Homilía en el funeral de D. Herminio González Llaca           

Publicado el 19/05/2019
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Es un canto que nos acompaña nuestra vida cristiana desde que tenemos conciencia de nuestra vocación bautismal. La Iglesia lo pone en nuestros labios y no como una cantinela prescindible de entretenimiento sin más, sino como la certeza que más sostiene nuestra esperanza. El canto es el aleluya y tiene por estrofa una trama de victoria infinita que narra un triunfo que no tiene arrogancia triunfalista. Lo decimos en el prefacio de pascua: “en tu muerte Señor, ha sido vencida nuestra muerte, y en tu resurrección hemos resucitado todos”.

Desde que somos concebidos tenemos ya edad para morir como inevitable tránsito que nos aboca a la vida eterna para la que nacimos. Paradójicamente la muerte forma parte de la vida y todos tenemos grabados tantos momentos en los que volvemos a escenificar el duelo de este desenlace. Pero no por tantas veces escenificado, no por tantas veces visto y vivido el momento, deja de conmovernos cada vez que el adiós hay que dárselo a alguien cercano y querido. Es entonces cuando todas nuestras preguntas se exaltan, se revuelven y nos desafían. Con la humildad de nuestra humanidad herida y con la humilde fe que nos abre a la esperanza, nos atrevemos a mirar el cuerpo sin vida de quien para nosotros ha representado un regalo como familiar que lleva nuestra sangre y apellidos, como amigo que se hizo confidente de nuestros secretos y ensueños, como pastor de nuestras almas que acompañó nuestro camino cristiano.

Todo eso es y representa el querido D. Herminio González Llaca. Sabíamos desde hacía tiempo ya de su gravedad extrema y de cómo iba trampeando su mala salud como buenamente podía, sin dejar jamás su responsabilidad al frente de esta comunidad cristiana de la parroquia de San Lorenzo en Gijón. En los momentos más complicados que exigieron hospitalización, le fuimos supliendo otros con quienes él generosamente tenía una deuda de gratitud fraterna y amistosa que se saldaba con un abrazo tan lleno de afecto como sólo Herminio era capaz de ofrecernos.

No por esperado el posible desenlace ha dejado de conmovernos cuando se hizo noticia ayer por la mañana. Fue una carrera contra reloj el encontrar salida a su maltrecho corazón poniendo todos los medios a nuestro alcance para sacar esa vida adelante. Ha sido encomiable la entrega de médicos y personal sanitario tanto en el Hospital de Cabueñes como en el Huca de Oviedo. Todo cuanto estuvo a nuestra disposición en el intento de encontrar el camino de una difícil recuperación, se intentó con creces, pero finalmente su corazón no resistió tanto envite y sucumbió en el embate que nos ha arrebatado a quien quisimos cercano y vivo como amigo y familiar, como párroco y hermano sacerdote.

No hay libro de reclamaciones en el que podamos expresar el disgusto o plantear una queja buscando responsabilidades. La vida decide según el plan que Otro más grande traza para nuestro bien eligiendo la fecha, el momento y la circunstancia, aunque nosotros no entendamos tantas cosas y nos quedemos con un dolor tan dolorido y todas nuestras preguntas a flor de piel con todos sus porqués pidiendo una respuesta que no se nos dará en esta tierra. Sólo cabe entonces la rebeldía creyente de quien dice sí a lo que no entiende y renuncia a la rebeldía blasfema de quien no acepta la deriva. Rebeldía creyente porque es justo que con nuestro llanto y nuestro dolor se levante acta de cómo nos cuesta tener lejos a quien su cercanía tanta bendición nos regaló, de cómo duele la falta de tamaña ausencia del amigo, del familiar, del buen cura cercano.

Es una rebeldía que no reprocha ni enmienda el misterioso designio de Dios, sino que de modo dolorido expresa la gratitud por esta humana y cristiana compañía cuando se nos hizo un regalo humano y cristiano con ella. Quedan las palabras y los gestos que en D. Herminio fueron tantos y tan claros con su rica humanidad, su preclara vocación eclesial y su fidelidad sacerdotal a cuanto se le pidió en cada momento de su vida. Es la herencia comedida que los familiares, los amigos, los que le tuvimos como hermano y padre podemos custodiar en el sagrario de nuestra memoria que no sabe ni puede olvidar lo mucho que en él se nos ha dado. Quien tuviera un corazón así de enfermo, no le faltó que fuera un corazón grande donde tuvieron cabida nuestros nombres, nuestros episodios y cuitas, nuestros pesares y ensueños

Encargado de la pastoral vocacional, de la formación en el seminario diocesano, vicario episcopal y arcipreste, párroco en diversas parroquias. En años complejos y confusos, brilló en él la lucidez de un sentido común lleno de la sabiduría eclesial que nos hace libres sin ser libertarios, que nos hace fieles sin ser servilistas. Y así conocí yo a D. Herminio brindándome desde el primer momento el afecto de un buen hermano junto a los de su curso que me adoptaron como uno más por haber vivido nuestra formación sacerdotal en los mismos años hasta la ordenación sacerdotal, que en mí se retrasó al hacerme franciscano. Pienso en vosotros sus compañeros de curso, en cada uno, que hoy tenéis la extraña providencia de tener de cuerpo presente a dos de ellos: D. Herminio y Mons. Juan Antonio Menéndez, obispo de Astorga. Ayer estaba previsto que viniera a Gijón D. Juan Antonio para celebrar una misa aquí en San Lorenzo. Así me lo dijo él, muy conmovido, en un mensaje que me envió -el último de su vida- momentos antes de sufrir el infarto. Por ellos rezamos pidiendo el eterno descanso de quienes compartieron los años de estudios y preparación, el momento de la ordenación sacerdotal y una larga y fecunda hoja de servicio a Dios y a su Iglesia.

El evangelio nos ha hablado de la sementera en una metáfora entrañable de las que solía poner el Señor: si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, no dará fruto. También la vida de este querido hermano sacerdote, fue un continuo surco en el que se fue sembrando en su existencia todo lo que ha tenido de talento y virtud, todo cuanto también tuvo de limitación imperfecta. Dios nos ha hecho así: llenos de posibilidades y adornados también con limitaciones, y unas y otras nos son dadas para acertar a escribir la historia para la que fuimos llamados a describir sencillamente viviéndola. El Señor ha juzgado que la historia estaba ya narrada, y ha puesto punto final en la tierra para dar comienzo ahora esa narración que llamamos vida eterna.

Como un tesoro fraterno y amistoso, guardamos las palabras y los gestos que le hicieron para nosotros un testigo del Evangelio de Cristo. Nada se ha perdido de cuanto sus labios proclamaron en el nombre del Señor. Nada queda baldío de lo que sus manos sacerdotales bendijeron y distribuyeron como gracia tomándolo de las manos grandes del mismo Dios. Nombres e historias que se lleva en su corazón a ese cielo prometido que él también esperó, cuyas puertas pedimos que se abran esta tarde por la misericordia del Señor. A los sacerdotes de nuestro presbiterio diocesano, vaya mi abrazo más sentido con esperanza cierta, mientras decimos el adiós cristiano a este buen hermano. Y que desde la tierra de la espera que para D. Herminio se abre ahora, no deje de acompañarnos y hasta de hacerse cómplice con nosotros en esa oración que no cesamos de elevar pidiéndole al Señor que nos bendiga con vocaciones sacerdotales. Extiendo también ese abrazo a sus queridos familiares tan cercanos a él en todo momento, así como a los feligreses de esta comunidad parroquial de San Lorenzo que con nosotros lloran este adiós indeseado.

Pedimos que descanse en paz este hermano que fue pastor bueno que va al encuentro del Buen Pastor. Su fidelidad y entrega, en el surco bendito de una historia que ahora se hace eterna, también se hace espera para un reencuentro sin llanto y sin lutos, ni más separación alguna por el gran don de la resurrección de Cristo. Que nuestra Santina de Covadonga venga en su auxilio, como María auxiliadora que él tanto amó. Que nos veamos en el cielo. Amén.

 

+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo

 

 

 

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