobreza, las hambrunas y las guerras. Violaciones, abortos y eutanasias, familias rotas, jóvenes sin esperanza, ancianos asustados, niños abandonados a su miseria.

Viene entonces la pregunta: ¿Cristo ha resucitado y nos ha abierto de veras las puertas de la vida y de la paz? Y habría que añadir obviamente nuestra situación personal de creyentes cristianos, donde en nuestra propia vida se dan cada día las contradicciones de nuestra incoherencia que describen nuestras tibiezas, temores y pecados. Hemos de decir en un día como este de Pascua que efectivamente Cristo ha resucitado, pero nosotros todavía no, o no del todo. Y tenemos sólo reflejos de esa victoria ganada, atisbos de esa luz amanecida, momentos gozosos en los que se hace verdad que estamos en el recto camino, aunque haya derroteros que como falsos atajos son caminos a ninguna parte. No es incompatible el triunfo del Señor sobre su muerte con la realidad humilde de un mundo que no termina de nacer por ser un mundo inacabado. También nosotros somos testigos de esas primicias que en el mundo y en nosotros mismos se están dando como verdadera parábola de quien pasó haciendo el bien y curándonos de tantas asechanzas del diablo, como ha dicho la primera lectura en palabras del apóstol Pedro.

Es cabalmente el relato que nos ha acercado el Evangelio de san Juan que el domingo de Pascua leemos. María Magdalena, Pedro y Juan protagonizan esa trama en la que fácilmente nosotros podemos reconocernos dentro. Jesús ya había resucitado, pero ellos seguían buscándolo entre los muertos. Él había salido de la oscuridad del sepulcro dejándolo para siempre vacío, pero ellos, era allí a donde únicamente se asomaban. Todo lo más iban y venían, lloraban y se hacían mil preguntas, constataban que la piedra estaba movida, los lienzos de su cuerpo y el sudario de su cabeza (que como preciosa reliquia custodiamos y veneramos aquí en nuestra Catedral de Oviedo, en la Cámara Santa), atestiguaban que él no estaba allí… pero les costaba ponerse en el escenario del Resucitado. Cristo había vencido, ellos todavía no. Sólo Juan vio y creyó, comprendiendo entonces que ya lo anunció Jesús: que resucitaría de los muertos.

Este es el desafío que tenemos los creyentes cristianos en este mundo, cuando vemos lo que ocurre a nuestro alrededor o lo que acontece en nuestros adentros. Que participamos de algo inacabado, fragmentario y no resuelto. Pero se nos invita a ser testigos de nuestra incapacidad y desasosiegos, sino testigos de la victoria del Señor resucitado. Él como cabeza ya ha triunfado de la muerte en todas sus formas, nosotros que somos su cuerpo estamos en ello, si nos dejamos y si creemos en ello. Y esto es lo que la Iglesia reconoce en los santos como partícipes del triunfo pascual de Jesús. Nosotros que no somos santos, aunque caminemos hacia ello con una santidad sencilla y cotidiana, nos queremos espejar en el Señor y en sus amigos más fieles que con Él han llegado a la orilla de la belleza y bondad que en pascua brilla con su luz resucitada.

Vale la pena asomarse hoy al extraordinario lienzo del suizo Eugène Burnand (+ 1921): «En la mañana de la resurrección, los Discípulos Pedro y Juan caminan hacia la tumba», y sentir esa tensión que este artista plasmó en los rostros de estos dos discípulos. O habría que embelesarse en la escucha del oratorio de “El Mesías” que compuso el gran Georg Friedrich Haendel. Todos los artistas con sus pinceles o cinceles, todos los músicos con sus notas, y con sus versos los poetas nos han ambientado este momento indescriptible e intransferible. ¿Corremos nosotros al sepulcro de Cristo? ¿Qué obra de arte, cantata o poema representa en la búsqueda del Señor resucitado mi vida?

A pesar de las dificultades, decimos sin engaño que su resurrección es el triunfo de la luz sobre todas las sombras, la esperanza viva cumplida en la tierra de todas las muertes. No hay espacio ya para el temor, porque cualquier dolor y vacío, cualquier luto y tristeza, aunque haya que enjugarlos con lágrimas humildes, no podrán arañar nuestra esperanza, nuestra luz y nuestra vida… Porque Cristo ha resucitado, y en Él, como en el primero de todos los que después hemos seguido, se ha cumplido el sueño del Padre Dios, un sueño de bondad y belleza, de amor y felicidad, de bienaventuranza y alegría. El sueño que Él nos ofrece como alternativa a todas nuestras pesadillas.

Hermanos y hermanas, feliz Pascua. El Señor os guarde y os bendiga.

 

+ Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo
Santa Iglesia Catedral Metropolitana
21 abril de 2019

 

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