El 29 de septiembre la Iglesia Católica celebra la 110 Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado.
Estamos ante un auténtico bombardeo de noticias relacionadas con la inmigración. Un tema que se está utilizando como arma arrojadiza entre los grupos políticos, lamentablemente incapaces de ponerse de acuerdo en un tema tan crucial. La demagogia hace acto de presencia con demasiada y lamentable frecuencia.
La polémica sobre la acogida a los inmigrantes está permanentemente en nuestros medios de comunicación. Destacan las noticias alarmistas y también los bulos y las falsas noticias, que se expanden como la espuma por las redes sociales, sin ninguna comprobación sobre la veracidad de esos mensajes que circulan, falsos o exagerados en la mayoría de los casos. Hace poco hemos tenido que intervenir para contestar a algunas personas que aseguraban que a los inmigrantes de un centro de acogida en una céntrica localidad asturiana se daba una suculenta paga mensual. Todo falso… pero el daño está hecho, la desconfianza sembrada, y la duda queda alojada incluso en los corazones de las personas bien intencionadas.
“Dios Camina con su Pueblo”: es el lema de la Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado de este año.
No es nuestra responsabilidad establecer y desarrollar las medidas políticas concretas, eso les corresponde a nuestras autoridades políticas, aunque sí podemos y debemos dar nuestra opinión sobre ellas. Desde los organismos de la Iglesia española (y europea) que trabajan en la atención y promoción de los inmigrantes se han señalado en diversas ocasiones las carencias de las políticas que se están desarrollando, sobre todo desde el punto de vista de una atención verdaderamente humana. El terrible drama que se está viviendo en nuestros mares y nuestras fronteras está a la vista, aunque la mayoría de los ciudadanos no llegamos a enterarnos más que de los casos más graves, cuando hay muchos fallecidos o desaparecidos.
El objetivo de este escrito no es hablar de la política de migración, sino de las personas. Fijar la atención en la postura que debemos adoptar los cristianos ante quienes, de la manera que sea, han llegado o van a seguir llegando (eso parece indudable) a nuestras ciudades, nuestras calles, nuestras parroquias. El Evangelio es claro: “Fui forastero y me acogisteis…. cuando lo hicisteis con uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí me lo hicisteis”, son palabras de Jesús que no admiten interpretación (Mateo 25, 34-36). Detrás de cada persona que llega hay una familia, una historia personal, unas ilusiones muchas veces truncadas, una situación de guerra, de pobreza, o de desesperación ante la falta de futuro, y una decisión dolorosa de dejar su patria y su cultura, arriesgando su vida para tratar de encontrar un trabajo y una forma digna de sacar adelante su vida y la de los suyos. Como en sus tiempos hicieron tantos miles de españoles.
En la portada de nuestra catedral de Oviedo hay una hermosa inscripción de 1774, en letras bien labradas y perfectamente visibles, que dice “YGLESIA DE ASILO”. En otros tiempos los templos católicos fueron considerados, incluso legalmente, como espacio seguro de acogida y de asilo… Eso nos debe hacer pensar: la Iglesia, nuestra comunidad cristiana, con sus medios humanos e incluso materiales, debe seguir siendo espacio humano de acogida. No nos debe importar la raza, o el país, o la religión del que llega con su mochila de carencias, sufrimiento y desarraigo a sus espaldas; ni incluso su situación administrativa. Son hijos de Dios, hermanos nuestros, “hermanos más pequeños de Cristo” que solicitan al menos nuestra comprensión, un acercamiento, unas puertas y unos corazones abiertos, un encuentro de calidad verdaderamente humana y no miedos, rechazos y desconfianza injustificada y a veces agresiva.
Los papas llevan desde hace 110 años señalándonos en sus exhortaciones de esta Jornada que los cristianos tenemos la obligación de ser acogedores. El Papa Francisco, en su mensaje de este año, dice: “el encuentro con el migrante, como con cada hermano y hermana necesitados, es también un encuentro con Cristo. Nos lo dijo Él mismo. Es Él quien llama a nuestra puerta hambriento, sediento, forastero, desnudo, enfermo y encarcelado, pidiendo que lo encontremos y ayudemos”. En una reciente exhortación pastoral nuestros obispos españoles nos piden trabajar a fondo para convertir nuestras parroquias y unidades pastorales en “Comunidades Acogedoras y Misioneras”.
Ya en 1996, el papa San Juan Pablo II nos decía en su mensaje: “La solidaridad es asunción de responsabilidad ante quien se halla en dificultad. Para el cristiano el emigrante no es simplemente alguien a quien hay que respetar según las normas establecidas por la ley, sino una persona cuya presencia lo interpela y cuyas necesidades se transforman en un compromiso para su responsabilidad. La respuesta no hay que darla dentro de los límites impuestos por la ley, sino según el estilo de la solidaridad”.
Sean cuales sean las políticas que se apliquen, los cristianos no podemos dejar de ver a cada uno de los inmigrantes que llegan hasta nosotros como un ser humano concreto, una persona como nosotros o nuestros hijos, en situación difícil, a veces dramática, uno de los “hermanos más pequeños” del Señor.
Esta Jornada Mundial, en este contexto tan candente, es una buena oportunidad para que cada cristiano, cada comunidad parroquial o religiosa, reflexionemos sobre nuestra actitud de acogida al que viene buscando nuestra comprensión y pongamos a prueba nuestra capacidad de acogida y acompañamiento.
José del Riego Gª-Argüelles
Director del Secretariado Diocesano de Pastoral de Migraciones y Movilidad Humana