Fiesta de Cristo Sacerdote. Bodas de Plata y Oro sacerdotales

Publicado el 28/05/2018
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Cristo Sacerdote nos acerca a una fiesta que tuvo una cita cargada de ilusión. Durante años nos fuimos preparando tratando de responder a lo que primero como corazonada, luego como creciente certeza, íbamos comprendiendo que era la llamada de nuestra vida por parte del Señor. Años de estudios, de formaciones varias para ir haciendo acopio de cuanta sabiduría, fortaleza, audacia y parresía nos harían falta para ejercer ese ministerio al que nos sentíamos llamados.

Así fueron pasando delante de nuestra mirada, o a la vera de nuestro lado tantas personas: familiares, sacerdotes de nuestras parroquias y comunidades, amigos, compañeros del seminario, profesores, formadores, religiosas, obispos… ¡Cuántas historias pequeñas y cotidianas hay detrás de cada nombre que luego habrán tenido un desigual desenlace en la vida real que cada cual haya ido desarrollando!

Lo hemos dicho en la oración colecta: “…concede por intercesión del Espíritu Santo a quienes él eligió para ministros y dispensadores de sus misterios la gracia de ser fieles en el cumplimiento del ministerio recibido”. Somos los servidores y repartidores del misterio de la gracia, somos los portavoces de una Palabra que no nace en nuestros labios aunque sean ellos quienes la proclaman, somos portadores de una Gracia que no la han amasado nuestras manos aunque sean ellas quienes la reparten. A esto nos dedicamos por vocación, a esto hemos sido llamados, para esto hemos sido enviados. Y para esto pedimos con la Iglesia en un día como hoy, el don de ser fieles en el cumplimiento del ministerio recibido.

Adrienne von Speyr, psiquiatra y mística suiza que hizo un camino de conversión al Señor y de pertenencia a la Iglesia de la mano de Hans Urs von Balthasar, tiene una obrita en la que compara la vida a un viaje en tren. Asomados al ventanal de nuestra edad vemos que pasan los años como pasan los paisajes con todos sus climas. El viaje es el mismo, es único quien va recorriendo etapas, son tantos los compañeros de viaje que nos acompañan buena parte del trayecto, y son distintas las circunstancias que aparecen durante el tiempo en nuestro ventanal. Es una metáfora hermosa de lo que la vida es en sí misma. Y vale como examen de conciencia, como motivo de agradecimiento y como acicate de renovación.

No podemos ser nostálgicos de paisajes pasados, ni temerosos en los paisajes en porvenir. No podemos ser rehenes de los túneles que atravesamos, ni pretender parar el tren por la seducción del oasis que tenemos enfrente en un momento dado. No podemos descarrilar ni tampoco equivocar la dirección justa que nos lleva a la estación de llegada que coincide con nuestro destino providencial.

La vida es un viaje con todos sus paisajes y en medio de todos sus climas, sí. Pero inevitablemente tiene fechas el almanaque de nuestras calendas vitales. Si nos remontamos a esos años que abrieron vuestra andadura sacerdotal: 1968 y 1993, ¡cuántas cosas han sucedido, cuántas se han gozado sin duda, cuántas se han llorado quizás! Los sueños más cumplidos sin que acaso hayan faltado algunas pesadillas. Compañeros que no llegaron a la ordenación, o que con vosotros se acercaron al altar y que por mil circunstancias luego lo dejaron. Otros que fallecieron mientras hacían este mismo camino nuestro. Otros que se cansaron y se rindieron de tantas formas. Otros, vosotros queridos hermanos que, en medio de la andadura variopinta, estáis aquí dando gracias y concelebrando.

Quedan atrás, muy atrás tantas cosas, tantos nombres, tantos momentos bajo la sombra de las nubes o bajo los soles luminosos. Situaciones en los que os supisteis fuertes y acompañados, y otras en los que la confusión, el desgaste o la soledad os dejaron tocados. Pero como escuchasteis el día de vuestra ordenación, Dios es fiel, sí ese Dios que os ha llamado. No ha retirado su llamada que sigue siendo la misma, aunque por el implacable paso del tiempo vosotros hayáis cambiado. Con verdadero amor de hermano, Cristo os ha elegido, como diremos luego en el prefacio.

Nos unimos a vuestro gozo con la más alegre leticia, con respeto también hacemos nuestros vuestros perdones ofrecidos y recibidos, y sobre todo con vosotros queremos dar gracias por lo mucho y por lo más, y pedir gracia para que se siga celebrando esta historia inacabada, que el Señor, Buen Pastor, sigue escribiendo cada día en la hora de su entraña con la tinta de vuestra libertad fiel y entregada.

Tenemos presentes a vuestros seres queridos que antes mencionábamos: a padres, hermanos, amigos, profesores y formadores, sacerdotes y cuantos fueron decisivos en vuestro camino. También tanta gente a la que en nombre de Dios y de la Iglesia habéis servido: cuántos niños, jóvenes, adultos, ancianos han escuchado vuestros consejos, los habéis sostenido en sus zozobras, habéis enjugado sus lágrimas, habéis compartido también sus alegrías, habéis santificado con los sacramentos de los que sois ministros y dispensadores. No pocas de sus búsquedas, de sus preguntas habrán encontrado en vuestra paternidad espiritual una luz, un aliento y una fraterna compañía. Que hoy sea todo ello un homenaje al Señor y a vosotros, por vuestro sí, por el itinerario de vuestro rastro que se hace canto de gratitud en un rostro confiado.

Seguro que subisteis a Covadonga para ofrecer vuestras primicias sacerdotales a nuestra Santina. Lo hicimos hace unos días con el jubileo de los sacerdotes en este año especial del centenario de la Coronación de la Virgen. A Ella nos encomendamos y en su regazo materno nos sentimos como San Juan, el apóstol, responsables de tenerla cerca en el Éfeso de nuestra vida, como hizo él acogiéndola en su casa. Que Dios os bendiga.

 

 

+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo
24 mayo de 2018

 

 

 

 

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