Domingo de Ramos 2024

Publicado el 24/03/2024
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Querido Sr. Vicario General, Sr. Deán de la Catedral y demás sacerdotes concelebrantes. Excmo. Sr. Alcalde y Corporación Municipal, con afecto y gratitud les doy la bienvenida a este tipo de actos que compartimos en nuestro anual calendario. En los aquí presentes, no hay consignas censuradoras que empujan a vivir la fe cristiana o la representación ciudadana de una manera clandestina o ausente. Al Equipo de gobierno y a los demás concejales, os agradezco vuestra presencia. Igualmente digo respecto de los Hermanos Mayores de nuestras Cofradías y Hermandades. Hoy comienza la Semana Santa, semana grande que habéis preparado con empeño. Nos volveremos a ver el día de Pascua de nuevo aquí en la Catedral de Oviedo. Religiosas, seminarista, hermanos todos en el Señor: Paz y Bien.

Fue día de Ramos. Parece ser que no llovió. Desconocemos el día de la semana, pero no cayó en domingo, puesto que no existía todavía esa cita semanal tan hondamente cristiana. Llegando a Jerusalén, la Ciudad Santa, entró Jesús rodeado de sus discípulos como escoltas distraídos que se admiraban de la popularidad del Maestro. Fue reconocido en seguida por tantos. Allí estarían los hambrientos a los que les dio la hogaza de su milagro y el pan de su palabra. Allí también los cojos a los que puso a correr, a brincar y bailar, los ciegos de tantas cegueras a quienes les abrió los ojos, los sordos de tantas verdades a los que les quitó el tapón de los oídos. ¡Cuántos pequeños milagros de la vida cotidiana se iban sucediendo durante aquellos tres años entre idas y venidas!

Pero igualmente estarían los niños a los que contempló jugar e intercambiar travesuras con sus historias y sus cantos. Y los adultos con todas sus trampas e hipocresías, sus mentiras y pecados, para los que tuvo una mirada sincera de verdad, que quizás por primera vez en sus vidas se cruzó con sus rostros: publicanos corruptos como Zaqueo, fariseos cobardones como Nicodemo, prostitutas arrepentidas como Magdalena. Todos ellos de algún modo formaron parte de esa improvisada comitiva que en torno a Jesús se fue formando aquella mañana. Y no sabiendo cómo contener el gozo del reencuentro, comenzaron a entonar sus hosannas, sus vivas, y agitaban palmas de palmeras y ramos de olivos, como una foresta festiva que se abría de par en par para recibir a un amigo, a un maestro, nada menos que a un Mesías.

No entraba en un caballo corcel guerrero enarbolando el estandarte de su última victoria, ni le acompañaba una legión soldadesca como si fueran salvaguardias a sueldo y con encomiendas pendencieras. Era sólo eso: que llegaba Jesús con sus discípulos, montado sobre un simple pollino de borrica abriéndose el paso ante una muchedumbre entregada y agradecida. Los mantos por el suelo como alfombra de bienvenida. También nosotros sabemos paradójicamente que sus heridas nos han curado como nos ha recordado el profeta en la primera lectura (cf. Is 50, 4-7). Y que el que nos hizo semejantes a Él, quiso hacerse semejante a nosotros al asumir nuestra humanidad sin dejar de ser Dios, como ha dicho San Pablo (cf. Filp 2, 6-11).

Hoy comienza la Semana Santa con el recuerdo de aquella entrada triunfal sin ser triunfalista, cuando Jesús y sus amigos todos le hacían hueco en su memoria y en sus corazones con todo el agradecimiento por lo que supuso en cada uno de ellos haberse encontrado con semejante hermano que tenía Palabras de Vida, y manos tiernas que bendecían, con las que repartió en abundancia la gracia que ellos más necesitaban y querían.

Son días llenos de unción, donde podremos expresar y ahondar los cristianos el centro de nuestra fe y de dónde parte el motivo de nuestra esperanza más sentida. Días de recogimiento con un silencio respetuoso para acoger lo que el Señor nos diga. Para recordar quizás viejas palabras que de no escucharlas han terminado siendo mudas e incapaces de conmovernos como aquella vez que las escuchamos por vez primera. Porque en nuestra vida Dios nos ha dicho cosas de tantas maneras: al hilo de nuestras lágrimas haciendo suyo nuestro llanto, o al hilo de nuestras sonrisas brindando con ellas en su fiesta bendita; momentos de dudas e interrogantes, de cansancio y fatiga, de soledad abrumada; momentos también de horizontes claros, de caminos con puerta de salida, de gozos por tantos motivos que nos llenaron el corazón con las más hermosa paz y alegría.

En este recorrido por la semana más grande del calendario cristiano, tendremos ocasión para celebrar con la liturgia del jueves y viernes santos el regalo que supuso el abrazo de Jesús a cada uno de nosotros. No somos anónimos usuarios, ni beneficiarios sin rostro ni alma. Con el nombre de cada uno, con la edad de cada cual y con la trama de la circunstancia donde ahora y aquí se domicilia nuestra biografía. Así de concreto es este memorial que hacemos al acudir piadosos a los Oficios de Semana Santa a nuestras iglesias y parroquias. Todo eso que la liturgia de estos días santos recordamos, me tiene a mí como destinatario.

Y como una ayuda preciosa estará también la aportación de nuestras hermandades penitenciales y cofradías. ¡Con cuánto esmero y dedicación han preparado la escenificación de estos misterios a través de las procesiones por nuestras calles y plazas! Es la misma fe celebrada en la liturgia y sus adentros que se hace procesión en las afueras de nuestros templos recorriendo la ciudad. Hermanos mayores, capataces, costaleros, cofrades, manolas, aguadores y bandas de música que ponen ritmo con sus timbales y cornetas. Es la piedad enamorada en torno a un paso que nos representa una escena de Jesús o de María con toda su belleza artística y su dramática entrega que esas imágenes nos acercan suscitando en nosotros la gratitud convencida y asombrada ante tamaña gracia.

No son desfile castrense ni pasarela de moda, sino la procesión creyente como testimonio cristiano de nuestra fe vivida y recordada, en este gesto único que desde el lejano siglo XVI sólo se hace en España. Procesiones por fuera y procesiones por dentro, para vivir con hondura el sentido de estos días donde se iluminarán nuestras penumbras, donde se espera nuestro regreso desde la tibieza o dejadez en nuestra vida cristiana, donde se pondrá alegría que no caduca en nuestros pesares cotidianos.

Os deseo así una Semana Santa verdaderamente cristiana que pueda concluir con el canto más gozoso en el aleluya del domingo de Pascua. Con María hagamos este camino y que el Señor nos bendiga a nosotros y a nuestras familias.

 

 

+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo
SICBM El Salvador (Oviedo)
24 marzo de 2024

 

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