Homilía en la festividad de San Mateo 2019

Publicado el 21/09/2019
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Querido Cabildo de nuestra Catedral y demás sacerdotes concelebrantes, religiosas y fieles cristianos laicos. Un saludo particular a nuestras autoridades municipales que nos acompañan nuevamente. Gracias Sr. Alcalde, junto a los demás miembros del consistorio que preside. Con libertad y coherencia, Vds. participan también en este acto religioso en nuestra Catedral en su doble condición de políticos y de cristianos. No se confunden los ámbitos, pero no se separa el estrecho vínculo que los une en sus personas, como cuando yo voy a sus actos en el Ayuntamiento, no separo tampoco mi condición de Arzobispo y la de ciudadano. Es bueno que andemos así ayuntados quienes por motivo diferente servimos al mismo pueblo tratando de construir juntos, cada desde su menester, una ciudad abierta y hermosa como Oviedo, en la que con respeto y sin crispaciones ideológicas, favorecemos el bien y la convivencia.

Nos acompaña una delegación del ayuntamiento de Bochum (Alemania), ciudad que está hermanada con nuestra ciudad ovetense. Permitidme que los salude brevemente en su idioma alemán: Liebe Freunde, die aus der schönen Stadt Bochum kommen. Seien Sie herzlich willkommen zu unserer Feier der Heiligen Messe zu Ehren des heiligen Matthäus. Haben Sie einen Aufenthalt voller Freude. Gott segne deine Mitbürger und deine Familien. Vielen Dank für Ihre Anwesenheit unter unserer Gemeinschaft.

Hermanos y amigos, necesitamos de la fiesta para poner en nuestra vida cansada, un motivo que nos abra a la esperanza. Y por esta razón, los cristianos tenemos un calendario propio en el que acertamos a celebrar determinadas fechas que nos sacan del sopor o de la mediocridad invitándonos a la acción de gracias al buen Dios con la humana y serena algazara. Hoy ponemos el colofón gozoso a unos días en los que la ciudad entera se ha zambullido festivamente. Son siempre muchos los registros en los que expresamos la holganza tranquila de nuestros festejos. El corazón humano necesita de estos momentos que no son un paréntesis fugitivo en medio de la fatiga cotidiana. Bien planteada la fiesta hace que despertemos de ciertas inercias poniendo nombre a la alegría y motivos para una renovada esperanza. De lo contrario, cuando la fiesta es sesgada o parcial, algo importante de nuestra vida no está invitado y se nota luego en la falta de alegría o en su pronta caducidad, para seguir el camino cotidiano que a cada uno nos aguarda.

Hoy es fiesta en Oviedo y en esta capital del Principado festejamos a San Mateo. No fue asturiano y nos queda lejos su tiempo, pero desde hace siglos aquí él cierra todo un recorrido de nueve días que termina con esta celebración solemne. Y los nueve días, toda una novena ferviente, tiene en la Catedral un nombre especial: la Perdonanza. Por este motivo, al final de la celebración volveremos a mostrar y a venerar con piedad esa reliquia única en el mundo entero que aquí en Oviedo custodiamos en nuestra Catedral: el Santo Sudario. No es el de la Verónica, que enjugara el rostro ensangrentado y sudoroso de Jesús en la vía Dolorosa camino del Calvario. Es el lienzo que pusieron al Señor cuando bajado de la cruz tras su óbito, fueron a enterrarlo en aquel bendito sepulcro.

Quedaron plasmados sus rasgos, y como en una biografía de urgencia, en ese lienzo sagrado se cuenta una sagrada historia: la de un precio que Él pagó con su pasión y muerte, para que toda la humanidad, cada hombre y mujer, pudiésemos vivir digna y santamente habiendo sido redimidos por nuestro Salvador, el Señor Jesús.

Contemplar el Santo Sudario es asomarnos a esa historia en él plasmada como el más bello y conmovedor trazo de lo que es el amor más grande jamás contado. Es el autorretrato del mismo Jesús pintado con su propia Sangre, por así decir. La Perdonanza tiene que ver con ese bendito relato en el que se nos muestra hasta qué punto Dios se tomó en serio mi salvación. Sí, ​es el estupor que experimentaba la mística franciscana Angela de Foligno al contemplar la Pasión de Jesús: “Tú no me has amado en broma”; o el realismo con el que Pablo agradecerá la donación de su Señor: «me amó y se entregó a sí mismo por mí» (Gál 2, 20). Sin este realismo que personaliza, que pone mi nombre, mi edad y circunstancia a la relación con la que eternamente Dios me mira, me cuida, me sostiene y acompaña, estaríamos como espectadores ausentes de un drama que sigue siendo ajeno sin ninguna relación con lo que a diario a mí me sucede. Cuanto me astilla, cuanto me enamora, cuanto me deja soñar, cuanto me hiere; las incomprensiones, los apoyos, las cosas que tengo claras, aquellas en las que soy un mar de dudas; mis aciertos y coherencias, mis trampas y despistes; las gracias con las que Dios me bendice y los pecados que torpemente me asaltan. La vida toda, mi propia vida sea yo quien sea, está detrás de este autorretrato en el que Dios nos muestra lo mucho que nos ha amado y nos ama, lo mucho que le importa mi vida y su deriva. Por eso hemos de decir con infinita gratitud: yo estaba allí, todo aquello que Jesús hizo, dijo y sufrió… fue por mí. Yo soy la dedicatoria inaudita del Sudario de Jesús.

Y algo así le sucedió al apóstol que hoy estamos celebrando. Mateo fue de los primeros discípulos. Pero él estaba antes en otras cosas. Su vida no tenía más horizonte que la de ser recaudador de los impuestos que un imperio invasor imponía al pueblo judío. Con este menester era fácil comprender que él estuviese alejado de la fe de su pueblo y que no gozase de la amistad de sus hermanos. Era como un traidor vendido a la causa de los ocupantes, que trabajaba para ellos con sus pingües beneficios, con las pequeñas o grandes corrupciones que le permitiera su oscuro oficio.

Es el contexto de la escena del evangelio que hemos escuchado en la fiesta de San Mateo, que narra precisamente su sorprendente encuentro con Jesús, como breve historia de su vocación personal. Cuando yo vivía en Roma haciendo mis estudios de doctorado era visita obligada ir a la iglesia de San Luis de los Franceses para ver un cuadro muy particular: La vocación de san Mateo, del gran pintor italiano Michelangelo Merisi da Caravaggio (s. XVI). Muchas veces me quedé admirado viendo ese gran lienzo que representa casi como un diálogo de formas y colores, aquella primera vez en la que cara a cara se encuentran Jesús y el recaudador de impuestos.

Es sin duda una de sus obras maestras del Caravaggio. Impresiona el realismo en el cruce de miradas entre Jesús y Mateo. No le cita el Maestro en algún ala del Templo, ni en ninguna sinagoga tranquila y apartada. Irrumpe con toda su fuerza en el rincón de un hombre rodeado de lo que diariamente se cocía en torno a sí: sus cuitas, sus colegas, su trabajo, sus trampas, sus sueños también. Caravaggio con gran fuerza, ha representado a Jesús que sencillamente señala a Mateo con su dedo, el cual, se señala a sí mismo también con su dedo como dudando, como sugiriendo que se ha equivocado de puerta Jesús, que no se conocen de nada y que acaso no es a él a quien buscaba. Pero sí, era él y era a él a quien Jesús venía a su encuentro, y lo hacía en la trama de un hombre, con toda su carga de ambigüedad y de luz al mismo tiempo, en esa vida real tejida de todos los hilos de una urdimbre personal, con toda la gama cromática de los mil colores de la vida. En ese cruce de dedos y de miradas es en donde Dios se adentra, señala y llama, invitando a recorrer otra senda, o a recorrerla de otra manera.

Quizás por eso, cuando yo andaba con mis estudios enfrascado en lecturas y proyectos, o cuando vuelvo a Roma y me acerco a esa iglesia de tan gratos recuerdos, supone todo un examen de conciencia de cómo llevo mi vida cuando se ha colado en ella sin cita previa Jesucristo, que como le ocurrió a Mateo, también a mí me señala. Se desbaratan así mis zonas privadas en las que en tantos momentos censuro a Dios para que no me mire, para que no me dirija su dedo señalador, para que me deje tranquilo en medio de mis cuitas, de mis ansias y mis proyectos, como si a Él sólo lo importase el momento en el que le enciendo una vela o le dedico un momento según el horario comercial de los afanes de mi vida.

Hoy en Oviedo hacemos fiesta, con la que concluimos estos días de preparación cristiana a una Perdonanza que nos abraza como lo hizo con Mateo el recaudador. Recordamos a este apóstol, pero no estamos asomándonos a una historia lejana y ajena a nosotros. Porque es el mismo Dios quien también nos llama a cada uno, por nuestro nombre y en nuestra situación, pero con tantas cosas comunes con aquel bendito Mateo. Los latires del corazón no palpitan tan diversamente como latían hace dos mil años, y compartimos igualmente con aquel recaudador de impuestos sorprendido por Jesús, los ensueños de lo mejor y más noble, así como las torpezas de lo peor y más mezquino. En esa trama de hoy, Jesús entrará en nuestros ámbitos para señalarnos con dulzura, sin reproches acorraladores, y fijará su mirada bondadosa para invitarnos a la aventura de andar los caminos que Él hizo pensando en nuestra felicidad, a pesar y aun en medio de los obstáculos y fisuras que el mal uso de nuestra libertad o la de nuestros semejantes pueda complicar casi excesivamente nuestro destino.

Mateo se encontró con Jesús, se dejó encontrar por Él. No tuvo que hacer nada especial, ni limar previamente las aristas oscuras que contradecían en él la luz diáfana de Dios, sino que consintió que esa luz entrase y sencillamente iluminase. Esto es lo que hizo siempre Jesús: no pelearse contra la oscura tiniebla sino encender su luz bendita disipando así la oscuridad que oculta y secuestra lo que de bueno, verdadero y bello se da en la vida. Todo cambió en la vida de Mateo, incluso lo que siguió en el mismo sitio y con las mismas gentes, pero que a partir del encuentro con Jesús fue mirado y abrazado de un modo tan distinto. Y entonces él comenzó a recaudar otras cosas: recaudar el bien, la paz, la belleza, la gracia de Dios que nos sostiene y nuestra buena disposición que nos despierta y desempereza. Es la pregunta que hoy nos provoca San Mateo: qué recaudamos cada cual en el mayor mostrador que es la misma vida, cuando los esposos, los padres, los hijos, los sacerdotes y consagrados, cada cual con su oficio y destino recogemos y compartimos lo que verdaderamente vale la pena.

Le pedimos al apóstol San Mateo que nos permita así concluir sus fiestas para retomar el vivir cotidiano con renovada fuerza en este curso todavía sin escribir. Que el Señor os bendiga y os guarde. Que nuestra madre la Santina sostenga nuestra fidelidad.

+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo
S.I.C.B.M. San Salvador de Oviedo
21 septiembre de 2019

 

 

 

 

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