Un gijonés que llegó a ser el «Ángel de Macao»

Publicado el 30/05/2019
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Un gijonés que llegó a ser el «Ángel de Macao»

El jesuita Luis Ruiz vivió más de sesenta años en China, donde llevó esperanza y auxilio a los enfermos de lepra y sida

En los años 40 un jesuita gijonés, Luis Ruiz, llegó a China para iniciar una extraordinaria labor de acompañamiento y ayuda en el país: primero con los refugiados huidos de la dictadura de Mao y después con los enfermos de lepra y sida. Su legado, su ejemplo y la huella que dejó en el país, donde le pusieron incluso el sobrenombre del Ángel de Macao, siguen muy vivos y estos días Fernando Azpiroz, su sucesor en la Casa Ricci de Servicios Sociales de Macao, ha estado en Asturias para recordar su admirable historia.

“Ya con casi 80 años se encuentra con un sacerdote de Guangzhou que le dice que hay un lugar que tiene que ver y lo lleva a la isla de Tai Kam que era un gran hospital para gente afectada por lepra. Él me contaba, cuando recordaba aquellos momentos, que no sabía ni qué cosas llevarles. Había personas a las que faltaba un ojo, que no tenían manos, llevaba cigarrillos y él tenía que prendérselos y ponérselos en la boca”, explica el padre Azpiroz. Ofreció entonces su ayuda comenzando con lo material: generador de luz, instalación de agua, dar más comida a las personas que allí vivían.

Pero él veía más allá y entendía que también tenían otras necesidades que no solo se limitaban a la atención de su salud física sino que necesitaban consuelo y, sobre todo, compañía que les volviese a hacer sentirse parte de una comunidad,  “empezó a pensar en la idea de llevar gente que viviera con ellos. Sin hacer grandes planes, pero con un gran corazón, y le pregunta al director que qué le parece el plan y este le responde que ni con el sueldo más grande del mundo nadie va a querer ir a vivir allí con ellos, pero el padre le aseguró que iba a conseguir personas que sí quisieran”. Las primeras fueron unas religiosas indias y desde ese momento comienzan a recibir cartas de otros lugares solicitando su colaboración y auxilio hasta crear 140 leproserias. Más tarde inició su misión con los afectados por el sida o portadores del VIH, pero siempre con el mismo propósito: “Crear comunidades, vivir con quien estar discriminado. Esa nueva comunidad abre puertas a la sociedad que empieza a ver esta realidad y quien vive en ella comienza a también dialogar con el resto. Se busca no ver al enfermo, que muchos de ellos no eran sino afectados, como un problema sino como alguien que tiene una experiencia muy importante para decir y para dar a la sociedad”.

Esa fue la auténtica revolución del padre Ruiz: “Él y las religiosas fueron transformados por los pacientes y viceversa.  Convivir día a día con alguien que tiene una experiencia de sufrimiento profundo es transformador porque esas personas tienen mucho que decir a la sociedad, acerca de la vida y de lo que es importante y no. Es revolucionario, una revolución muy luminosa”.

Una luz que el padre llevaba en su fuerza de espíritu y en su sonrisa, “la aprendió también en los leprosarios, allí hay dolor pero se escucha también la sonrisa. El padre tenía esa parte de dolor que llevaba consigo y la sonrisa, y eso es algo muy cristiano, muy de Cristo. No es una sonrisa fácil sino inteligente, sabia. Todas estas personas, hermanos nuestros, son gente muy vital, gente afectada por legra con el virus todo muy cuesta arriba, pero les hace sacar recursos que nosotros no sabemos en nuestra propia vida, pero necesitan compañía. El acompañamiento y la relación son los que nos hace sacar esos recursos que Dios nos da”.

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