Felicitación navideña en la Curia arzobispal de Oviedo

Publicado el 23/12/2019
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En esta fecha fijada dentro de nuestra familia en el Arzobispado, interrumpimos tareas, cerramos ventanillas, y nos juntamos para desearnos también nosotros lo que en estos días por doquier se lleva y se viene, cumpliendo con humilde sinceridad una tradición que nos identifica en torno al acontecimiento de la Navidad. Sí, por todos sitios fluye la gana y el deseo del mensaje de estos días. A pesar de todo, y en medio de tanto, no nos queremos resignar al come-come de nuestros problemas cotidianos y una vez más, de nuevo, nos vamos disponiendo a la celebración consabida. Calles engalanadas, escaparates adornados, un ambiente de especial magia, con dulces típicos y donde el tiempo y las autoridades lo permiten, hasta un oportuno pregón, como el que brevemente compartimos nosotros con recuentos de cosas que durante un año han sucedido, con el pasar lista descubriendo con dolor la gente querida que nos falta, con la ensoñación de nuestros mejores sueños que confiamos al buen Dios que sostiene nuestra esperanza.

Se nos pone carita de tregua, y tratamos de enterrar nuestras cuitas con sus hachas de guerra y sus hechos torcidos. Al menos, declaramos un breve período en el que no nos lanzamos órdagos hirientes, y todo parece que conspira para celebrar juntos unos días de cristiana bondad. Algo así sucede en este tiempo, como siempre que llega nuestra calenda navideña a esta esquina del invierno. Nuevamente llama a nuestra puerta un tiempo especial, único y cada vez irrepetible, aunque parezca que nos lo sabemos ya. La Navidad tiene toda esta virtud, de sacar de nosotros lo mejor de nosotros mismos, por más que pueda estar escondido o descuidado en al arcón de nuestros entresijos. Tiene ese encanto de volver a entonar el canto de una noche de paz porque es la Noche más buena, por ser la noche que se quiso reservar Dios.

Si pudiéramos contarnos un secreto, me gustaría poder pregonar esta fiesta tan nuestra, este regalo de cielo que nos permite mirar la tierra desde unos ojos diferentes. Siempre un pregón implica una novedad, una noticia que es preciso y hasta urgente comunicar para sobre aviso de los usuarios al uso. Porque un pregón que viniera a repetir una noticia gastada y vieja, dejaría de interesarnos y levantaríamos acta de cómo no sirve para nada. Y, sin embargo, cada año nos ponemos en este afán de comunicar una noticia que sabe a novedad a pesar de ser una noticia sabida. Que Dios, cuando nos dirige su palabra, aunque sea la misma de siempre, Él no se repite jamás.

El viejo sabio de Israel lo acertó a cantar con un texto bellísimo de la mejor literatura sapiencial hebrea: “Cuando un silencio todo lo envolvía, y la noche estaba a la mitad de su carrera tu Palabra omnipotente, Señor, se abalanzó a una tierra condenada al exterminio” (Sab 18,14-15). Siempre nos volverá a conmover que en un silencio que nos envuelve, haya una palabra que rompa su mutismo, y que en una tierra rota y enfrentada esa palabra encienda una luz capaz de alumbrar, reconciliada, todos los caminos.

Así es la Navidad, siempre igual y siempre en trance de reestreno. Por eso, además de engalanar nuestras calles y poner guirnaldas de color en nuestro entrecejo, sabemos que hay un porqué, que hay un por quién en estas fiestas que nos llenan de alegría y esperanza. Un porqué y un por quién que tiene nombre, que logran encender de nuevo la humilde luz de Dios que nos alumbra sin deslumbrar, que nos abraza sin posesión, que nos acompaña con paciencia y discreción.

Porque la luz que el Señor encendió necesita de candeleros de hoy en donde brille y luzca, y la gracia que nos regala precisa de manos de ahora que la muestren y repartan. Es la Navidad continua, la que no tiene guirnaldas, la que nunca caduca, pero que llena de paz y bien cada carencia y entraña.

En aquel Portalín de piedra, iban y venían tantas gentes. Fueron los primeros en acudir a aquel primer Belén viviente los pastores avisados por los ángeles. Eran sencillos, estaban descartados en los círculos biempensantes, en los engolados gestores de templos y sinagogas, en los empoderados ricachones de sus beneficios no sudados con el sudor de su frente. Pero fue a ellos a quienes se invitó primero. Me temo que no es el caso nuestro, y tal vez, acaso, nos podamos mirar mejor en aquellos Magos de Oriente. Vinieron cada uno de un extremo de su curiosidad. Pero se dejaron interpelar por un signo: el que Dios mismo les dio. ¡Ay, si fuésemos unos y otros enseñantes! Sí, los que enseñan los signos, los que facilitan la sorpresa, los que ayudan a que no vivamos distraídos.

El deseo de nuestro corazón es un deseo tantas veces ignorante, que necesita que alguien enseñe cómo hay signos en la vida cotidiana con los que Dios nos señala el verdadero camino de belleza, de bondad y verdad que más nos corresponde. Porque como en estos días he vuelto a recordar leyendo a la profesora Mariella Carlotti, etimológicamente la palabra deseo significa abrirse al infinito, mientras que lo contrario es precisamente cerrarse en el desastre. Entre el deseo y el desastre, se decide la paz de mi alma y la felicidad de mi destino. Los Magos se dejaron llevar por el deseo del signo que Dios les mostraba. ¿Cuáles son los signos con los que Dios nos conduce y conlleva? ¿O somos ciegos y cansinos para quedarnos tristes, escépticos y aburridos cuando miramos la realidad de esta sociedad, de esta Iglesia, de esta Diócesis? ¡Ay, si fuésemos enseñantes de los signos con los que Dios mismo nos acompaña!

Por último, los Magos no fueron privadamente. Se encontraron en el camino no simplemente por encontrarse, sino como una compañía que les condujese hasta el destino para el que sus ojos nacieron, por el que sus corazones vibraban, en la meta de todas sus andanzas. Hay que saber acertar en la compañía que elegimos, no vaya a ser que sólo nos acompañen en nuestras canseras, sumando desánimo al nuestro propio, mientras vamos juntos a ninguna parte. Pero hay amigos, hay compañías, que nos permiten llegar hasta ese bendito lugar en donde nos esperan, donde se cumple el deseo que nos anida, donde se colma y se calma nuestra verdadera esperanza. Para ellos fue el encuentro con Jesús, que su joven madre sostenía y amamantaba, junto a quien hacia las veces de discreto padre.

¡Cuánto podemos aprender de aquel Portal de Belén y cómo es bueno saber llegar, como hicieron aquellos Magos que se dejaron llevar! Porque obstáculos, zancadillas, pretextos y mil dificultades, los tenemos siempre en ese Herodes que con falsa amabilidad nos confunde y seduce para mercadear con nuestros deseos vendiéndonos su desastre. El Herodes lo tenemos dentro, y lo tenemos fuera también cuando merodea, en todo cuanto por dentro y por fuera nos porfía con sus engaños y maneras.

Queridos amigos y hermanos, como hiciera el mismo San Francisco de Asís con aquel primer belén viviente, deseo que la Navidad sea abrazo de Dios a nuestra vida, iluminación de nuestras oscuridades y salvación de nuestros callejones sin salida. El pregón de Navidad es al mismo tiempo un pregón de novedad. Que esta santa Navidad cristiana nos llegue como el anuncio nuevo de la Buena Noticia que por venir de Dios nunca se gasta. Dios sea con nosotros en su Madre bendita. Feliz Navidad hermanos.

+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo
23 diciembre de 2019

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