Homilía en el rito de consagración en el Ordo Virginum de Patricia Rodríguez Suárez

Publicado el 10/10/2020
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Queridos hermanos: el Señor os bendiga a todos con la paz en vuestros corazones y el bien que acompañe siempre vuestros pasos. Saludo a los sacerdotes presentes hoy en Covadonga, Señor Abad y demás concelebrantes, a las personas consagradas, a las familias y fieles laicos que peregrináis desde diversos lugares de procedencia. Finalmente al Orden de las Vírgenes que venís desde Asturias para acompañar a nuestra hermana Patricia que hoy se consagrará como Virgen consagrada.

Covadonga nos ha amanecido otoñal. La lluvia hermana llena de dulce nostalgia nuestra visita a este Santuario de la Santina. Pareciera que es reflejo de otras brumas, de otras torrenteras que en este momento se suceden en el mundo con la crisis sanitaria de una pandemia, con el desbarajuste incomprensible de ciertas políticas, con tantos frentes que nos retan ante las consecuencias económicas y culturales que la pandemia y la mala gestión política nos están sirviendo a diario para nuestro pasmo y preocupación debidas.

Si este es el ambiente, parecería que no cabe mucho más margen para este grupo de peregrinos y fieles que esta mañana hemos subido a Covadonga. Y, sin embargo, esta es la buena noticia. Llegamos a un lugar donde nuestras preguntas son abrazadas, nuestras heridas se cuidan con bálsamo de gracia, y el horizonte tosco y zafio que nos impide ver mucho más allá de lo que inmediatamente nos aflige y acorrala, de pronto se abre a una esperanza cierta que dibuja en nuestros rostros y en el corazón la verdadera alegría cristiana.

Así nos sucede siempre que llegamos a este Santuario mariano, vengamos de donde vengamos, y vengamos como vengamos. La Virgen, nuestra Santina, nos acoge y se allega a nosotros con esa prisa premurosa con la que fue al encuentro de Isabel su prima. Y hace que también nosotros experimentemos serenamente aquella misma gracia: que lo mejor de nosotros mismos pueda saltar de alegría. Yo lo deseo para todos y cada uno de vosotros, peregrinos hoy en Covadonga, para vuestras familias y amigos.

Pero hoy en este bendito lugar vamos a asistir a una boda especial, cuyos esponsales no son un idilio cualquiera. Una hermana nuestra, tras muchos años de oración y discernimiento, va a entregar para siempre su vida al Señor consagrándose a Él en virginidad perpetua. Tiene que ver con uno de los títulos teológicos más profundos de María: que Ella fue Virgen, tanto así que el pueblo cristiano aprendió a llamarla sencillamente a través de los siglos la Virgen María. La virginidad no significa en el cristianismo el desdén o la sospecha que se vierte sobre el cuerpo humano o sobre el corazón que ama. No es primordialmente fruto de una renuncia que desprecia asustada, sino de una elección que acoge con gozo. El misterioso designio de Dios establece que cada uno de sus hijos sigan un camino único y personal, que es la senda que les lleva a su inédito destino. Y así cada cristiano sigue al Señor por un camino distinto. La grandeza de cada uno de ellos no descansa en la respuesta por parte nuestra, sino en la propuesta que proviene de Dios.

Lo importante verdaderamente es que nuestros pasos caminen por el sendero que para nuestro bien y santidad quiso trazarnos el Señor. No es fácil descubrirlo, y para ello se nos da la vida: para que podamos reconocer, acoger y surcar ese itinerario que se nos ha dado a cada cual. María es modelo en todos ellos. También lo es en la virginidad como entrega de toda la vida: el cuerpo y lo que significa, el corazón y sus latidos de amor, la libertad con sus opciones, la voluntad y sus quereres, el pasado que ponemos en la misericordia de Dios, el presente que tomamos a diario de sus manos, y el futuro que con esperanza gozosa sabemos aguardar en el Señor. Todo eso le entregamos al consagrarnos a Él.

María vivió así su virginidad como un inmenso relato de pertenencia a Dios ante quien no se quiso reservar nada. El “hágase en mí su Palabra” con el que respondió al arcángel Gabriel, trazó para siempre su entrega de modo que vivió para contar y cantar la Palabra que se hizo carne en su entraña virgen de mujer. Será eso mismo lo que dirá en Caná en aquellas bodas: “haced lo que Él os diga”. Será por esto que su propio Hijo quiso ensalzarla modificando aquel piropo popular de una mujer sencilla: “más bien dichosa por haber escuchado la Palabra de Dios y por vivirla”. Será esto lo que de nuevo diga silenciosa cuando al pie de la cruz, repita su “hágase” permaneciendo callada debajo de una muerte en la que ella aguardaba la vida resucitada.

La Virgen María vivió toda su existencia como una entrega enamorada a quien por amor quiso llamarla. No es la virginidad de la estéril, sino la virginidad que Dios siempre fecundiza. Es la virginidad que la constituye en madre de la vida. Y lo imposible para ella fue posible para Dios. Verbum caro factum est, el Verbo se hizo carne, sí: se hizo Palabra y Verbo Dios en el silencio del seno de María. El Señor llamó desde el principio de su Iglesia a algunas mujeres a este camino espiritual. La primera forma de consagración cristiana fue precisamente la virginidad femenina. Y andando los siglos han sido muchas mujeres que han dicho de este modo su sí, su hágase, expresando la entrega total de sus vidas al Señor Dios que totalmente se había entregado a ellas.

Querida Patricia, tu nombre fue grabado como un sello en el corazón de Dios, y como dardos de fuego y llama divina arde también en tu entraña ese mismo amor que nada ni nadie podrá apagar por muchas que pudieran ser las aguas caudalosas, como hemos escuchado en la primera lectura del Cantar de los Cantares. Por eso sabes en quién has puesto tu confianza, como decía el salmista.

Y esto significa que tu vida es depositaria de un secreto, ese que el Corazón de Jesucristo sólo revela a los sencillos y a los pequeños, mientras que los soberbios y prepotentes jamás entenderán, ni descansarán en Jesús sus cansancios y agobios porque falazmente se bastan a sí mismos.

En esta mañana, tenemos el gozo de poder acompañar a esta mujer cristiana asturiana que llamada por Dios va a entregarse a Él para siempre como Virgen Consagrada. Vamos a ser testigos de este paso importante en su biografía, y quienes la conocemos y queremos desde los vínculos de la familia, la vecindad, la amistad, nos unimos a la plegaria de la Iglesia por ella, al tiempo que nos congratulamos con nuestra Iglesia diocesana.

Será elocuente la oración consagratoria que ahora escucharemos, y serán significativos los símbolos que contemplaremos en este desposorio entre nuestra hermana y el Señor: la lámpara encendida, el anillo esponsal y el libro de oración de la Liturgia de las Horas. Nuestra hermana Patricia responde a una llamada concreta que ha ido discerniendo a través de un largo acompañamiento espiritual para estar cierta de qué era lo que Dios quería de ella. Ha llegado ahora el momento de expresar públicamente en el marco litúrgico de esta celebración eucarística y en el bello contexto del Santuario de Covadonga su determinación inspirada y sostenida por la gracia de Dios. Se vinculará con un nuevo título a esta Iglesia diocesana tras haberlo hecho con el bautismo, y como una virgen prudente tendrá siempre encendida la llama de su lámpara, orando sin cesar a quien incesantemente nos habla y nos escucha, amando con todo su ser a quien totalmente se entregó por ella, y estando al servicio de esta porción de la Iglesia del Señor que es nuestra Diócesis de Oviedo. Pondrás todos tus talentos al servicio de Dios y de su Iglesia, como médico que eres y también como teóloga. Nuestra Iglesia diocesana se alegra y te confiará la correspondiente encomienda que sea compatible con tus dones humanos y cristianos, y tus responsabilidades profesionales como doctora, no siendo menor la labor educadora del pequeño Miguel cuya tutela asumiste acompañando su vida desde la maternidad adoptiva.

Querida hermana Patricia, quedan atrás tantos momentos, tantas esperas, y todo lo que en tu vida ha sucedido para tu bien a fin de que este momento tenga lugar. Es la hora de la gratitud rendida por todo, por tus padres y tu familia, por tu tierra y tus amigos, por las personas que de tantos modos y en tantos momentos te han acompañado y que ahora son testigos aquí o en la lejanía de tu estrega esponsal a Dios tu único Esposo. Pido al Señor que lo que ha comenzado en ti lo lleve Él fielmente al más feliz de sus términos. Y que el ejemplo y la intercesión de María Virgen, te haga vivir tu entrega como virgen consagrada con gozo fecundo para gloria de Dios, para bendición de su Pueblo y para bien de tu alma.

Ten siempre viva la llama de tu lámpara, no decline jamás la intercesión de tu plegaria, sé fuerte en el testimonio de tu entrega y ama con todas tus fuerzas y todo tu corazón a tu madre la Iglesia. Dios te ha llamado, ha puesto en su labios tu nombre, te consagra en esta comunidad diocesana, y todos nosotros te acogemos y queremos saber acompañarte. Dios sea en ti glorificado. La Virgen de Covadonga te guarde y te bendiga.

 

+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo
Basílica de Covadonga,
Sábado, 10 de octubre de 2020

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