Homilía en la fiesta de San Mateo 2020

Publicado el 21/09/2020
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Excelentísimo Cabildo de la Catedral, hermanos sacerdotes y diácono, Señor Alcalde de nuestra Ciudad, Corporación municipal y demás autoridades, miembros de vida consagrada, seminaristas y fieles cristianos laicos: paz y bien.

Imparable sigue el curso nuestra calenda, en un tiempo que no tiene pausa, aunque tenga vericuetos imprevistos de los que desde hace unos meses nos llena de preocupación y sobresalto. Venimos de una novena llamada de la Perdonanza, donde mirando a la Cruz de Jesús pedimos ser abrazados por ese Dios que de este modo nos redime y nos salva. Así, mientras estamos a punto de estrenar un nuevo otoño como cada año en esta fecha, nosotros celebramos la fiesta del evangelista San Mateo, mientras nuestra vetusta ciudad de Oviedo trata de poner una nota de alegría festiva en medio de un desconcierto impuesto por una pandemia. Se nos convoca a unas fiestas que tienen en el día de hoy su centro y su razón de ser, aún dentro de la anomalía que nos impone una circunstancia como es el coronavirus, que ha entrado en nuestras vidas con secuestro de tantos momentos privados y públicos cercenando las cosas que dábamos por supuestas y que se han tornado tremendamente vulnerables y esquivas.

Quizás es lo que, faltándonos, más echamos de menos recordando sencillamente lo que otros años hemos vivido con la gente que más queremos. Todos sabemos que la fiesta está en la entraña de la condición humana. No es una concesión extraña que nos damos para poder sobrevivir con desenfado, o una especie de paréntesis frívolo o amable tregua que nos concedemos para seguir la marcha tantas veces cansina y hostil. La fiesta debe ser una dimensión de la vida desde la cual miramos la realidad también en su aspecto más gratuito y menos utilitarista. Por eso, la fiesta debe formar parte de nuestro cotidiano vivir, no como contraria al trabajo, sino como conciudadana del mismo en las calles y plazas de la vida. Tenemos necesidad de la fiesta como un respiro del alma y del cuerpo. Y sabemos que hasta el mismo Dios supo descansar al término de su obra creadora. Por esta razón entendemos que la fiesta es un reclamo que nos viene a recordar que hemos sido creados para un gozo que no decline, para una alegría que no dependa de unas fechas en holganza divertida, porque el corazón está hecho para una felicidad grande, infinita, la que tiene la medida de Dios que es quien nos la ha prometido.

Hemos escuchado el relato de su encuentro con Jesús con todo un transfondo biográfico en el Evangelio de este día. Como si el evangelista hubiera perdido su pudor para permitirnos asomarnos a una escena inolvidable de su vida: cuando por primera vez se vio cara a cara con aquel Maestro especial que era Jesús. Una de las obras maestras del pintor italiano Caravaggio que se puede contemplar en la iglesia de San Luis de los Franceses, en Roma, es la vocación de San Mateo. Impresiona el realismo en el cruce de miradas entre Jesús y Mateo, el recaudador de impuestos. Tantas veces fui a contemplarla en mis años de estudio universitario en la Ciudad Eterna. Y siempre salí tocado por la escena que el talento de Caravaggio plasmó en su lienzo.

No le citó el Maestro en algún ala del Templo, ni en ninguna sinagoga discreta y tranquila, o en su casa por la noche como hiciera Nicodemo, aquel maestro de Israel que visitaba a Jesús con la nocturnidad de sus miedos pudorosos y sus preguntas incisivas. Jesús con Mateo irrumpe sin cita previa, a la luz del día, en el rincón de un hombre rodeado de lo que diariamente se cocía en torno a sí: sus cuitas, sus colegas, su recuento y su recaudo, sus sueños y sus trampas. Caravaggio con gran fuerza, ha representado a Jesús que sencillamente señala a Mateo, el cual, se autoseñala con su dedo como dudando, como sugiriendo que se ha equivocado de puerta Jesús. Pero era él y era a él a quien Jesús buscaba, y lo hacía en la trama de un hombre, con toda su carga de ambigüedad y de luz al mismo tiempo, en donde Dios se adentra, señala y llama, invitando a recorrer otra senda, o a recorrer la misma, pero de otra bien distinta manera. En la trama cotidiana, Dios se hace presente. Este es el mensaje del encuentro entre Jesús y Mateo.   Al hacer memoria de un recaudador de impuestos que fue por Jesús recaudado, pensamos en las encrucijadas nuestras por donde la vida va y viene con su vaivén acostumbrado. Porque no todos pueden gozar de la fiesta que acabamos de apuntar, de ese festejo tan necesario. No porque sean sosos, o de profesión aguafiestas, sino porque no están los hornos para bollos cuando asolan las contiendas.

Señalemos esta situación pandémica que nos tiene en vilo y nos deja boquiabiertos, al albur de las vacunas que no llegan todavía, mientras con desigual acierto o maquillado fracaso se van haciendo los deberes que no siempre son los debidos. Lo dije en Covadonga y lo repito ahora, en donde cabe el agradecimiento sentido o la denuncia abierta, ante las actuaciones de quienes más responsabilidad tienen en la gestión sanitaria de un grave problema y una responsable actuación ante la crisis económica y laboral que ya tenemos encima. Por eso sorprende que haya cortinas de humo o, tal vez más bien, incendios provocados, con cuestiones que se quieren desenterrar en nuestra memoria reconciliada para imponer una dialéctica que enfrenta nuestros sentimientos más sagrados y enzarza nuestra convivencia herida para poder manipularla.

Ni el asunto de una llamada memoria democrática y la eutanasia anunciada, responden a la demanda real que la sociedad española se esté planteando, sino a otros intereses ideológicos de carácter político y económico. La Iglesia sale siempre en defensa de la vida, cualquiera que sea su etapa: desde la vida ya concebida pero no nacida aún que hay que cuidar en su seno materno ayudando también a las mujeres sin demagogias feministas y sin abusos machistas, hasta la vida que en fase terminal por edad o grave enfermedad hay que cuidar paliativamente desde la medicina y el acompañamiento humano y espiritual, sin obviar la vida que está en medio de estos dos momentos, cuando se pierde su dignidad o libertad. Lo que está demandando la sociedad es la socución a los problemas que más nos urgen antes y después de esta circunstancia: una verdadera atención de la pandemia, el paro laboral, la estabilidad escolar, el acceso de los jóvenes al trabajo, la inmigración, la convivencia en paz y un largo etc. No focalicemos demagógicamente la vida para sacar provecho partidista de baja ralea.

Nuestra Cáritas Diocesana, es nuestro humilde orgullo por estar donde está, haciendo lo que hace tan eficazmente y tan callando. Por amor a Cristo, que reconocemos en estos hermanos. Las cifras reales de muertos por la pandemia, del desamparo social, de personas que han ido al paro laboral, los desahucios de vivienda y los okupas a mansalva que se atrincheran en casas y plazas, las filas interminables en nuestros comedores sociales, los albergues en los que acogemos a pobres de las nuevas pobrezas y a personas con total desarraigo social por la droga o el alcohol, son las verdaderas razones por las que como comunidad cristiana queremos salir al encuentro con nuestros escasos recursos para encender en tanta gente la esperanza. ¿Por cuánto multiplicaremos esas cifras y situaciones para saber cuántas personas concretas no tienen fiesta? Yo agradezco de veras a nuestras autoridades municipales y a las del Principado, sabiendo que todo es siempre mejorable, y a tantas instituciones diversas el esfuerzo que hacen para paliar la penuria de la gente con estas pobrezas. De lo que dependa de Vds., Señores políticos, no dejen de hacer lo que puedan con imaginación y generosidad pensando en el bien de las personas, sin otros inconfesables intereses. Me consta que hay mucha gente buena y honesta que en la política y la gestión municipal, como en nuestro Ayuntamiento de Oviedo, donde se está haciendo este esfuerzo desde la honradez solidaria y el consenso entre fuerzas políticas responsables.

Pero lo voy a decir de nuevo, para que lo oigan los sordos del cuento, para que lo entiendan quienes fingen no saberlo, para que se les gaste el manido argumentario de que al hablar de cosas que les sonrojan o les acusan, los obispos no nos metemos donde no debemos, como si nos dedicásemos a la política. Pues va a ser que no, que no es de política de lo que hablamos, cuando defendemos la vida en cualquiera de sus tramos, cuando defendemos la familia, cuando defendemos la educación que no domestica, y denunciamos improvisaciones irresponsables o la mentira como argumento. Es una clave moral la nuestra. Estamos con toda esta gente nuestra más vapuleada por la crisis sanitaria y económica, a la que queremos de veras como la hemos querido en los años duros de antaño. Queremos caminar con ellos, saliendo al paso como Iglesia para paliar de mil modos su situación económica y social. Lo digo de corazón y con compromiso personal: amigos y hermanos empobrecidos, no estáis solos, contad conmigo, contad con mi pueblo.

Hermanas y hermanos, hoy, fiesta de San Mateo, nos dejamos sorprender por el Señor. ¿Qué le dijo Jesús a él? Nada apenas. Sólo pronunció su nombre y le dijo a bocajarro aquel decisivo ¡sígueme! Mateo se encontró con Jesús, se dejó encontrar por Él. No tuvo que hacer nada especial, ni limar previamente las aristas oscuras que contradecían en él la luz diáfana de Dios, sino que consintió que esa luz entrase y sencillamente iluminase disipando del todo su negrura oscura. Jesús no ha dejado de volverse a cada uno, sorprendiéndonos en la mesa de nuestros telonios y telares habiéndose aprendido nuestro nombre. Todo cambió en la vida de Mateo, incluso lo que siguió en el mismo sitio y con las mismas gentes, pero que a partir del encuentro con Jesús todo fue mirado y abrazado de un modo tan diferente. Toda una gracia que se hace nombre y elección, inmerecidamente, cuando aquella misma voz nos dice hoy a nosotros con nuestro nombre en sus labios: a ti te lo digo, a ti también ¡ven y sígueme!

Concluye en este día la Perdonanza. No hay pesar ni contradicción en nuestra vida que no tenga salida en el abrazo misericordioso de Dios. Mateo lo aprendió y lo vivió en primera persona. Deseo de corazón que sea un día y unas fiestas llenas de serena paz y alegría compartida, a pesar de lo que la pandemia ha querido poner en sordina. Que con San Mateo, el Señor os guarde y nuestra Santina siempre os bendiga.

 

 

+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo
21 septiembre de 2020

 

 

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