Mons. Sanz clausura las Conferencias Cuaresmales del arciprestazgo de Oviedo

Publicado el 22/03/2018
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Mons. Sanz clausura las Conferencias Cuaresmales del arciprestazgo de Oviedo

El Arzobispo de Oviedo, Mons. Jesús Sanz, clausuró este miércoles, 21 de marzo, las Conferencias Cuaresmales del arciprestazgo de Oviedo, celebradas desde el lunes en la Basílica de San Juan El Real. El tema de su intervención fue el viaje apostólico del Papa Francisco a Perú y la Amazonía, en el que participó nuestro Arzobispo como representante de los obispos de la Conferencia Episcopal española. Un viaje que resultó para Mons. Sanz un “regalo inmerecido, el poder representar a la Conferencia Episcopal Española”, y que no era de placer ni de turismo, como señaló: “No iba el Papa, como anciano que es, a un viaje amable e informal de los que organiza por aquí el “Imserso” a nuestros queridos mayores. No era un viaje turístico a un país exótico en el que secar nuestras mojaduras y aliviar los tiritones de los fríos. Era un viaje pastoral, el propio de quien se siente empujado veinte siglos después a anunciar ese Evangelio que sabe a buena noticia. A ese viaje me uncí yo, como inmerecido regalo que supe agradecer y que no me perdí, a Dios gracias”.

Se trataba de una visita largamente esperada en el país andino, y así lo expresaba el Arzobispo de Oviedo: “Estaba yo en mi habitación, en el colegio de dominicas en el que me pude hospedar, cuando sonaban los motores del avión que sobrevolaba la ciudad de Lima. El espacio aéreo estaba totalmente despejado y protegido. Desde hacía horas, para algunos, muchas horas para otros, que se esperaba que ese avión, precisamente, aterrizase. Llegaba alguien de quien recibir algo importante que no son milongas vacías para recabar votos o salvar las prebendas de sus blindados privilegios”.

Al referirse a la visita del Papa en la zona de la Amazonía, en Puerto Maldonado, Mons. Sanz quiso compartir una anécdocta especial que vivió con una indígena: “Tuvimos un encuentro con las culturas de estos diversos pueblos que venían con sus atavíos vistosos y plumajes varios. Cantaron y danzaron delante del Santo Padre, y a todos ellos mismos nos recordaron unos pasajes preciosos de la encíclica Laudato Sii, que escribió el Papa Francisco a propósito del cuidado de la casa común que es la tierra que se nos ha dado, y de la vida que en ella sufre tantas amenazas. Pero me ocurrió algo que quiero contar, porque me tocó profundamente el corazón. Una mujer indígena estaba al pie de la escalera del estrado. Al bajar los escalones con los demás obispos se me quedó mirando pidiéndome que me acercara. Una joven madre, de rasgos indios preciosos, cuyo pelo negro de azabache como si fuera el que en Oles aquí se trabaja, era recogido por una cinta multicolor y una pluma graciosa que lucía como tocado. Su pequeño hijo, de unos cinco años, estaba a su lado durmiendo en un colchón improvisado que ella le preparó con unas inmensas hojas de aquellos árboles gigantes. Con lágrimas como perlas, me dio un sobre arrugado y cerrado que decía: “para el Apaktone Francisco”. Y me dijo: “dásela al Papa de mi parte, dásela, por favor. Llevo tres días caminando por las trochas de estos caminos de selva con mi hijito a cuestas. Frío, lluvia, hambre… pero hemos llegado. Dale esta carta al Apaktone Francisco”. Yo quedé conmovido e inmóvil a la vez. Tomé ese sobre que me quemaba en las manos. Me hacía mensajero inmerecido de una esperanza que, posiblemente, en su contenido, estaba pidiendo esa humilde joven madre. El Apaktone, que significa papá, es el modo con el que ellos llamaban a un misionero asturiano dominico, Fray José Álvarez Fernández, quien durante más de cincuenta años en el siglo pasado recorrió la Amazonía predicando el Evangelio y repartiendo la gracia de Dios y la fraterna humanidad. Sabores y saberes de una gente que tiene tierra. La carta se la di al señor Nuncio para que la diera personalmente al Santo Padre. Yo me quedé como suspendido en el aire, habiendo podido ser el cartero pobre de una gran mujer, madre india, que se acercó al Papa para darle el mensaje de sus entrañas, pidiendo quizás lo que necesitaba o agradeciendo emocionada lo que esa visita le aportaba. Es el testimonio de los pobres que saben pedir y agradecer como sólo ellos saben hacerlo. En ellos se fijó Jesús poniéndolos como ejemplo”.

En aquel lugar, el Papa Francisco “hizo una valiente defensa de este rincón de biodiversidad único en el planeta como es la Amazonía, y que puede estar amenazado por los intereses de quienes lo explotan deshumanizadamente, rompiendo la armonía, envenenando los ríos, talando los bosques y perforando impunemente el suelo para esquilmarlo en su avidez de oro o petróleo”, explicó el Arzobispo de Oviedo.

Entre las conclusiones del viaje, Mons. Sanz destacó que se conmovió ante “el mestizaje de Dios: Él es indígena, es cholo, habla quechua, y le gusta la mirada limpia de estos ojitos aceitunados, y el color de su piel morena y cobriza, y sus danzas vistosas con sus colores y cantos variados, la alimentación que allí se usa, y la armonía que hay entre una naturaleza pura celosa de su virginal belleza y el respeto de estas gentes que en ella encuentran el libro de tanta sabiduría que Dios ha escrito para ellos. No es el Dios “europeo” que llegó a ese terruño para colonizar tierras y personas según el uso y costumbres del viejo mundo, sino un Dios que está a la buena de Dios en medio de sus hijos en ese nuevo mundo de las américas”. Pero además, quiso destacar que el paso del Papa Francisco por aquellas tierras fue “un regalo para tantísimos corazones”. “Para el Papa fueron días extenuantes –destacó el Arzobispo– con una carga de actividades que a cualquiera nos dejaría molidos, y que, sin embargo, con la ayuda del Señor, él logró sobrevivir con garbo y mucha entrega”. “No cambia la doctrina –afirmó, finalizando su exposición– aunque puedan ser otros los acentos cuando en otros momentos, con tiempos cambiados y cambiantes, se intenta proclamar el Evangelio eterno, tal y como lo ha recibido la Iglesia de su Señor y Maestro, tal y como lo han celebrado tantas generaciones cristianas, lo han testimoniado hasta el martirio nuestros misioneros, y tal y como lo han enseñado de padres a hijos nuestras familias, nuestros pastores verdaderos. Se viene a recordar lo de siempre, porque de suyo es así el mensaje que abraza nuestras preguntas todas teniendo como respuesta ese Evangelio que no tiene fecha por ser para cada época aun permaneciendo siempre el mismo”.

 

 

 

 

 

 

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