Homilía en la Solemnidad de Santa Eulalia, Patrona de la Archidiócesis de Oviedo

Publicado el 10/12/2022
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Casi desapercibida, aparece esta fiesta de Santa Eulalia en un rincón de este diciembre frío mientras proseguimos el camino del adviento cristiano. Esta niña mártir es la Patrona de toda nuestra Archidiócesis de Oviedo. Una niña de apenas doce años que se nos presenta como ejemplo de entereza y confianza. Una pequeña que nos da lecciones en momentos recios en los que también nuestra vida cristiana debe saber vivirse con audacia valiente y entrega sincera como sólo los santos nos enseñan.

¿Qué es lo que celebramos los cristianos cuando hacemos memoria de nuestros santos? ¿Por qué después de casi XX siglos honramos a una mártir que vivió y murió a caballo del siglo III y el siglo IV? No estamos ante una persona entregada y diligente que hace bien su menester, y que dedica algunos ratos de su tiempo libre a una causa justa, o unos meses de su vida como generoso voluntario de una ONG altruista, sino ante alguien que ha pagado con el supremo sacrificio de la propia vida aquello por lo que luchaba, aquello por cuanto sabía y amaba. Y la pregunta que nos surge es cuál es el secreto y cuál es la compensación de semejante precio, el mayor que una persona puede exhibir.

Los mártires cristianos, los del siglo tercero, los del dieciocho o los del veintiuno, no son kamikazes terroristas. La altura moral, la sabiduría con la que han vivido su vida y su muerte, la paz y bondad con la que acertaron a caminar sus senderos y abrazar el momento final de su adiós terreno ante el paredón de turno que les negaba su vida y su dignidad, nos dice que no estaban locos. Y por esa razón no eran tampoco huraños de su suerte que propiciasen tan fatal desenlace provocando a quienes luego ejecutarían su final.

¿Qué es lo que, entonces, celebramos al recordar un martirio que tuvo lugar hace tantos siglos? La palabra “mártir” es un vocablo de raíz griega que significa “testigo”. El mártir no es un loco irresponsable, ni un masoquista inconsciente, sino un testigo, un testigo de otro. Ellos han querido vivir acogiendo la Palabra de ese Otro, la Palabra de Dios, que acertarán a cantarla en sus labios hasta el final. También han querido acoger la Presencia de ese Dios, de la que nutrirán su esperanza y amor también hasta el final. Testigos de una Palabra y de una Presencia, las de ese Dios que no enmudece ni huye ante nuestro devenir, porque Dios no sólo nos indicó el camino, sino que se hizo caminante junto a cada cual.

Hoy reconocemos ese amor que Santa Eulalia tuvo hacia Jesucristo y hacia su Evangelio, hasta hacerla testigo, mártir, y la memoria histórica de la Iglesia no lo ha olvidado ni lo puede olvidar. Es apasionante el iter biográfico, el existencial real que no siempre se ha podido documentar, de esta joven niña emeritense. En la Roma de occidente, como se llamaba a la Augusta Emérita que la vio nacer hacia el año 292 (la actual Mérida), se desenvolvió esa corta e intensa vida de una mujer cristiana que con tan sólo doce años estaba madura para la gran elegía del amor entregado hasta el final, verdadero homenaje de fe y fidelidad a ese Dios que vale más que la vida, como dice el salmo 62.

Nuestro poeta Aurelio Prudencio nos ha permitido asomarnos en sus versos e himnos a los retazos biográficos de la joven Eulalia. Tenemos el estudio de nuestro profesor Enrique López Fernández, donde se nos da abundante y documentada razón de los avatares personales de santa Eulalia y de su llegada a nuestra Diócesis como devoción, así como su desarrollo litúrgico, cultural y devocional a través de los siglos y los lugares del mundo. A esta obra remito a quienes deseen conocer y profundizar en nuestra joven mártir patrona, Santa Eulalia.

“Tú has sacado fuerza de lo débil, haciendo de la fragilidad tu propio testimonio”, escucharemos luego en el Prefacio de los mártires que recitaremos en esta misa. Es la paradoja cristiana de todos los tiempos: que una debilidad natural, la propia de nuestra humana condición, se puede tornar en una fuerza real que comunica la audacia valerosa cuando llegan momentos en los que por nosotros mismos no podemos responder de modo extraordinario, y es entonces cuando en medio de nuestra fragilidad es la fortaleza del Señor la que queda manifiesta.           Hay que querer mucho a una Persona y estimar del todo su Palabra, para estar dispuestos a dar nuestra vida por ese Rostro y esa Voz. Los mártires como Santa Eulalia lo han hecho, y en su gesto queda patente un amor que no es reaccionario, sino tan sumamente gratuito y puro que busca la gloria de Dios y la bendición para todos, incluyendo a los que te siegan el hilo de la existencia.

Acaso podríamos pensar que se trata de una gesta admirable, incluso desde un punto de vista creyente, de algo que sucedió hace ya mucho tiempo, y que no tiene que ver nada con nuestros días. Sin duda alguna que hoy las persecuciones que sufre el pueblo cristiano, tienen otros modos a los que conocemos de la época de santa Eulalia. Pero el reto y la batalla han ido perviviendo a través de los siglos.

Por eso, aunque nos persigan, apoyamos la familia fundada sobre el matrimonio entre hombre y mujer, por amor y para siempre, como unidad básica de la sociedad. Aunque nos persigan, defendemos la vida, toda la vida, la del no nacido aún, la del nacido en todas sus etapas y las del enfermo o anciano terminal. Aunque nos persigan, creemos en la libertad, en la libertad religiosa y en todas las demás, particularmente en la que asiste a los padres a elegir una educación para sus hijos que ofrezca todos los componentes de una formación integral sin que queden censurados o mutilados aspectos que nos constituyen como personas. Aunque nos persigan, lucharemos por la Paz, se llame como se llame la guerra que la pone en entredicho. Aunque nos persigan, seguiremos defendiendo la verdad antropológica de cada hombre y cada mujer, sin jugar a ser pequeños dioses que se toman a chifla o con intención de pervertir la conciencia y trucar el cuerpo y su sexo destruyendo la inocencia de quienes inermes se dejan arrastrar por tamaña engañifa. Aunque nos persigan, seguiremos junto a los pobres de todas las pobrezas, los indigentes de todas las indigencias, que serán nuestro principal tesoro y a los que queremos acompañar para darles dignidad y velar por sus derechos, como hemos aprendido a Jesucristo.

Llamados a ser testigos de la historia cristiana que ha generado cultura, paz, justicia y derecho, cada vez que se intenta por unos pocos poderosos e influyentes, secar la raíz de nuestra civilización occidental que no sería imaginable sin estas raíces grecolatinas y cristianas, aunque nos persigan seguiremos escribiendo y defendiendo esa historia.

Quiera el Señor concedernos por la intercesión de Santa Eulalia, el recuerdo agradecido de su vida y la acogida generosa de su legado testimonial, para lograr nosotros, cada cual en su ámbito y con su responsabilidad, dar la vida en la trama cotidiana de nuestro trabajo bien hecho, buscando la gloria de Dios y el bien de las personas que se han puesto bajo nuestro cuidado y responsabilidad. La pequeña Eulalia, santa Olalya, derribó el pebetero con la harina de incienso que le obligaban a ofrendar, despreciando los falsos dioses de la patria y el poder impostor y abusivo del príncipe. Todo un ejemplo de fortaleza cuando soplan por doquier vientos que también hoy pretenden que adoremos los falsos dioses, hacernos vulnerables y domesticados, y de tantos modos imponernos una forma de ver y de vivir ajena a nuestra conciencia, extraña para nuestra verdad antropológica y hostil con nuestra tradición cristiana. Santa Olaya nos ayude a ser constructores de una sociedad justa y pacificada, en donde tenga cabida el eterno sueño de Dios para con sus hijos y donde queden erradicadas todas las pantomimas de nuestras peores pesadillas. El Señor os bendiga y os guarde.

 

+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo
S.I.B.C.M. El Salvador
Oviedo, 10 diciembre de 2022

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