Homilía de Navidad 2019            

Publicado el 25/12/2019
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Venimos de una noche larga, la noche más buena de todas las noches, cuando hacemos memoria de cuanto sucedió ante el relente de diciembre hace dos mil años. Tuvimos ayer bien dispuestas nuestras casas, con mesas engalanadas y un menú de fiesta. En torno, nuestra gente querida y la que más nos quiere. Mientras íbamos diciéndonos con palabras bondadosas y sinceras el saludo de estos días: feliz Navidad.

Algunos pudimos celebrar la misa del Gallo, que no siempre coincide con la medianoche, en la que pusimos guión litúrgico al sentido profundo de esta fiesta navideña. Es hermoso ese texto del libro de la Sabiduría que resume en dos versos toda la trama de ese momento de magia salvadora: “cuando un silencio todo lo envolvía y estaba ya la noche a la mitad de su carrera, tu Palabra omnipotente, Señor, saltó del cielo hasta nuestra tierra condenada al exterminio”. Es el libreto de una historia inaudita, de un cambio de escena, en donde el maleficio de un imparable desastre se cambia en deseo cumplido sin cita previa. El silencio pierde su mutismo y deja paso a una Palabra que nos trae vida. La negrura de una noche interminable, cede ante el irresistible amanecer del alba que ya no termina. Esa Palabra bendita es última palabra, como nos ha dicho la carta a los Hebreos en la 2ª lectura. Ha habido un sinfín de mensajeros anteriormente, hasta que Dios decidió enviarnos a su Hijo, como mensaje y mensajero al mismo tiempo.

El Evangelio nos ha hablado de esa Palabra arcana, fundante, por medio de la cual se hizo todo, cuando los labios creadores de Dios fueron llamando a la vida cada una de las cosas. ¡Hágase!… fue la orden de llegada. Y las cosas fueron haciéndose apareciendo en la escena, mientras Dios cambiaba el caos deforme por la belleza armonizada: y así encontró luego al mirarlo, todo lo que dijeron sus labios con su Palabra bendita, lleno de belleza y de bondad. Ahí estaba la luz que se adentra en la tiniebla para que terminen las sombras de la noche oscura y nazca sin ocaso el amanecer de un eterno día. Este es el mensaje que nos traen las lecturas de este día de Navidad, como si fueran ese mensajero del que nos hablaba el profeta Isaías que, con hermosos pies sobre nuestros montes, nos anuncian la más hermosa buena noticia.

En Navidad nos dejamos arrullar por el villancico inocente que enciende una esperanza cierta. Aceptamos el mensaje y nos esforzamos por hacer que tenga hueco lo más noble y verdadero de esta fiesta navideña, asomados, como estamos a cuanto, en aquel rincón de Judea, hace dos mil años, Dios nos señalaba en la escena. Se nos pone carita de tregua, y tratamos de enterrar nuestras cuitas con sus hachas de guerra y sus hechos torcidos. Declaramos un período de tregua en el que no nos lanzamos órdagos hirientes, y todo parece que conspira para celebrar juntos unos días de cristiana bondad y de amable belleza. Así sucede siempre en este tiempo, cuando en esta esquina del invierno llega nuestra calenda navideña. Nuevamente llama a nuestra puerta un tiempo especial, único y cada vez irrepetible, aunque parezca que nos lo sabemos ya. La Navidad tiene toda esta virtud, de sacar de nosotros lo mejor de nosotros mismos, por más que pueda estar escondido o descuidado en al arcón de nuestros entresijos y nuestros mejores recuerdos. Tiene ese encanto de volver a entonar el canto de aquella noche de paz porque es la Noche más buena, por ser la noche que Dios se reservó para hacerla nuestra.

Así es la Navidad, siempre igual y siempre en trance de reestreno. Por eso, además de engalanar nuestras calles y poner guirnaldas de color en nuestro entrecejo, sabemos que hay un porqué, que hay un por quién en estas fiestas que nos llenan de alegría y esperanza. Un porqué y un por quién que tiene nombre, que logran encender de nuevo la humilde luz de Dios que nos alumbra sin deslumbrar, que nos abraza sin posesión, que nos acompaña con paciencia y discreción. La luz que el Señor encendió necesita de candeleros de hoy en donde brille y luzca, y la gracia que nos regala precisa de manos de ahora que la muestren y repartan. Es la Navidad continua, la que nunca caduca, pero que llena de paz y bien cada carencia y cada entraña.

En aquel Portalín de piedra, iban y venían tantas gentes. Fueron los primeros en acudir a aquel primer Belén viviente los pastores avisados por los ángeles. Eran sencillos, estaban descartados en los círculos biempensantes, en los engolados gestores de templos y sinagogas, en los empoderados ricachones de sus beneficios no sudados con el sudor de su frente. Pero fue a ellos a quienes se invitó primero. Me temo que no es el caso nuestro, y tal vez, acaso, nos podamos mirar mejor en aquellos Magos de Oriente. Vinieron cada uno de un extremo de su curiosidad. Pero se dejaron interpelar por un signo: el que Dios mismo les dio. ¡Ay, si fuésemos unos y otros enseñantes! Sí, los que enseñan los signos, los que facilitan la sorpresa, los que ayudan a que no vivamos distraídos.

El deseo de nuestro corazón es un deseo tantas veces ignorante, que necesita que alguien enseñe cómo hay signos en la vida cotidiana con los que Dios nos señala el verdadero camino de belleza, de bondad y verdad que más nos corresponde. Etimológicamente la palabra deseo significa abrirse al infinito, tener nostalgia de lo grande y verdadero para lo que nacimos y quizás no hemos estrenado todavía, mientras que lo contrario es precisamente cerrarse en el desastre, fuera de los astros que nos marcan la meta y el camino como una amable estrella. Entre el deseo y el desastre, se decide la paz de mi alma y la felicidad de mi destino. Los Magos se dejaron llevar por el deseo del signo que Dios les mostraba en aquella humilde estrella. ¿Cuáles son los signos con los que Dios nos conduce y conlleva? ¿Qué estrellas Dios enciende cada noche en el firmamento de nuestros cansancios y tristezas, para invitarnos una y otra vez a recorrer la verdadera senda que conduce a la verdad, a la belleza y a la bondad? ¿O somos ciegos y cansinos para quedarnos tristes, escépticos y aburridos cuando miramos la realidad de nuestra vida?

Por último, los Magos no fueron privadamente. Se encontraron en el camino no simplemente por encontrarse, sino como una compañía que les condujese hasta el destino para el que sus ojos nacieron, por el que sus corazones vibraban, la meta de todas sus andanzas. Hay que saber acertar en la compañía que elegimos, no vaya a ser que sólo nos acompañen en nuestras canseras, sumando cansancio y desánimo a los nuestros propios, mientras vamos juntos a ninguna parte. Pero hay amigos, hay compañías, que nos permiten llegar hasta ese bendito lugar en donde nos esperan, donde se cumple el deseo que nos anida, donde se colma y se calma nuestra verdadera esperanza. Para ellos fue el encuentro con Jesús, que su joven madre sostenía y amamantaba junto a quien hacia las veces de discreto padre.

¡Cuánto podemos aprender de aquel Portal de Belén y cómo es bueno saber llegar, como hicieron aquellos Magos que se dejaron llevar! Porque obstáculos, zancadillas, pretextos y mil dificultades, los tenemos siempre en ese Herodes que con falsa amabilidad nos confunde y seduce para mercadear con nuestros deseos vendiéndonos su desastre. El Herodes los tenemos dentro, y fuera también merodea, en todo cuando por dentro y por fuera nos porfía con sus engaños y maneras.

Queridos amigos y hermanos, como hiciera el mismo San Francisco de Asís con aquel primer belén viviente, deseo que la Navidad sea abrazo de Dios a nuestra vida, iluminación de nuestras oscuridades y salvación de nuestros callejones sin salida. En ese Belén viviente que es la misma vida, tengamos nosotros nuestro lugar, y entonemos con lo mejor de nosotros mismos, el más alegre villancico que dé gloria a Dios con los ángeles y a los que Él ha puesto a nuestro lado los haga benditos. Que esta santa Navidad cristiana nos llegue como el anuncio nuevo de la Buena Noticia que por venir de Dios nunca se gasta. Con María, José, y el pequeño Dios entre pajas, os lo digo: Feliz Navidad hermanos.

 

+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo
25 diciembre de 2019

 

 

 

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