Homilía en la solemnidad de Sta. María, Madre de Dios. 1 enero 2021

Publicado el 01/01/2021
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Homilía en la solemnidad de Sta. María, Madre de Dios. Primer día del año 2021

 

Queridos sacerdotes concelebrantes, Excma. Corporación Municipal, religiosas, hermanos todos: paz y bien.

Hemos llegado a esa fecha mágica, que como calenda esperada queríamos cruzar apresurados su línea de salida, para dejar atrás lo que en el ya año pasado tanto nos ha hecho sufrir, bregar, esperar, tanto nos ha hecho rezar y confiar ante una prueba inesperada. Pero llegando el comienzo de un año nuevo, tras doblar por su esquina el año 2020 que nos ha resultado tan aciago, nos encontramos ante un extraño escenario. Las uvas que casi en solitario tantos tomaron ayer, lejos de los que habitualmente concelebraban con ese rito el dar comienzo a una novedad, resulta que el cambio de cifra al llegar un día nuevo, de un mes nuevo en un año apenas estrenado, no ha barrido sin más lo que nos desafía y abruma, dejando intacta la incertidumbre que hasta hace unas horas nada más, era el paisaje mismo al que hoy nos asomamos.

En estos primeros lances de enero nos saludamos con la expresión popular del “feliz año nuevo”. Esta es la consigna, el requiebro, el sincero deseo que unos y otros nos brindamos. Son 2021 años de algo ocurrido: lo que hace las cuentas con lo que en esa cifra sucedió. Precisamente cuando más arrecia lo que nos puede acorralar la alegría y ensombrecer la esperanza, emerge con toda su fuerza lo que en estos días celebramos. Porque la navidad no es sólo algo que sucedió hace dos mil años, sino algo que sucede cada día. Hay una luz más grande y poderosa que todas nuestras oscuridades juntas. Hay una ternura capaz de superar la dureza de nuestra existencia. Hay una paz que viene a desarmar nuestras violencias todas. Y tamaña gracia Dios la ha querido ofrecer a través de un pequeño y divino bebé, que nace de una joven doncella que se fio de Él, y de un artesano carpintero llamado José que, enamorado de María su prometida, supo respetar hasta el extremo lo que el Señor había dispuesto. Ellos tres, hace dos mil años, en aquella cueva de pastores ofrecían al mundo de todos los tiempos este regalo.

Hoy la Iglesia nos propone a María como Madre de Dios. Son muchas las advocaciones en torno a María a través de la tradición cristiana. Especialmente las que tienen que ver con su lugar en la historia de la salvación. Sin duda lo que más y mejor podemos decir de María, lo que explica y desarrolla el don de su vida y la impagable bendición de su fidelidad: es que fue la Madre de Dios. Este atributo de la maternidad divina es el centro desde el cual todo lo demás se sitúa. Y aquí confluyen varias circunstancias que contextualizan esta fiesta cristiana. Pero el año que se estrena hace referencia al tiempo transcurrido desde que nació el Salvador del mundo, nacido de María madre y virgen, inmaculada y asunta a los cielos.

Con María nos deseamos de veras el feliz año que queremos nos acerque una novedad creíble en medio de todas nuestras tramas viejas donde se nos arruga la esperanza y la ilusión se nos apaga. Esta expresión quisiéramos que fuera un talismán bondadoso que produjera lo que nos decimos sin más, pero la dura realidad es que cuanto dejamos al tomarnos unas uvas confinadas que se nos atragantaban entre el miedo y el dolor por todo lo que nos está pasando, nos esperaba puntual en el albor del nuevo año sin que apenas haya habido un cambio en la circunstancia.

Y, sin embargo, nos deseamos venturosos el “feliz año nuevo”, que en clave cristiana no significa una historia inventada para engañarnos diciendo que ya todo ha pasado, y que año-nuevo-vida-nueva sin más. La actitud cristiana no cambia la circunstancia que nos asola, sino que su novedad consiste en el modo nuevo de mirarla, en un momento duro que por tantos motivos nos duele, pero no nos destruye ya. Es mirar las cosas y vivirlas desde la confianza de sabernos en manos de un Dios al que le importa mi vida, que me concede su luz en medio de tanta penumbra, su paz cuando me amenazan los conflictos, su verdad como ayuda ante tantas mentiras, su gracia como don que me hace fuerte en la vulnerabilidad de mi pequeñez. Decirnos feliz año nuevo así significa precisamente esto: mirar la circunstancia como Dios la contempla con sus ojos mientras nos ofrece este tiempo cual oportunidad para crecer como hijos suyos y hermanos de los que nos ha puesto a nuestro lado. Esta es la novedad ante el año que comienza.

Pero, además de esta novedad de estreno con sabor a verdad, este día primero del año es también una Jornada especial. Ya desde el lejano 1968 el recordado Papa Pablo VI instauró esta fecha como una Jornada Mundial por la Paz. No se trata de una paz que sea hija de nuestros consensos interesados, una paz que nazca simplemente del seno de nuestras urnas que tantas veces se muestra frágil y vulnerable. La paz que en un día como hoy pedimos al Señor proviene de Él mismo, de aquella paz que nos prometió y que jamás nos ha negado. La paz que cantaron los ángeles a los pastores en los aledaños de la gruta de Belén, una paz que bendice a los hombres de buena voluntad y que da gloria en las alturas a Dios. Es la paz que pone una tienda de encuentro en medio de tantas de nuestras contiendas de hostilidad. Es la paz que se nutre del don de Dios y que sabe ofrecerse con la gratuidad de una mano tendida imitando así el gesto dadivoso del mismo Dios.

Cuando pensamos en los pequeños o grandes conflictos internacionales, y cuando pensamos también en los conflictos más inmediatos y domésticos, allí donde nuestra vida personal se desenvuelve a diario en el seno de nuestras familias, en nuestros círculos de amigos y en los ámbitos laborales y conciudadanos, debemos poner rostro a ese reto siempre saludable de la paz a la que Dios nos llama a todos, una paz tejida de perdón y de amor.

Dice el papa Francisco en el mensaje para la Jornada mundial de la paz de este día que hemos de abrazar «la cultura del cuidado, como compromiso común, solidario y participativo para proteger y promover la dignidad y el bien de todos, como una disposición al cuidado, a la atención, a la compasión, a la reconciliación y a la recuperación, al respeto y a la aceptación mutuos, es un camino privilegiado para construir la paz… Como cristianos, fijemos nuestra mirada en la Virgen María, Estrella del Mar y Madre de la Esperanza. Trabajemos todos juntos para avanzar hacia un nuevo horizonte de amor y paz, de fraternidad y solidaridad, de apoyo mutuo y acogida. No cedamos a la tentación de desinteresarnos de los demás, especialmente de los más débiles; no nos acostumbremos a desviar la mirada, sino comprometámonos cada día concretamente para formar una comunidad compuesta de hermanos que se acogen recíprocamente y se preocupan los unos de los otros».

Ayer se abría en la Catedral de Santiago de Compostela la puerta santa de un año jubilar jacobeo. Participé como Arzobispo de Oviedo, representando a toda nuestra comunidad diocesana de Asturias. No pude asistir al acto sencillo y sugerente que tuvo lugar ante nuestra Catedral ovetense, con el Cabildo de la Catedral, la Consejería de Educación y Cultura, y nuestro Ayuntamiento de Oviedo, a cuya corporación municipal quiero agradecer el compromiso y la colaboración para llevar a cabo la celebración de este año jubilar jacobeo desde nuestra Catedral. Pero ayer la cita era Compostela. La puerta está allí, como una ocasión para la reconciliación y la perdonanza hacia la cual han peregrinado tantos cristianos a través de los siglos. Sin embargo, ese gesto cristiano de la peregrinación a la tumba del Apóstol Santiago al inicio, tuvo su punto de partida precisamente en nuestra Catedral, San Salvador de Oviedo. Aquí tenía comienzo el Camino Primitivo, llamado así por ser el primero de todos. Al final de esta misa, haremos una oración ante la imagen románica del Salvador, y nos postraremos con nuestros corazones inquietos, con nuestras preguntas no resueltas, con lo que es motivo de temor, y también con nuestras certezas, confianzas y esperanzas. Como han hecho tantos peregrinos a través de los siglos. El Camino de Santiago es una educación para la vida. Es una pedagogía que nos ayuda a recorrer las andanzas de la vida como se recorre ese Camino de Santiago: con todos los climas del año y con todas las envergaduras. Fríos invernales, explosivas primaveras, agostadores estíos y mágicos otoños; subidas que nos fatigan, llanuras que nos permiten recobrar resuello y bajadas que nos precipitan. Toda una lección para aprender a vivir las cosas como se hace un camino que tiene significado: saber que nuestros pasos tienen meta, y que en ese destino somos esperados y queridos para un abrazo que no termina porque se llega a la bienaventuranza eterna. Como hizo Santiago, el amigo del Señor, así nosotros lo hacemos sabiéndonos por él acompañados y sostenidos por la Madre de Dios como él también experimentó ante la dureza de anunciar el Evangelio de Cristo a sus coetáneos en nuestro suelo patrio de entonces.

Hoy, primer día del año, en la fiesta de la Madre de Dios, cuidando unos y otros el don de la paz con la que Dios nos bendice, nos hacemos peregrinos desde este punto de partida del Camino Primitivo para llegar al mejor de los destinos, a la meta ensoñada para la que cada uno de nosotros nacimos.

Feliz año nuevo, queridos hermanos. Que María a todos os bendiga.

 

+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo
S.I.C.B.M. San Salvador de Oviedo

 

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