«Jueves Santo en el que dar gracias por el amor fraterno, por la Eucaristía, por el sacerdocio santo»

Publicado el 09/04/2020
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«Jueves Santo en el que dar gracias por el amor fraterno, por la Eucaristía, por el sacerdocio santo»

En la tarde del Jueves Santo el Arzobispo de Oviedo, Mons. Jesús Sanz, presidió la celebración de la Cena del Señor en Covadonga, a puerta cerrada y retransmitida a través del canal de YouTube del Santuario. En su homilía, destacó que la que hoy Jueves Santo se celebra, es «distinta a todas las primeras precisamente por ser esta la última de todas ellas. Fue desde siempre deseada esa cena en la que habría por parte de Jesús intimidades y entregas. Y da comienzo a los tres días santos en los que se nos declara la entrega amorosa de un amigo con mayúsculas: el que da la vida suya por entero para que nosotros no perdamos la nuestra. Triduo Pascual en el que rememoramos el desenlace de una historia de amor por la que Dios quiso mostrarnos en su Hijo Bienamado su decisión de salvarnos. Quedan atrás tantos momentos: los que conocemos por los evangelios, y los que quedan sin escribir pero no por eso menos ciertos. Mil situaciones en las que había lágrimas que enjugar, interrogantes a los que dar respuesta, deseos sinceros que se tornaron verdaderos, y un sinfín de inquietudes que palpitaban en los corazones y a los que Jesús regaló el cauce, les puso nombre y sobre todo un destino resuelto».

         «Fue una noche de intimidades –destacó el Arzobispo de Oviedo–. Jesús comenzó a orar al Padre diciendo lo mucho que le importaban aquellos que el Padre le confió. Mi vida también le fue confiada, aunque no hubiera nacido todavía. Mi vida le importaba, con su nombre, su edad, sus verdades y gracias, sus mentiras y pecados. En ese memorial de amores estábamos todos en su lista. Eran los afectos con los que por amor al Padre Dios, Él se entregaba a sus hermanos. Ahí estaban los dos amores de Jesús que llenaron sus días: el Padre y los hermanos, dos amores distintos pero inseparables. Fiarse del Padre para darnos a los hombres su abrazo y su palabra. Entregarse a los hombres para intentar que comprendiésemos en su entrega el gesto supremo. Una noche que vino a contar entre manteles fraternos lo que toda una vida de mil modos había entregado y narró de hecho».

            «El amor tiene esa dimensión fraterna –explicó, aludiendo al Día del Amor Fraterno que hoy se conmemora– que nos desvela finalmente un Dios que se hizo hermano. Y así nos lo dijo, así nos lo dejó escrito de tantas maneras como estrofas de su más hermoso canto. Pero tuvo un lance que sólo se entiende si alguna vez se ha estado enamorado: que el amor verdadero no se aviene con la distancia que nos tiene lejos, con la caducidad que hace corto y roto el ensueño. No quiso el Señor que su amor se hiciera compañero que no acompaña, o que se cansa aburrido, o que se hace tan extraño que termina siendo al final ajeno. Entonces nos hizo la multiplicación de su vida, la multiplicación más increíble y hermosa: mucho más que doce cestos de panes y peces, fue su corazón abierto y su entraña partida. Una amistad que se hace tierna como el pan que no se endurece ni termina, una alegría que se hace gozosa en el vino escanciado con generosa medida. Su Cuerpo y su Sangre, en el horno y el lagar de su Corazón se hicieron santa Eucaristía, humilde como el trigo y la uva, y silencioso y discreto como un Sagrario que con su luz candelaria siempre encendida nos invita a la gratitud y a la visita».

Homilía completa aquí 

 

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