«La última palabra tiene apellido de vida eterna»

Publicado el 07/04/2022
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«La última palabra tiene apellido de vida eterna»

La capilla de las religiosas de María Inmaculada, en la calle San Vicente de Oviedo, se quedó pequeña mucho antes de que diera comienzo esta tarde el funeral por la pequeña Erika, la niña de 14 años asesinada cruelmente en el portal de su casa el pasado martes. La celebración tenía lugar a las cuatro de la tarde, y estaba presidida por el Arzobispo de Oviedo, Mons. Jesús Sanz Montes.

La noticia del asesinato de Erika, con tan sólo catorce años, ha paralizado a toda la ciudad, sumiendo en la mayor tristeza a su familia, pero también a sus compañeros de instituto, familiares y amigos. Muchos de ellos quisieron asistir a su último adiós, en la capilla de las religiosas de María Inmaculada, donde también ha permanecido desde ayer la capilla ardiente. Al funeral asistían el Alcalde de Oviedo, D. Alfredo Canteli, acompañado por varios concejales; también estaban presentes numerosos compañeros de Instituto de la joven, profesores, amigos del centro social de la comunidad religiosa, y  concelebrando con D. Jesús se encontraban el capellán de la comunidad religiosa, D. José María Hevia y el párroco de La Corte –parroquia de la comunidad– D. José Ramón Garcés.

En su homilía, el Arzobispo de Oviedo reconoció que «cuesta mucho decir una palabra cuando cualquier palabra que pronunciemos en esta tarde de suyo enmudece. Se acallan las palabras de otras cuestiones que a diario, si no fuera por un momento como este, seguirían vociferando. Se acaban las palabras de los dimes y diretes políticos, de los encuentros deportivos, de las crisis económicas, de las pandemias que nos acorralan y hasta de las guerras que tanto nos preocupan, en esta tarde todas se callan. Solamente Dios tiene algo que decir, y a Él le hemos concedido la vez para que nos hablase».

Recordó también que, como dice San Pablo en la carta a los Romanos «no hay nada ni nadie que nos pueda separar del amor de Cristo; o lo que nos ha dicho Jesús, que Él ha querido esconder el misterio de las cosas para desvelarlo a los más pequeños. Aunque es verdad que puede ayudar esta cercanía discreta casi pudorosa que unos y otros estamos brindando. Aunque estéis aquí tantos compañeros de clase de Erika,  profesores; aunque estén aquí las hermanas que con tanto amor acogen a esta comunidad de los hermanos que nos vienen de allende los mares y de otros lugares, para que tengan la acogida humana y cristiana en nuestra ciudad. Aunque esté el señor Alcalde y presida la misa el Arzobispo, ¿para qué vale a la hora de la verdad? Por eso tienes que callar que solamente Dios hable, con brevedad y que sus palabras enciendan luces y lleguen a tocar el corazón que en este momento sangra».

«No es la cuestión de cómo ha sucedido esto –afirmó el Arzobispo de Oviedo– porque no se puede explicar, no nos consuela en absoluto que haya sido un loco, un demente, un depravado, un delincuente. No nos consuela. Aunque caiga sobre él toda la justicia que deseamos en un Estado de Derecho, no nos consuela. Porque lo que únicamente nos consolaría sería poder seguir abrazando a esta pequeña y escuchar de sus labios palabras que tienen vida, y ver crecer junto a ella una vida todavía apenas comenzada. Solo eso nos consolaría. Y aún así los cristianos tragándonos las lágrimas, que con la fe también tenemos llanto, solamente acertamos a abrazarnos en silencio y a musitar con brevedad «te acompaño en el sentimiento».

«Un ángel tenemos en el cielo –dijo–. No es este el último tramo. Aquí no termina la historia. Hay una eternidad que esperamos, en la que Erika se anticipa y en la que nos espera, mientras nosotros seguimos caminando». Dirigiéndose a la familia, les recordó que «no habéis perdido a esta hija y a esta hermana. No ha sido frustrante el fruto de vuestro amor que os dio a esta pequeña. No es maldito el recuerdo que hacéis de vuestra hermana, de vuestra compañera de clase. La última palabra tiene apellido de vida eterna. Y es la que Dios nos recuerda en esta tarde como humilde consolación».

La vinculación de la familia de Erika con las religiosas de María Inmaculada, conocidas coloquialmente por las religiosas del «Servicio doméstico», venía de años atrás, cuando los padres llegaron a Asturias sin trabajo, y con el apoyo de esta comunidad religiosa pudieron ir rehaciendo su vida partiendo desde cero. Al llegar, tenían un niño pequeño; aquí nacieron otro hermano y Erika. Una familia con una fe muy arraigada, que hizo que nunca quisieran desvincularse de esta comunidad de la calle San Vicente de Oviedo. Así, Alba, la madre, trabajaba en la recepción de la casa de las hermanas, donde además de la gran labor que se hace con las personas inmigrantes que llegan buscando ayuda, también tienen una residencia femenina y un centro de estudios. Participaban de las celebraciones religiosas y de todas las actividades que se llevaban a cabo en el centro social, que son numerosas, y también asistían regularmente a la misa dominical a la parroquia de San Melchor, que les correspondía por domicilio.

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