Homilía en el funeral de Don Camilo Lorenzo Iglesias, Obispo emérito de Astorga            

Publicado el 15/07/2020
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Queridos hermanos en el episcopado, administrador diocesano de Astorga, sacerdotes y diáconos, señor Alcalde de Astorga, corporación municipal y dignas autoridades, religiosas, seminaristas, Junta Pro-fomento de la Semana santa, fieles laicos. Querida familia de Don Camilo. Que la paz llene vuestros corazones y con vuestras manos reparta siempre su bien.

Lo hemos visto muchas veces. Despedir a alguien que fallece no es una escena que nos resulte insólita ni extraña. Incluso nosotros los cristianos, aún teniendo la certeza del destino eterno que nos obtuvo Jesús con la Resurrección, sentimos el golpe seco de un desgarro que nos deja el alma siempre en duelo. De nada valen el acumulo de tantos entierros y funerales en la memoria de nuestra biografía, cuando se trata de despedir a alguien nuestro, ligado por los lazos de la sangre familiar, de la comunión eclesial, de la amistad rendida. Importa menos la edad del adiós, e incluso la circunstancia de la despedida. Porque no hemos nacido para la distancia que nos hace extraños, sino para la comunión que nos estrecha en su cercanía. Así, esta mañana estamos celebrando el viejo rito de dar sepultura a un hermano, a un querido hermano que nos acaba de dejar. Rezamos por él, ponemos sobre el altar su vida, ese altar que tantas veces él besó al comenzar y terminar la Eucaristía. Pedimos al Buen Pastor por su eterno descanso, y le encomendamos al amparo de la Virgen María.

Una biografía es como un diario en el que se reseñan momentos vividos y convividos con aquellos que teníamos más a nuestro lado. Es como un inmenso álbum de fotos que recogen los escenarios por donde la vida fue pasando. Así lo quise señalar cuando me preguntaron esto mismo sobre Don Camilo hace unos años al estar cerca su jubilación como obispo. Porque ese diario y ese álbum también nosotros lo actualizamos cada día en nuestra trayectoria episcopal. Pero no nacimos obispos, sino que esta eclesial condición al servicio de la Iglesia por llamada vocacional del Señor, hace que se orienten tantos pasos precedentes que constituyen nuestro camino, mientras hemos hecho la personal andadura en los mil avatares, encuentros, situaciones, sabiendo que todos ellos tienen la fecha de una edad y el terruño de cada domicilio. Es lo que hemos podido vivir y lo que de hecho hemos convivido. Esto sobresale con toda su bondad y entrega en cuanto nuestro querido hermano D. Camilo, fue desgranando en sus años.

Todo tuvo su comienzo en aquel primer instante en Porto do Souto – San Mamed de Canda, tierras de Galicia en su Ourense natal. Allí nació él en un cálido agosto, como trayendo un mensaje de paz al año siguiente que terminasen los tambores una guerra entre hermanos. Corría el año 1940. A su formación humanística de las primeras letras, siguió el meterse en los andurriales de la filosofía para, a continuación, desembocar en la teología aprendiendo que la fe es razonable y que la razón puede ser creyente. Era preciso saber contarlo con audacia, sabiduría y unción, para que los hombres y mujeres de nuestro tiempo supieran que Dios estaba de nuestra parte siendo con su gracia y compañía, cómplice de lo mejor. Fue en medio de los aires de un Vaticano II apenas clausurado cuando aquel joven sacerdote estrenaba su ministerio en 1966.

Pero, de pronto, se nos hizo universitario, sin ser tunante y por obediencia, marchando a Compostela para estudiar ciencias Químicas. Bien le vino a Don Camilo esas nuevas artes entre fórmulas y probetas para saber que la vida es compleja y al mismo tiempo sencilla. ¡Cuánta química en la química cuántica tuvo que aprender aquel joven cura en aquellas aulas: partículas elementales, átomos, moléculas, sustancias…! Pero no fue a tales estudios para inventar nada después, sino para servir a la Iglesia en lo que su Obispo de entonces le pedía: dar clases en el Seminario de la Diócesis. Llegó a Rector del Seminario menor. Y luego pasó a regir también el Seminario mayor, siempre en su Diócesis de Ourense. Hasta que… la Providencia del Señor, que es la que siempre lleva al día nuestra agenda, le llamó a otra aventura: suceder a los Apóstoles haciéndole Obispo de Astorga.

Don Camilo llegó a esta Diócesis asturicense un 30 de julio de 1995. Día de gozo, como siempre que llega un nuevo obispo tomando en sus manos lo que Dios en ellas ha querido confiar: el pueblo santo de Dios. Se abre entonces un recorrido que día a día se irá escribiendo en las cuatro estaciones y bajo todos los climas. Un itinerario que tendrá, como la vida misma, todos los registros pastorales, humanos, sociales que llenan los avatares de un obispo. Los veinte años de pontificado de Don Camilo como obispo de Astorga, han estado marcados por una parábola de cercanía y afecto a la gente de nuestros pueblos, a los sacerdotes a quienes tanto quería, cuyos nombres llevaba en su agenda como quien guarda un suplemento del breviario para pedir por los hermanos más próximos en el ministerio episcopal como son los presbíteros y los diáconos. Pero no sólo era la plegaria, sino también crear condiciones en las que poder atender a los curas mayores o enfermos, en las casas que al efecto fue preparando para ellos o renovándolas, y velando por su sustentación como clero.

Dígase igual sobre el seminario. No en vano, él venía de esa experiencia viva cuando el Papa Juan Pablo II lo nombró obispo de Astorga mientras Don Camilo era Rector en Orense del Seminario Mayor. Cuidó a sus seminaristas, sufriendo también él la carencia de vocaciones en esta tierra que tantas llamadas surgieron entre los chicos jóvenes de tantas familias cristianas.

Las visitas pastorales eran para él, como bien pueden recordar tantos diocesanos, un motivo de gozo por la cercanía sencilla del Pastor y la acogida abierta de sus feligreses. Poder dedicar tiempo en el encuentro con niños, con jóvenes, con familias, con enfermos y personas mayores, mientras se habla de esa vida en medio de la cual Dios nos susurra sus secretos cada día. A la bondad natural con la que Dios quiso dotarle, se siguió su entrega honda y sincera a cuanto en la vida se le ha podido pedir desde la Iglesia, viviendo con sencillez y con responsabilidad lo que él ha podido ofrecer desde los talentos abundantes con los que fue bendecido. No hay mejor palmarés para un buen Obispo como sin duda fue mi buen hermano Don Camilo, que una doble virtud reconocida por todos: el respeto que se le tuvo y el mucho cariño que le tributaron quienes más cerca anduvieron de sus tareas: sacerdotes, consagrados y laicos. Ese mismo respeto y ese idéntico afecto es el que fraternamente yo también le brindé desde la cercanía de una Diócesis hermana como Arzobispo Metropolitano.

Fue Don Camilo quien me dijo en Lourdes, durante una peregrinación diocesana de Astorga y de Huesca y Jaca al Santuario francés, que me preparase para ser el próximo Arzobispo de Oviedo cuando yo era todavía un Obispo aragonés. Mi sorpresa por lo que luego se tornó en certera profecía, me la recordó con amable simpatía tantas veces en las que nos vimos siendo hermanos de la misma Provincia Eclesiástica.

El final de su Pontificado me lo anunció él casi dos años antes de jubilarse, dado como era a las profecías, por verse ya muy afectado por su dolencia y limitación creciente. Aún así, esperó hasta la edad canónica para pedir al Santo Padre que le retirara, y llegando el momento se le aceptó la renuncia a los pocos meses.

Lo dijo nuestro místico castellano y lo hemos cantado después un sinfín de veces: que al atardecer de la vida seremos juzgados sobre el amor. Sí, es el examen siempre pendiente y el único que importa más de cuantas veces nos han escrutado en la vida. Es el que acaba de afrontar ante la llamada de su Creador. Y de amores será examinado Don Camilo, con unas preguntas simples y esenciales que de algún modo también nosotros en esta mañana hemos de saber afrontar. El Evangelio que hemos escuchado nos habla de una nostalgia que llevamos inscrita en el corazón: querer ver a Jesús, como aquellos griegos le preguntaron a Felipe. Querer ver al Señor es lo que llena de motivos todas nuestras andanzas hasta que llegamos a verlo cara a cara, como ahora lo ve y por Él es mirado eternamente Don Camilo. Una nostalgia y una metáfora entrañable de las que solía poner el Señor: si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, no dará fruto. También la vida de este querido hermano Obispo, fue un continuo surco en el que se fue sembrando en su existencia todo lo que ha tenido de talento y virtud, todo cuanto también tuvo de limitación imperfecta. Dios nos ha hecho así: llenos de posibilidades y adornados también con limitaciones, y unas y otras nos son dadas para acertar a escribir la historia para la que fuimos llamados a describir viviéndola sencillamente. En ese surco, la vida de este buen hermano, Dios sembró su semilla y ha dado fruto. Nosotros damos gracias por ello al tiempo que pedimos al Buen Pastor que venga a su encuentro y que lo cargue en sus hombros como él cargó en los suyos las muchas ovejas que la divina Providencia le confió.

La Diócesis lo ha cuidado hasta el final con verdadera entraña y afecto. Igual su familia, estando a su lado noche y día en la residencia de mayores de Ponferrada con las religiosas de Marta y María. Todos habéis vivido estos meses con el sentimiento herido por el trance de una despedida inevitable y con la esperanza humilde de quien acepta el designio misterioso del Dios de la vida. Ahora rezamos por él, poniendo en las manos del Señor toda vida, sabedores que la misericordia es la particular mirada con la que los ojos del Señor contemplan todos nuestros días. A esa piedad le encomendamos también invocando el nombre de nuestra Madre la Virgen Santísima a la que quiso con amor filial.

Nada se ha perdido de cuanto sus labios de pastor proclamaron en el nombre del Señor. Nada queda baldío de lo que sus manos sacerdotales bendijeron y distribuyeron tomándolo de las manos grandes del mismo Dios. Nombres e historias que se lleva al cielo prometido, cuyas puertas pedimos que se abran esta mañana por la misericordia del Señor. A toda esta querida Diócesis hermana de Astorga, vaya mi abrazo con esperanza mientras decimos el adiós cristiano a este hermano Obispo emérito. Y que desde la tierra de la espera que para Don Camilo se abre ahora, no deje de acompañarnos y hasta de hacerse cómplice en esa oración que no cesamos de elevar al cielo pidiéndole al Señor que os bendiga con vocaciones sacerdotales.

Obispos que llegan y que se van, como tenemos todos tan reciente el recuerdo conmovido de la llegada y la prematura partida del querido Don Juan Antonio, mi buen y entrañable hermano en el episcopado, mi buen amigo del alma. Ahora llegará un nuevo Obispo dentro de tan sólo tres días y nos volveremos a encontrar en esta Catedral para acoger a Don Jesús Fernández, a quien deseamos lo mejor entre vosotros.

Descanse en paz este buen hermano Don Camilo. Sacerdote de Cristo como Obispo, hermano bondadoso de sus hermanos. Su fidelidad y entrega, en el surco bendito de una historia que ahora se hace eterna y que se hace espera, para un reencuentro sin llanto y sin lutos, ni más separación alguna por el gran don de la resurrección del Señor.

El Señor os bendiga y os guarde.

 Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo
Catedral de Astorga, 15 julio de 2020

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