Este próximo lunes, 8 de febrero, la Iglesia celebra la memoria litúrgica de Santa Josefina Bakhita, una joven sudanesa, nacida a finales del siglo XIX y fallecida en 1947, cuya experiencia de esclavitud y de entrega a Dios ha servido de inspiración para celebrar, ese mismo día y desde que el Papa lo instaurase en el año 2015, la Jornada Mundial de Oración y Reflexión contra la Trata.
Una Jornada creada con el objetivo de dar a conocer y contribuir así a erradicar la lacra de la esclavitud en el mundo. Una realidad que existe y que está mucho más presente de lo que se podría imaginar.
En nuestra diócesis, la Fundación Amaranta trabaja por la protección y atención a las víctimas de la trata. Se trata de una organización sin ánimo de lucro, creada por las religiosas Adoratrices. Su responsable en Asturias, Vanesa Álvarez, reconoce que “la trata es algo que existe y que se encuentra muy cerca de nosotros, aunque parezca que nos suene a lugares lejanos, o casi como de película”. “Supone –afirma– captar personas y trasladarlas a otro lugar, sirviéndose de medios como la fuerza o la coacción, o aprovechándose de situaciones de vulnerabilidad que pueden vivir, con el fin de explotarlas y esclavizarlas en distintos sectores de actividad y con distintos fines. Esto, que puede parecer increíble que suceda en pleno siglo XXI y en un lugar tan pequeño como Asturias, es una realidad con la que convivimos día a día, aunque esté muy oculta”.
La congregación de las religiosas Adoratrices nació con la misión de contribuir a la liberación de las mujeres con graves problemas de marginación social por el ejercicio de la prostitución y otras circunstancias. Pasados los años, continúan trabajando en este ámbito, y la fundación Amaranta es una de las herramientas que utilizan, en el siglo XXI, para seguir “abordando situaciones de vulneración de derechos y de violencia sobre las mujeres, y muy específicamente las situaciones de trata con el fin de la explotación sexual y otras finalidades que tienen una base de género”, explica Vanesa Álvarez, su responsable en Asturias.
“Trabajamos con supervivientes”
Según la responsable de la Fundación Amaranta en Asturias, cuando la gente piensa en mujeres víctimas de la trata, es frecuente que imaginen personas “muy destruidas, con un recorrido de gran sufrimiento”, afirma. “Una imagen que es cierta, pues son trayectorias de vida donde la violencia ha estado presente y donde ha habido una vulneración de derechos”, dice. “Pero a mí siempre me gusta decir que nosotros trabajamos con supervivientes. Trabajamos y acompañamos la vida de mujeres que han superado un montón de adversidades, y que no sólo siguen en pie, sino que en realidad están en Europa, que era su sueño, y tienen la posibilidad de desarrollar un proyecto de vida aquí”, destaca, recordando las complicadas y dolorosas experiencias por las que muchas mujeres de otros países han pasado para poder llegar hasta aquí, buscando una vida mejor para ellas y para sus hijos. “Nosotros –recalca Vanesa Álvarez– les damos el soporte que necesitan para que puedan acceder a la vida que desean, sin violencia y con derechos”. Así, la fundación Amaranta, en colaboración con las Administraciones públicas y otras organizaciones, ponen los medios para que la gente se recupere y pueda incorporarse para vivir en la sociedad como ciudadanas en las mejores condiciones.
El lema de la Jornada de este año es “Economía sin trata de personas”, haciendo referencia al orden social en el que vivimos, que no favorece la igualdad ni el respeto por la dignidad de todas personas. “Hay una serie de actividades y de negocios que se nutren de la esclavitud de las personas –afirma Vanesa Álvarez–. Está presente en muchas acciones cotidianas co-mo ir a comprar fruta y verdura, o contratar gente, por ejemplo, si somos empleadores o tenemos negocios. Este modelo económico desgraciadamente se nutre de la esclavitud de muchas personas, y nosotros, en el día a día podemos desarrollar una actitud que ayude a erradicarlo. En primer lugar, tener conciencia de que esto existe. Además, educadores, padres y madres, pueden contribuir a una educación afectivo sexual en igualdad, en respeto hacia el otro, educar poniendo en el centro a las personas y a su dignidad. En definitiva, orientar muchas de nuestras acciones hacia una economía igualitaria, centrada en las personas y que prime el desarrollo de una vida digna para todos”.