Beato Juan Alonso Fernández, asturiano

Beato Juan Alonso Fernández, asturiano

Publicado el 24 de mayo de 2021
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El pasado viernes, 23 de abril, fueron beatificados, en Santa Cruz de El Quiché (Guatemala), tres misioneros de la congregación del Sagrado Corazón, y siete laicos indígenas, miembros activos de las comunidades parroquiales y colaboradores de los misioneros en las labores de formación cristiana y promoción social. Entre los misioneros se encontraba el padre Juan Alonso Fernández, asturiano, que había sido asesinado en esa misma zona a comienzos del año 1981.

El beato Juan Alonso fue proclamado mártir por el Papa Francisco el 24 de enero de 2020, junto con el resto de compañeros. Había nacido en Cuérigo (concejo de Aller), el 29 de noviembre de 1933. Su profesión religiosa en los misioneros del Sagrado Corazón fue el 8 de septiembre de 1953 y su ordenación como sacerdote, en 1960. Ese mismo año partió para la misión de El Quiché, donde trabajó durante tres años antes de desplazarse a Indonesia. De nuevo regresa a Guatemala y solicita trabajar en la llamada «Zona Reyna», en la parte norte del país, concretamente en la localidad de Lancetillo. Allí, no sin esfuerzo, logró levantar una parroquia –con Nuestra Señora de Covadonga como titular–, una escuela y un dispensario médico, que hoy no sólo perduran en el tiempo, sino que han logrado acrecentarse.

El 15 de febrero de 1981, cuando se dirigía a la localidad de Cunén, a celebrar la eucaristía, fue detenido por unidades militares, torturado y finalmente ametrallado en el paraje denominado la Barranca.

Su proceso de beatificación comenzó en el año 1996, con ocasión de la segunda visita pastoral de Juan Pablo II a Guatemala, tal y como indica el libro «Tierra de nuestra tierra», escrito por su hermano, Arcadio Alonso. En aquella visita, los obispos de la Conferencia Episcopal de Guatemala le hicieron entrega al Pontífice una lista de sacerdotes, religiosos, catequistas, maestros, estudiantes y colaboradores, vinculados a la vida de las parroquias y que según ellos eran merecedores de ser reconocidos mártires, no sólo por su testimonio de fe en medio de la violencia y la persecución, sino también «por la ofrenda generosa de sus vidas a favor de grupos humanos excluidos y marginados», como eran en aquel momento las poblaciones indígenas.

En la correspondencia que intercambiaba con su familia, se comprueba cómo el misionero asturiano era plenamente consciente del peligro que corría «Sé que asumo una responsabilidad que me rebasa. Haré todo lo que pueda, intentando que estas gentes vean en mí la misma actitud y sentimiento que Pablo manifestaba a los fieles de Corinto: Para muerte o para vida, os tengo dentro del corazón. Espero que la Santina me proteja y pueda visitarla de nuevo en Covadonga». En su última misiva, dirigida a su hermano Arcadio, llegó a decirle «Yo sé que mi vida corre peligro. No deseo que me maten, aunque tengo algún presentimiento. Pero, por miedo, jamás negaré mi presencia».

La misión diocesana en El Quiché

Entre los años 1977 y 1980 la labor de los Misioneros del Sagrado Corazón en El Quiché fue compartida por varios sacerdotes de la archidiócesis de Oviedo que habían manifestado al entonces Arzobispo, Mons. Gabino Díaz Merchán, su disponibilidad para colaborar con la causa misionera. En 1977 llegaron César Rodríguez, José A. Ortiz y Marcelino Montoto, a los que se uniría más tarde José Antonio Álvarez. La proximidad geográfica de los sacerdotes asturianos con los misioneros facilitaba el encuentro y la reflexión conjunta sobre los problemas pastorales, y había entre ellos buena relación. Tal y como explicaron en la entrevista realizada por la Delegación de Medios de la diócesis recibieron la noticia de la beatificación «con gozo y alegría el hecho de que la Iglesia universal, después de 40 años, reconozca a estos mártires».

Su estancia allí, como se recoge en el libro de Arcadio Alonso, coincidió con el periodo tenso y conflictivo en el país, que se agravaría a partir de 1979. Varios hechos, como la intervención del ejército contra campesinos que protestaban contra el expolio de sus tierras, y fueran arrojadas varias bombas en el patio de la casa parroquial que ocupaban, o el ametrallamiento de su residencia en el momento en que los sacerdotes se retiraban a descansar, hicieron que el propio Arzobispo, don Gabino, ordenara su inmediato retorno a España.

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