Homilía domingo de Pentecostés. Ordenaciones sacerdotales 2023            

Publicado el 28/05/2023
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Impresiona siempre la escena de aquellos primeros cristianos que se repetía con frecuencia en los días siguientes a la muerte de Jesús. Era comprensible que tuvieran miedo, y no lograban borrar de su memoria el desenlace tenso y violento que terminó con el Maestro en el Calvario. Ellos, andaban inseguros, sospechaban de cualquiera, y la redada temida proyectaba una sombra triste y preocupada. Así se entiende que anduviesen encerrados a cal y canto por miedo a los judíos.

Hoy celebra la Iglesia el final de la pascua: es la fiesta de Pentecostés. Aquellos asustadizos y fugitivos discípulos, fueron convocados por María, pero se dio un cambio profundo: no se trataba de apuntalar el búnker a prueba de incursiones malhadadas, ni de esconder más el zulo para disimular allí su miedo, o de construir una trinchera por la que escapar ante el aviso de llegada de los que mataron al Señor. María les propuso otra cosa: orar. Era una manera de aquilatar la espera que se torna en esperanza, para acoger el cumplimiento de una promesa que les hizo Jesús: el envío del Espíritu Santo. Necesitaban su sabiduría, su inteligencia, su consejo, su fortaleza, su ciencia, su piedad y su santo temor de Dios. Eran los dones que pondrían en sus corazones y en su mirada, un modo nuevo de vivir las circunstancias.

Un viento huracanado abrió de par en par aquellas ventanas y puertas selladas por el miedo y ventiló los temores mojigatos. Un fuego hermano vino a ponerse sobre sus cabezas como llamas cálidas que derretían el frío helado con el que daban vueltas a su fantasía espantosa. En aquel momento estaban en aquella plaza grande de Jerusalén, junto al cenáculo de su escondrijo, todos los pueblos conocidos y todas las lenguas habladas. De pronto, los “finisterres” perdieron la frontera de la distancia y la aduana de la indiferencia, y puestos en medio cantaron las maravillas de Dios que todos comprendían, cada cual en su idioma materno.

A través de la historia, cada generación cristiana está llamada a esa misma aventura espiritual: salir de lo que nos encierra en los miedos cobardes o nos inhibe en la cómoda y estéril mediocridad, y salir a la plaza pública para dar el testimonio de la Buena Noticia de Jesús llenando de alegría la ciudad. Esto que ocurrió hace dos mil años, sucede esta tarde entre nosotros también con un Pentecostés inédito y renovado.

Como desde hace tanto tiempo en nuestra archidiócesis ovetense, el día de Pentecostés es un día de sagradas órdenes, donde son consagrados los nuevos sacerdotes. En estos días mucho he recordado aquellas horas en las vísperas de mi ordenación sacerdotal. Se me venían a la mente los nervios de la emoción de algo demasiado grande y desbordante, la incertidumbre ante todo lo que luego vendría y que aún estaba por escribir, un sano temor que me hacía humilde al pensar si estaría a la altura de la llamada y la misión recibida. Todo un largo itinerario que se concentraba en ese momento cuando delante del obispo y mis superiores franciscanos debía balbucir mi sí sincero y contrastado, rodeado de tanta gente querida que me sostenía y acompañaba. Según os miro ahora a vosotros, queridos hermanos José María, José Javier, Steven, Andrés, Alfonso y Jesús, me veo en aquel momento similar hace 37 años en aquella parroquia madrileña cuando yo estaba donde ahora estáis vosotros.

No habéis tenido que hacer una labor de blanqueo en vuestra biografía para pulir una coherencia impoluta que pueda haceros acreedores de la gracia sacerdotal. Si fuera así, seríais vosotros los que conquistaríais algo que sólo se entiende como un don gratuito. Y aquí estáis esta tarde para acoger esa gracia, no para hacer alarde del triunfo que tuviera vuestra medida. Sí, es un don que Dios os hace y que la Madre Iglesia reconoce. Pero sois llamados por entero, con todo lo que en los años de vuestra edad habéis vivido con su luz y su sombra, su duda y su certeza, su gracia y su pecado. Tantos nombres que se cruzaron con los vuestros, tantas circunstancias que se hicieron cómplices misteriosos de una llamada. Con todo lo que cada uno de vosotros sois decís vuestro sí a quien por entero os llama. El que os conoce del todo y como nadie es quien no ha dudado en mantener vuestro nombre en sus labios para deciros ¡ven José María, ven José Javier, ven Steven, ven Jesús, ven Alfonso y ven Andrés!

Cabe sólo pronunciar con humildad rendida y con una paz llena de santa osadía aquello que dijo Pedro a la orilla del mar de Tiberíades: Tú, Señor, lo sabes todo y sabes que te amo. De modo que no es el pavoneo de vuestros aciertos y virtudes, ni el vergonzante peso de vuestras faltas lo que en esta tarde protagoniza el momento de vuestra ordenación sacerdotal, sino tan sólo la certeza de saberos conocidos en todo por quien a fondo como nadie os conoce, de saberos amados y perdonados por aquel que os invita a seguirle tras sus huellas de Pastor Bueno. Todo vosotros en una llamada que por entero y para siempre os abraza.

Ha querido el calendario que vuestra ordenación sacerdotal coincida con una convocatoria electoral de la sociedad civil. Coincide con otra cita que en tiempo real os presenta como candidatos. La lista cerrada de vuestros nombres la ha formado el mismo Dios, y por eso es incontestable. Ha habido un dedo señalador que apuntaba sobre cada uno de vosotros, que está lleno de respeto y su predilección hace las cuentas con la libertad y el destino de vosotros como señalados. Podemos decir que en este domingo hay otras urnas distintas, con tan sólo seis papeletas que corresponden a los seis candidatos que saldrán elegidos al unísono por Dios, pues es Él quien os vota y consagra.

No hay más circunscripción que la voluntad de Dios y la disponibilidad hacia la Iglesia. Pero, lógicamente, tendréis un destino primero con el que estrenaréis el ministerio, y que en este momento no os voy a desvelar para evitar sobresaltos y alguna distracción. Es un destino gozoso y fecundo cuando sólo se pacta con el Señor poniendo a su disposición ese todo de vuestra vida por entero y para siempre como os he dicho. Porque no sois sacerdotes según el horario comercial de vuestro tiempo tasado con intereses diversos, sino sacerdotes en todo momento estéis donde estéis y hagáis lo que hagáis. No sois sacerdotes mientras duran las emociones de la luna de miel, sino en cada circunstancia por donde la providencia divina os irá llevando por doquier. La única coalición vencedora es unirse a lo que quiera Dios y os manifieste la Iglesia como servicio ministerial a los hermanos. Os lo digo para no olvidarlo yo, y para que los que aquí estamos ya ordenados hagamos un sencillo examen de conciencia sobre cuáles son nuestras actitudes ante esta incondicionalidad años después de la ordenación.

La vocación que habéis recibido tiene como único programa un insólito elenco de valores y virtudes que beben del Evangelio y de la tradición cristiana. El cabeza de lista es el Maestro que va delante de todos nosotros, que acompaña paso a paso a sus hermanos, que se retrasa por si hubiera que empujar a alguno rezagado, que se hace solícito samaritano cuando las fuerzas flaquean o atenazan las sombras del cansancio, la duda o la debilidad. Es el regalo anual que recibimos en la Iglesia de Asturias, cuando en el día de Pentecostés procedemos a ordenar a nuestros nuevos sacerdotes, según una inveterada costumbre diocesana.

Seis hombres que darán un paso al frente para pronunciar su sí ante la llamada recibida del Señor, que la Iglesia se ha tomado un tiempo para escrutarla con ellos, discernirla despacio, ofreciendo la formación adecuada durante los años del seminario. Vosotros no sois expertos bioquímicos que luego haréis experimentos llevados por vuestra improvisación o fantasías, ni hábiles mecánicos que arreglaréis desarreglos de todo tipo, ni guías de algún tour operador para viajes sofisticados matando el tiempo a destajo. Menos todavía, vosotros no sois carreristas que han imaginado un futuro seguro fruto de una pretensión inconfesable. Más bien, sois llamados y enviados por alguien más grande que pone en vuestros labios su Palabra y con vuestras manos repartirá su Gracia.

La preparación que habéis recibido tiene que ver con el pensamiento que habéis sabido forjar ante las preguntas esenciales de la humanidad con todos los porqués a flor de piel, y también con las respuestas que os ofrece la revelación bíblica y la experiencia cristiana. Seréis expertos en humanidad ante las heridas de los hermanos con todas sus llagas y ante sus alegrías manifiestas en los brindis legítimos que vale la pena compartir. Tendréis el oído junto al corazón de Dios mientras vuestras manos sabrán tomar el pulso de la gente que se os confiará a vuestro ministerio. Vendrán niños, jóvenes, adultos y ancianos a reclamar vuestra entrega, y un sinfín de escenarios humanos se harán presentes ante vuestros ojos en donde la vida pasa con el llanto de sus lágrimas y las sonrisas de sus amores.

Todo por escribir, queridos hermanos José María, José Javier, Steven, Andrés, Alfonso y Jesús. Nada se ha perdido de cuanto hasta hoy habéis vivido. Ni tu esposa Maricarmen, querido José María, que lo estará celebrando junto al Señor; ni vuestras tierras lejanas con las familias en lontananza queridos Steven y Andrés; ni las tierras madrileñas de tu Alcalá de Henares querido José Javier; ni las vuestras carballonas de Oviedo queridos Alfonso y Jesús. En el libro de vuestras vidas se irán relatando los paisajes y circunstancias en los que pastorearéis a vuestra gente: habrá montes que a bienaventuranza saben o desiertos tentadores donde los diablos vendrán con sus trampas; pescas milagrosas que os dejarán asombrados o noches aciagas sin pescar nada; betanias gozosas donde descansar con Jesús y los hermanos, o vías dolorosas en soledad donde se pondrá a prueba vuestra confianza; tabores llenos de luz transfigurada o huertos de olivos en donde no podréis dormir por la zozobra agotada. Hallaréis Zaqueos, Magdalenas, viudas de Naim, niños juguetones en la plaza, ancianas que dan su generosa y pobre limosna, leprosos, ciegos, sordos, cojos, mudos, hambrientos, y cada uno con la nostalgia en el alma de la inquietud más verdadera por encontrar la bondad, la verdad y la belleza para la que nacieron y que sólo coincide con Dios que tanto nos ama.

Y mientras todo esto acontece, mientras va llegando ya a partir de esta tarde bendita, siempre sabed que aquel que os ha llamado estará con vosotros antes que nadie y después de todos, como quien mima con ternura a los que el Padre le ha dado, sin olvidar jamás que él con amor de amigo os cuidará cada día para que respondáis gozosos con fidelidad a la llamada.

Queridos José María, Andrés, Alfonso, Steven, Jesús y José Javier, renovad conmovidos la gracia que esta tarde recibís con la imposición de las manos de vuestro obispo y los hermanos sacerdotes que os acompañan y reciben en la fraternidad sacramental y apostólica de nuestro presbiterio diocesano. Sed asiduos a la oración personal y con vuestra comunidad cristiana, celebrad la santa eucaristía cada día y acudid a la confesión para ser luego ministros de la misericordia; cultivad una piedad filial con la Virgen y sed amigos de los santos que ahora invocaremos en las letanías; tened un corazón magnánimo donde quepan los pobres con todas las pobrezas y donde no se pierdan ninguna de sus lágrimas. Y vestid como curas según nos pide la Iglesia, hermanos, pero sin pretender decirnos con telares lo que vuestra vida no grita como testigos de la bondad y la gracia que de Dios provienen y nos alcanzan.

Hermanos y hermanas, aquí están estos seis nuevos sacerdotes como prolongación humilde y enamorada de Jesús Buen Pastor que nos mira y nos abraza. ¡Qué maravilla esta urna en la que Dios elige a seis hermanos que sean para Él y para nosotros, los nuevos seis curas! Que María nuestra Santina os bendiga y os acompañe siempre.

+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo
S.I.C.B.M. El Salvador, 28 mayo de 2023

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