Homilía de Clausura en el Encuentro de la Provincia Eclesiástica de Oviedo 2023

Publicado el 10/11/2023
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Hemos vivido estos tres días como una verdadera experiencia de fraternidad entre obispos, vicarios y arciprestes de nuestra Provincia Eclesiástica de Oviedo. Bendita “sinodalidad” de nuestro ministerio compartido y concelebrado. En el marco de belleza natural, de cuna histórica y de corazón espiritual que es siempre Covadonga, la Santina nos ha acogido y acompañado en estas jornadas de convivencia, estudio y oración.

Fuimos convocados por un relato de encuentro que nos traía una gran pregunta sobre cómo nos comunicamos. Los interlocutores serán siempre los mismos: Dios, el hermano, la historia. Encuentros diferenciados pero, sencillamente inseparables. Y nos fijábamos ya la primera noche en torno a las tres preposiciones que los entrelazaban: a Dios, con los hermanos, para la historia.

Todo tiene su relato y esto aparece plasmado también como carencia o plenitud en los encuentros que no hemos tenido o que acaso hemos olvidado, así como los que humildemente vivimos y testimoniamos. Nuestra vida es una permanente nostalgia de lo que aún no hemos encontrado de veras hasta cambiarnos realmente la vida. Si nos falta ese encuentro, nuestro relato puede ser hermoso, vistoso, pero con el alto riesgo de ser un relato prestado y no fruto de un encuentro. Lo decía el papa Benedicto XVI al comienzo de su primera encíclica: «No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida» (Deus caritas est, 1).

El Evangelio que hemos escuchado nos asoma al modo como Dios ha querido hacérsenos presente propiciando precisamente un encuentro. El comienzo de su trabajo evangelizador tendrá el encanto de un encuentro sencillo, en un cruce de miradas entre Él que pasaba y Juan y Andrés que le esperaban sin saberlo: “¿dónde vives, Maestro?” –le dijeron. Fueron, vieron y se quedaron con Él. Eran las 4 de la tarde, anotará Juan, cuando muy anciano recoja este momento inolvidable en su Evangelio en el relato que dejará a su comunidad de Éfeso escrito hacia el año 90 (Cf. Jn 1,35).

El encuentro con un Dios real y concreto que pasa entre las mil esperas y preguntas de mi vida, y que viene a decirme: cuanto tu añoras y cuanto en ti interroga, la luz y la verdad para la que naciste, la felicidad que de tantos modos buscas, encuentra todo ello en mí la plenitud que las calma y que las colma. Sí, el encuentro sencillo en la encrucijada de cada día que Dios propicia y desea. Las cuatro de la tarde de Juan, pueden coincidir con cualquier circunstancia de nuestras idas y venidas. Pero aquel encuentro marcará para siempre la vida del discípulo. De hecho su Evangelio es un proceso, como la vida misma: de aquella permanencia inicial (fueron y se quedaron con Él), se irá tejiendo la pertenencia final que describe el 4º Evangelio. Porque podemos permanecer en los lugares sin pertenecer a nadie, y entonces sólo cabe el préstamo de relatos ajenos de un encuentro que no se ha dado en mi corazón, ni ha transformado de veras mi vida para siempre. Por este motivo me llamó la atención la diferencia que se nos propuso en las ponencias entre estar conectados a una red y pertenecer a alguien. La red puede ser el sistema en el conjunto de mi vida con sus luces y sombras, sus gracias y pecados: el trabajo pastoral, los avatares y fatigas apostólicas, los retos que tenemos por doquier, los fracasos y desilusiones, la soledad y las incomprensiones. La pertenencia es algo mucho más sencillo y más fundamental: saber que hay alguien para quien mi vida cuenta, que la conoce, que sabe mi nombre, que cuenta mis años cuando se cumplen, que me espera cada instante, que me sostiene en mis embates, que llena cada instante de mi camino del más bello y auténtico significado. Conectarnos a una red de vorágine sin la certeza de una pertenencia amorosa, suscita sólo el desgaste escéptico y las fugas indebidas en los caminos a ninguna parte. Porque la vida puede dolernos en tantos momentos, pero no nos destruye jamás si hay alguien a quien pertenece mi corazón y fundamenta mis ideales. Por eso se nos ha repetido en varias ocasiones que no basta estar conectados en la red, sino dejarnos encontrar por quien nos espera y con quien vivir la conversación de la vida con todos sus registros cuando estos llegan.

Además de la comunicación con Dios en nuestra vida, también abordamos la comunicación con los hermanos, que serán siempre complementarios en la edificación del Reino de Dios que han confiado a nuestras manos sacerdotales. No somos rivales que porfían hasta enemistarnos, ni colegas irresponsables que se protegen con complicidad perversa. Somos complementarios, como esa ayuda adecuada que se le otorgó a la primera pareja en el edén del principio. Nos necesitamos, porque quien no se hace mendigo de su hermano es que se autoafirma como falso dios ante él. Sólo Dios lo sabe todo, lo tiene todo, lo puede todo. La comunión fraterna lo que está expresando es esa tensión hacia el otro considerándolo como un hermano que me complementa porque sabe lo que yo ignoro y en él Dios me lo enseña, porque tiene lo que a mí me falta y en él Dios me lo regala, y porque puede lo que yo solo sería incapaz y en él Dios lo posibilita conmigo. Es decir, una persona que se autoafirmase como dios falso ante sus hermanos, no tendría nada que aprender, ni compartir, ni pedir, porque en la ficción de que se autoabastece por sí mismo, cree que todo lo sabe ya, todo lo tiene ya y todo lo puede ya. Este es el origen de todos los enfrentamientos entre los hombres, lo que da como resultado todas la imposturas e intolerancias que en el mundo han sido. La comunión fraterna está reclamando esta conciencia de saludable mendicidad que me empuja a abrirme a un hermano de quien tengo que aprender y al que tengo que enseñar, de quien puedo recibir y al que puedo regalar, con quien es posible hacer un camino de mutua ayuda para un destino común.

Y finalmente, la historia que es esa creación que gime con dolores de parto como dice Pablo en la carta a los Romanos. El gemido de la creación, es el grito de una historia inconclusa, una historia sucumbida en las mil fracturas que hacen del relato de los siglos algo ambiguo, agridulce y claroscuro. Todas las conquistas de una humanidad perfeccionada y todas las derrotas de esa humanidad pervertida, todos los avances en tantos sentidos y todos los retrocesos inconcebibles. El símil que emplea San Pablo es elocuente: los gemidos de un parto, es decir, el grito de la vida que no sabe nacer, que no acierta a darse a luz, que no logra superar su eterna gestación como una historia inacabada que se sabe rematar, ni aprender de los errores del pasado, ni afianzar las victorias logradas, ni seguir soñando serenamente nuevos horizontes. A esta historia contradictoria y preciosa a la vez, asustada por sus derivas violentas y esperanzada por la belleza que la salva, a esta historia se nos envía como testigos del encuentro con Dios y con los hermanos, para anunciar la buena noticia que nos trajo Jesús. Este es el relato de un encuentro, que nos permite comunicarnos como hijos ante Dios, como hermanos ante el prójimo, y como artífices colaboradores en la historia inacabada y redimida ya.

Le pedimos a la Santina nuestra Madre, que no deje de acompañarnos en las bodas de la vida como en una espicha grata y compartida, escanciando el vino sabroso y sereno en que se transforman nuestras aguas insípidas y turbulentas. Haced lo que Él os diga, les dijo María a los sirvientes. Porque Ella siempre hizo lo que Dios le dijo. Fiat. Hágase en nosotros según su Palabra. Amén.

 

 

+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm

Arzobispo de Oviedo

 

Covadonga, 5-8 noviembre de 2023