Extraña herencia, dulce compañía

Publicado el 14/11/2019
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Fue un anuncio rotundo y sorprendente: les dijo que no siempre podría quedarse con ellos, pero que habría otros que siempre los tendrían a su lado. Así decía Jesús a sus discípulos, anticipando su regreso al Padre con la ascensión a los cielos, mientras que aseguraba que los pobres siempre estarían como una herencia cristiana.

Cuando vemos los siglos de nuestra historia como pueblo de Dios, vemos que esa profecía ha sido cumplida: la Iglesia siempre ha tenido de frente, detrás y delante, y en medio de ella, a los pobres con todas las pobrezas, hombres y mujeres que han llamado a sus puertas con el rostro de todas las penurias, temores, desesperanzas y necesidades.

Mientras miraba Jesús a aquella pobre mujer que con el fardo de sus dudas y pecados y con el frasco de perfume, había acudido a la casa en la que Él había sido invitado a cenar por un fariseo, dijo aquello de que “a los pobres los tenéis siempre con vosotros, pero a mí no me tendréis siempre” (Mt 26,11). Era como decir: vuestra presencia a través del tiempo de todos vuestros años de historia y a lo largo de los espacios que surcarán vuestros pasos, siempre contará con los pobres a los que anunciar el evangelio.

¡Cuántos rostros tiene la pobreza! Los vemos en los hambrientos que mueren de inanición sin poder probar bocado. En los enfermos que se debaten con el límite de sus cuerpos hundidos y tocados. En los que sufren la falta de libertad ante los mil cautiverios errantes y desalojados. En aquellos que experimentan la soledad y el desprecio, la injusticia y los agravios. También en los que sufren en carne propia el miedo ante tanto horizonte de confusión y desesperanza. Sí, son muchos los rostros de hombres y mujeres que por ser pobres, arrastran sus vidas desesperados. Pero a ellos, especialmente a ellos, Jesús dijo que eran sus preferidos hasta el punto de solidarizarse hasta el extremo: “Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme… En verdad os digo: lo que no hicisteis con uno de estos, los más pequeños, tampoco lo hicisteis conmigo» (Mt 25, 34-46).

El Papa Francisco ha creado una jornada mundial de los pobres. Este año es ya la tercera edición de esta iniciativa. El Santo Padre comenta: «La esperanza de los pobres nunca se frustrará» (Sal 9,19). Las palabras del salmo se presentan con una actualidad increíble. Ellas expresan una verdad profunda que la fe logra imprimir sobre todo en el corazón de los más pobres: devolver la esperanza perdida a causa de la injusticia, el sufrimiento y la precariedad de la vida… A veces se requiere poco para devolver la esperanza: basta con detenerse, sonreír, escuchar. Por un día dejemos de lado las estadísticas; los pobres no son números a los que se pueda recurrir para alardear con obras y proyectos. Los pobres son personas a las que hay que ir a encontrar: son jóvenes y ancianos solos a los que se puede invitar a entrar en casa para compartir una comida; hombres, mujeres y niños que esperan una palabra amistosa. Los pobres nos salvan porque nos permiten encontrar el rostro de Jesucristo».

Es bueno que nos preguntemos por esos rostros que Dios ha puesto a nuestro lado, por aquellos hermanos nuestros que nos acercan el rostro de Jesús y en él se espera que tengamos una actitud de comunión cristiana, de solidaridad evangélica, de cercanía cordial y comprometida con todos ellos, sea cual sea el título de pobreza que ellos representan. Son la herencia que, como nos dijo Jesús, se ha confiado a nuestras manos.

+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm

Arzobispo de Oviedo

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