50.º aniversario de la primera misión diocesana: Burundi

Publicado el 11/09/2020
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50.º aniversario de la primera misión diocesana: Burundi

En 1970 el Arzobispo de Gitea y presidente de la Conferencia Episcopal de Burundi, monseñor Andrea Makarakiza, estuvo en Asturias con motivo de la Jornada del Clero Indígena invitado por el entonces Delegado de Misiones, Luis Legaspi. Pero otro de los objetivos de su viaje era encontrar sacerdotes que se unieran a su diócesis y así lo planteó en una visita al Seminario Metropolitano de Oviedo. Su propuesta consigue inmediatamente voluntarios: Ángel Eladio González Quintana y Fernando Fueyo García, en aquel momento formadores en el Seminario menor, que aceptaron el reto sin ni siquiera saber dónde se ubicaba este país africano en el mapa y con dudas sobre las dificultades que se les iban a presentar para aprender y poder comunicarse en el idioma local, el kirundi. Un 11 de septiembre de 1970 comienza su viaje para comenzar su labor la parroquia que iba a crearse en Ntita. Ellos fueron la avanzadilla a la que a lo largo del tiempo fueron uniéndose más sacerdotes, religiosas de las Hijas de la Caridad y seglares; además de la estrecha colaboración con la asociación Medicus Mundi que nació a principios de los años setenta en Asturias impulsada por la Delegación de Misiones.

Fernando Simón, actualmente Portavoz del Ministerio de Sanidad para la Pandemia del Coronavirus, trabajó en el Hospital Asturias, de la misión diocesana

Previamente a su llegada a Oviedo monseñor Makarakiza había escrito a Luis Legaspi unas líneas que mostraban el espíritu de su proyecto para la misión: «La parroquia la concebimos no sólo como centro apostólico sino de animación social: formación profesional y humana preparación para el hogar y la vida familiar, centro de salud y de cultura, etc. No es necesario que todo lo consigamos de momento. Sería bueno comenzar por dos personas y el resto seguirá viniendo». Con este mensaje en mente llegaron los sacerdotes asturianos a Burundi y junto con sus compañeras religiosas comenzaron su pastoral en la que la atención sanitaria se convirtió en pieza fundamental. Burundi  se mostraba como un país muy empobrecido en el que la falta de higiene y la precaria alimentación eran la causa de numerosas dolencias. La sacristía se convirtió, por tanto, en un dispensario y consultorio que atendía a cientos de enfermos con heridas, parásitos intestinales por la desnutrición, mujeres embarazadas o que habían sufrido abortos, malaria… Cáritas Burundi gestionaba además los envíos de medicinas que desde Oviedo se hacían regularmente. Pronto se vio que se precisaba una mejor infraestructura para atender a todas las personas que los precisaban. Así las cosas se consiguió construir un módulo-dispensario que posteriormente daría paso a un hospital. Una instalación sencilla, pero adaptada a las circunstancias con 60 camas, dispensario, maternidad e internado especialmente pensado para los niños. El Hospital Asturias quedaría inaugurado en 1973. A través de Manos Unidas llegaba también el presupuesto para llevar a cabo los proyectos necesarios, como por ejemplo educativos, y se apoyaron además programas de cultivo agrícola y de higiene.

Sacerdotes y religiosas en la misión diocesana

La historia de Burundi marcó también el devenir de la misión. Su población se divide en dos etnias fundamentales: tutsis y hutus, más la de los batwas, prácticamente ignorada. A pesar de que los hutus son mucho más numerosos, su presencia es marginal en todos los estamentos de responsabilidad ciudadana, al contrario que en Ruanda, y su relación con los tutsis ha estado siempre marcada por la conflictividad. Por otro lado, a los misioneros extranjeros se les acusaba falsa y malintencionadamente en numerosas ocasiones de ser pro-hutus y de fomentar las luchas entre etnias. Desde la creación de la misión se vivieron años muy turbulentos y violentos que dejaron miles de refugiados y fallecidos, entre ellos, personas muy estrechamente unidas a la misión. En 1993 comenzó una cruenta guerra civil entre estas etnias que provocó la vuelta a España de Ángel Eladio González Quintana. Fue repatriado tras el aviso del embajador de España al arzobispo de aquel entonces, Mons. Gabino Díaz Merchán, de que su vida corría peligro. Javier Gómez Cuesta, que visitó la misión como Vicario General, cuenta que accedió a dar ese paso por obediencia y con lágrimas por dejar su misión. Este sacerdote fue además el representante de la Iglesia asturiana que en 1994 acudió a recoger el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades otorgado a las Misiones Españolas en Burundi y Ruanda.

 

 

El sacerdote Fernando Fueyo, con los niños de una clase de Ntita

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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