Ángel María Vilaboa, Emmanuel González y Allan Eduardo Cerdas son los tres diáconos que este próximo domingo, día en que la Iglesia celebra la solemnidad de Pentecostés, serán ordenados sacerdotes en la Catedral de Oviedo. Los tres llevan años formándose para este momento, y muestran una natural inquietud ante el paso que van a dar en tan sólo unos días, al mismo tiempo que se reafirman en un camino que comenzó fiándose de una llamada que cada vez era más fuerte, hasta que no pudo ignorarse y decidieron probar.
Ángel, natural de Avilés, tiene 28 años. Antes de ingresar en el Seminario estudió Informática en la universidad, unos años en los que la llamada de Dios “surgió con más fuerza”. Es consciente de que haber nacido en una familia cristiana hizo que plantearse su propia vocación fuera algo natural. “Cuando decidí vivir mi fe con mayor convicción y radicalidad, fue cuando mi vocación se fue enfocando hacia el sacerdocio”, explica él mismo, que reconoce que también influyeron en su decisión el testimonio de los sacerdotes de su parroquia, “hombres mayores cuya imagen me enternecía y me hacía plantearme quién cogería el relevo de estas personas que han entregado su vida a Dios”.
Al finalizar los estudios de Filosofía y Teología, se ordenó diácono, el año pasado, también en la Catedral. Describe sus años de Seminario como un tiempo para “conocerse mejor a uno mismo y de alguna manera desmontar algunos prejuicios; además, maduras y creces interiormente en tu relación con Dios y con las personas”. Durante un mes, al igual que han hecho los diáconos del Seminario Metropolitano recién ordenados en los últimos años, viajó a Benín para colaborar en la Misión diocesana de Bembereké, donde le impresionó “la sociedad joven que vi, llena de vida e ilusión, que se refleja en su fe y en la Iglesia. La gente pregunta por Dios, se admira del mensaje cristiano y se acerca con naturalidad”. El resto de los meses los ha vivido entre semana colaborando con San Pablo de La Argañosa, en Oviedo, y los fines de semana en diferentes parroquias rurales.
Emmanuel González, por su parte, es natural de Costa Rica. Tiene 27 años, y con tan sólo 15 años se planteó su vocación al sacerdocio. Ingresó en el Seminario Redemptoris Mater de León –vinculado al Camino Neocatumenal– en 2008, y cuatro años más tarde, llegó al de Oviedo. Ha estado colaborando en Luarca como diácono durante todo este año. “La vocación en mi caso es algo que nunca deseé –afirma–. Más bien contra lo que he luchado. Siempre quise casarme y formar una familia, pero Dios ha sido más fuerte”. Cuando tan sólo era un niño, un papelito le cuestionó por primera vez. Decía Sacerdote, ¿por qué no? “Más adelante, una frase de San Pablo terminó de darme el empujón: Ay de mí si no anuncio el Evangelio, decía, y comenzó un tiempo de discernimiento hasta que ingresé en el Seminario”. “Hoy en día vivo la vocación como un regalo –afirma–. Yo no he hecho ningún mérito para merecerlo, y creo ser indigno de todo esto pero si el Señor me llama, Él sabrá. Yo doy mi disponibilidad y que Dios haga conmigo lo que Él quiera”.
La historia de Allan Eduardo Cerdas es diferente, aunque también procede de Costa Rica, y se ha formado en el Seminario Redemptoris Mater de su país. Tiene 33 años, y durante muchos años militó en movimientos obreros y sociales. “Me interesaba la justicia y especialmente luchar contra situaciones opresoras, pero tuve una crisis cuando vi que no conseguía nada a pesar de todo lo que hacía”, relata. “Volví a la Iglesia, gracias al Camino Neocatecumenal. En las catequesis descubrí una palabra nueva que ofrecía un sentido a mi vida. Yo había ido contra la Iglesia, contra los curas, y al volver nadie me juzgó. Intenté resistirme cuando sentí la llamada, pero era algo que me quemaba, hasta que decidí dejarlo todo”. Su estancia en el Seminario durante los primeros años fueron toda una sorpresa: “tuve la maleta lista para irme los dos primeros años”, recuerda, pero “el Señor lo lleva adelante a pesar de mí. Saber esto me deja tranquilo, a pesar de los nervios de la ordenación”.