“Somos algo para los demás. La Iglesia no se mira hacia el interior, debe darse, como ha hecho siempre. Es nuestro origen y camino, lo que quiere el Señor”, así expresa José Juan García un sentimiento compartido por sus compañeros Santos Ferrera y José María Sauras y que les sirve de fundamento para la labor que van a emprender dentro de la Iglesia: su ordenación como diáconos permanentes.
Cada uno de ellos llegó a su vocación de manera muy personal, pero siempre con la vida de la parroquia muy presente: todo lo que la comunidad aporta y lo que en ella se comparte. Así le ocurrió a José Juan: “Llevaba muchos años vinculado a la parroquia, conté con estupendos sacerdotes que te van comentando ‘pues parece que tienes inquietudes por aquí’ y me dije: en manos de Dios quedamos”. Para José María, por su parte, el descubrimiento del carisma del diaconado permanente fue la respuesta a una necesidad que le acompañaba desde hacía tiempo: “Sentía que yo tenía que hacer algo por y en la Iglesia para devolver una parte minúscula de lo que había recibido de ella. Es una alegría inmensa servir a la Iglesia desde dentro”.
Santos, por su parte, vive una vocación que “creo que todavía está en proceso. La vocación es desde que naces; otra cosa es que el Señor te va diciendo ahora despierta esto, luego lo otro. Tú lo tienes ahí, porque te lo puse yo, pero vamos a ir poco a poco”. Así no sintió lo mismo la primera vez que le hablaron del orden del diaconado que cuando ya contaba con otras experiencias vitales y madurez, pero siempre sin perder la capacidad de “ir descubriendo etapas y viendo cómo van desarrollándose.”
Un carisma propio
El diaconado permanente está permitido a hombres casados, condición en la que se encuentran estos futuros diáconos y que exige una situación familiar estable, también en el sentido de su sostenimiento ya que cada uno de ellos tiene su profesión, y con una sólida vivencia cristiana. Más allá de estas premisas, la compresión y apoyo de su entorno es clave ya que su implicación y obligaciones eclesiales aumentarán. La primera reacción –afirman– fue un poco de sorpresa, debido, en parte, al desconocimiento de este carisma; sin embargo, han encontrado en sus familias su principal aliado: “Mi mujer se ocupa de los niños para que puede estudiar y dedicarme a la parroquia. Proviene de una familia muy religiosa y no lo ven tan extraño”, relata José Juan. En otros lugares de España los diáconos permanentes son una presencia habitual y en Asturias, tras su ordenación, serán cinco, con expectativas de que puedan ir aumentando: “no es algo que acabe en nosotros sino que gracias a Dios está viniendo más gente que cree que tiene esta vocación”. Para desarrollarla se necesita también un proceso de formación que implica ser graduado en Ciencias Religiosas e ir accediendo a las distintas etapas de rito de admisión, ministerio del lector y del acólito y por último la ordenación. Tras esta, sus atribuciones les permitirán impartir los sacramentos del matrimonio y el bautismo, la proclamación de la palabra o presidir las exequias. En cambio, facultades como la consagración o los sacramentos de la confesión y unción de enfermos están reservadas para los sacerdotes.
Por tanto un nuevo y significativo papel que todos afrontan con responsabilidad y, sobre todo, con alegría. “Lo asumo muy gustosamente, también con miedo porque no sé si lo sabré hacer, pero vamos confiados y alegres y siempre con la esperanza de que quien nos ha puesto en este camino nos va a llevar por él y siguiendo a Cristo… no hace falta más”, afirma José María. Una confianza absoluta en el Espíritu, como relata Santos, “tenemos en común la llamada de Dios, lo que nos dice y nos habla” y que hace que todos se muestren de acuerdo con las palabras de José Juan en relación al ánimo con el que se enfrentan a esta nueva labor: “Que nos envíen a donde se crea que debemos estar y donde la Iglesia nos necesite. Dónde sea, cómo sea y siempre con mucha alegría”.