Septiembre es un mes siempre repleto de actividades. Estamos en plena Novena en honor a Nuestra Señora de Covadonga. ¿Cómo está viviendo estos días?
Con una enorme sorpresa llena de gratitud, porque la noticia del 30 de agosto es que comenzaba la Novena y que por tanto es un pueblo entero el que se pone en marcha para peregrinar a esa Casa, habitada y encendida, donde nos espera la Señora, que sabe nuestro nombre y cómo estamos viviendo cada uno las circunstancias. Es un motivo de mucha gratitud y de enorme alegría, la que yo percibo en la gente que, en un porcentaje elevadísimo de participación, se está acercando en estos días de la Novena a la Santa Cueva y a la Basílica para celebrar la fiesta de la Virgen.
Este pasado mes de agosto ha realizado un viaje a México, acompañado por tres seminaristas y un diácono de nuestro Seminario Metropolitano. ¿Qué objetivo tenía este viaje?
Tuvimos que cerrar la misión que teníamos durante 35 años en Benín, en el corazón de África, porque ya no era necesaria nuestra presencia allí, gracias a Dios. Yo ya les había dicho a los sacerdotes que no quisiera perder esta dimensión misionera que siempre ha tenido nuestra diócesis de Oviedo, pero que, de abrir una nueva misión, sería en lengua española. Por unos misioneros, buenos amigos míos –fuimos seminaristas juntos– que están trabajando en esa zona de México, fui invitado por ellos y por el señor Obispo de la diócesis de Tlapa para visitar el lugar. Y este es el motivo de acercarme a un posible sitio de los muchos que se nos han ofrecido en América del Sur y en Centroamérica, que podríamos vislumbrar como lugar posible de misión. El objetivo primordial de este viaje ha sido el verificar lugares, personas y posible trabajo misional.
Durante su estancia allí ha podido bautizar, casar parejas, confirmar jóvenes, visitar comunidades religiosas, entre otras muchas cosas. Fueron unos días muy intensos, por lo que ha ido contando a través de las redes sociales. ¿Qué labores harían allí los sacerdotes que irían en misión desde nuestra diócesis?
Es una labor de primera evangelización, sabiendo que es un pueblo que ya conoce a Jesús, que conoce a la Virgen –son muy marianos, la Virgen de Guadalupe allí está muy presente–, pero es una realidad humana cristiana que ha tenido durante siglos una gran ausencia de sacerdotes y misioneros. Y te impresiona ver cómo han mantenido la fe a través el boca a boca, de padres a hijos. Saben oraciones en latín, por ejemplo, que yo desconozco. Y es un grupo de personas que son enormemente sencillas, muy pobres, y que tienen una «mezcolanza», una «síntesis», no siempre bien hecha, entre las antiguas creencias prehispánicas y precolombinas y la novedad del Evangelio que llevaron los primeros misioneros, franciscanos, por cierto. Sería una labor de primera evangelización, de acompañar a personas que no desconocen el nombre de Jesús, que saben lo que son los Sacramentos y que empiezan nuevamente a recibirlos con la ayuda de los misioneros. Acompañar, en definitiva, la vida, una vida muy vapuleada por la violencia, porque es uno de los corredores del narcotráfico, y también por la violencia «tribal», entre familias. Pero la gente es buena y a los misioneros los respetan enormemente. “Conocemos las camionetas de los padres”, dicen, y “los padres pueden estar seguros y tranquilos”. Una realidad que, culturalmente es muy escasa, religiosamente a veces es ambigua y materialmente, económicamente, muy pobre. Pero esa es la realidad a la que anunciar la Buena Noticia que nos trajo Jesús y que nos acompaña María.
¿Qué fue lo que más le impactó de su visita?
Comprobar que el Evangelio no tiene edad y que la gracia de Jesucristo no hace distinción de personas. De tal manera que, cuando proclamas el Evangelio y acercas la gracia de la presencia de Cristo a través de los sacramentos, de su Palabra y de la celebración festiva de una comunidad cristiana, eso prende en el corazón de las personas. Sean como sean, estén como estén, de tal manera que vuelves a verificar que el Evangelio es para todos y que Dios es capaz de hacerse hueco en cualquier corazón, si tú mínimamente lo abres. Y las personas más sencillas, como son las que yo me he encontrado allá, en esa zona del estado de Guerrero, una zona de mucho bosque, de alta montaña, de muchos ríos, muchas cascadas, pues allí la gente que vive en esos lares son muy permeables para el anuncio del mensaje cristiano, la acogida de la Palabra de Dios y de los Sacramentos y las devociones a Santa María y a todos los santos.
Comienza septiembre y con ello el curso pastoral. Finaliza la Semana diocesana de Formación, en unos días comenzará la Perdonanza en la Catedral. ¿Qué espera de este curso pastoral que comienza, qué retos se propone?
Bueno, los retos no los marco yo, aunque yo los firme al final, sino que es una labor preciosa que hace toda la diócesis. Para eso precisamente tenemos ese encuentro bellísimo en Covadonga al final de cada curso, donde hacemos un breve balance del curso anterior y donde, entre todos, vamos viendo cuáles son los retos que nos desafían, cuáles son nuestras posibilidades y con qué fuerzas contamos, para precisar año por año qué es lo que deberíamos hacer. Seguimos en esta evangelización, re-evangelización, que siempre tendremos pendiente porque nunca se acaba y en esta labor de acudir a nuestra gente. Como decía antes refiriéndome a México, cristianos somos cristianos casi todos, pues estamos bautizados y alguna noticia tenemos del Señor, de lo que es la Doctrina de la Iglesia, pero a veces, no siempre tenemos una vivencia actualizada. Tenemos que acompañar a los que tenemos en casa, es decir a la gente cristiana de nuestras parroquias y comunidades, también debemos acompañar a los que por alguna razón han dejado de frecuentar esa comunidad y esa parroquia y que sencillamente están alejados y finalmente, hay que acompañar a los que nunca han entrado. A los que están, a los que se han alejado y a los que todavía no han entrado.
Y ese es el escenario humano que tenemos delante y que, dependiendo a quién nos estemos dirigiendo, pues tendremos que hacer este plan pastoral de acceso, para alimentar la fe de los que la tienen y la viven, cada uno como sabe y como puede, para acercarnos a la gente que, quizá con algunas razones no siempre fehacientes ni serias, pero que son las suyas, se han decepcionado quizá por nuestros fallos y pecados y se alejan de la Iglesia, y ver cómo hacer para llegar al reencanto ilusionador de estas personas que están distantes. Ver también cómo hacer para llegar, como cada año en el Catecumenado de Adultos, a gente que no está ni siquiera bautizada y que sin embargo, cuando se encuentran con el Señor y te piden el bautismo llenan de alegría la Catedral y también mi alma. A todo eso este año se le junta una noticia, que es preciosa y es que tenemos nuevos seis seminaristas que entran en nuestro Seminario. Un motivo de gran esperanza, el que tengamos muchachos, nuestros, que el Señor ha tenido a bien llamarlos y que ellos han tenido a bien también responder positivamente. Los formaremos de la mejor manera posible que sepamos dando gracias a Dios y a la Virgen para hacer de ellos ,el día de mañana, unos buenos curas.