Querido Señor Obispo de Santander, directores y profesores de nuestros centros docentes: Instituto Superior de Estudio Teológicos, Instituto Superior de Ciencias Religiosas San Melchor de Quirós, Instituto de Teología y Pastoral San Juan Pablo II; rectores y formadores del Seminario Metropolitano de Oviedo, Seminario diocesano misionero Redemptoris Mater, Seminario Monte Corbán de Santander, Seminario de la Unión Lumen Dei; miembros de la vida consagrada, seminaristas, alumnos laicos, personal no docente, amigos todos en el Señor. Pido que Él llene de paz vuestros corazones y guíe vuestros pasos por los caminos del bien en este comienzo del curso académico.
Saludamos a nuestros hermanos de Santander en esta novedad de colaboración entre nuestras dos diócesis para acompañar a los seminaristas que el Señor nos envía (y este año estamos conmovidos por la generosidad con la que nos ha bendecido con las nuevas vocaciones en todos nuestros seminarios). Ya que nos confía su formación le pedimos a Dios que nos dé su gracia y sabiduría para acertar en el acompañamiento que ellos necesitan.
Todo comienzo implica una aventura ante la misteriosa agenda con la que Dios escribe nuestra historia personal y comunitaria. Tenemos calendarios en los que figuran los eventos propios de una comunidad académica como la nuestra: clases, horarios, profesores, períodos de exámenes y de vacación, carga lectiva, programas, bibliografías, biblioteca. Así cada año, nos asomamos a estos nueve meses como quien se atreve a aguardar el parto de una sabiduría en la que Dios tiene la Palabra con la que nos quiere sostener e iluminar en este momento de nuestra particular biografía.
Pero también habrá momentos bien diversos en los que experimentaremos la sorpresa ante un Dios que nunca nos aburre. Deberemos estar preparados para vivir lo previsto y lo imprevisible, porque en medio de todos esos pucheros andará Dios, como nos recordaba Santa Teresa. Y con esta celebración lo que hacemos es anticiparnos a que las cosas sucedan para ofrecerlas al Señor, queriendo vivirlas con Él, para Él y sin hacerlo contra nadie. Que el Señor nos acompañe en este nuevo curso.
Ayer concluíamos la peregrinación diocesana que hemos realizado por tierras francesas. París, Lisieux, Paray-le-Monial, Ars, Toulouse han sido algunos de los lugares donde nos hemos asomado a historias que tienen rostro y nos dejan un mensaje perenne con el testimonio de los santos. Así lo decía ya el primer catecismo de la Iglesia, la Didaché (s.II): “cada día te acercarás al rostro de los santos para encontrar consuelo en sus palabras”. En este sentido, en Toulouse pudimos visitar con emoción grande y afecto agradecido, la tumba de Santo Tomás de Aquino. En un rato de oración silenciosa pedí al Señor por la intercesión de este santo teólogo dominico, el gran maestro medieval junto al franciscano San Buenaventura, que nos ayudase en este curso que hoy iniciamos.
El papa Benedicto XVI dedicó algunas catequesis a estos maestros medievales que han dejado una huella indeleble en la historia de la teología. Del santo dominico decía que “para santo Tomás el encuentro con la filosofía precristiana de Aristóteles (que murió hacia el año 322 a.C.) abría una perspectiva nueva. La filosofía aristotélica era, obviamente, una filosofía elaborada sin conocimiento del Antiguo y del Nuevo Testamento, una explicación del mundo sin revelación, por la sola razón. Y esta racionalidad consiguiente era convincente. Así la antigua forma de «nuestra filosofía» de los Padres ya no funcionaba. Era preciso volver a pensar la relación entre filosofía y teología, entre fe y razón. Existía una «filosofía» completa y convincente en sí misma, una racionalidad que precedía a la fe, y luego la «teología», un pensar con la fe y en la fe. La cuestión urgente era esta: ¿son compatibles el mundo de la racionalidad, la filosofía pensada sin Cristo, y el mundo de la fe? ¿O se excluyen? No faltaban elementos que afirmaban la incompatibilidad entre los dos mundos, pero santo Tomás estaba firmemente convencido de su compatibilidad; más aún, de que la filosofía elaborada sin conocimiento de Cristo casi esperaba la luz de Jesús para ser completa. Esta fue la gran «sorpresa» de santo Tomás, que determinó su camino de pensador. Mostrar esta independencia entre filosofía y teología, y al mismo tiempo su relación recíproca, fue la misión histórica del gran maestro…”.
Esta es una hermosa síntesis de lo que nos ocupa en estos años de formación teológica en nuestros centros de estudios: la relación entre la razón que nos abre a la búsqueda de la verdad, y la fe que nos permite reconocer en la revelación su respuesta. Esa síntesis la realizó admirablemente Santo Tomás de Aquino.
Pero plantear bien una formación filosófica y teológica no es simplemente adquirir conocimientos que nos hacen eruditos en las ciencias humanísticas y religiosas, sino una verdadera capacitación para la vida en todos sus factores. Los filósofos serios con sus preguntas y los grandes teólogos que se supieron arrodillar ante el misterio divino, no fueron jamás abstractos en sus pensamientos ni frívolos en sus comportamientos, sino coherentes en la aplicación de lo que iban aprendiendo de la vida como reto y de Dios como respuesta que lo abrazaba. Esto también se verifica en la doctrina de Santo Tomás de Aquino, y será también un apunte precioso que subraya Benedicto XVI al aplicar las consecuencias de la doctrina tomista a la vida real:
“en la perspectiva moral cristiana, hay un lugar para la razón, la cual es capaz de discernir la ley moral natural. La razón puede reconocerla considerando lo que se debe hacer y lo que se debe evitar para conseguir esa felicidad que busca cada uno, y que impone también una responsabilidad hacia los demás, y por tanto, la búsqueda del bien común. En otras palabras, las virtudes del hombre, teologales y morales, están arraigadas en la naturaleza humana. La Gracia divina acompaña, sostiene e impulsa el compromiso ético, pero de por sí, según santo Tomás, todos los hombres, creyentes y no creyentes, están llamados a reconocer las exigencias de la naturaleza humana expresadas en la ley natural y a inspirase en ella en la formulación de las leyes positivas, es decir, las promulgadas por las autoridades civiles y políticas para regular la convivencia humana. Cuando se niega la ley natural y la responsabilidad que implica, se abre dramáticamente el camino al relativismo ético en el plano individual y al totalitarismo del Estado en el plano político”.
Así es cuando nos asomamos con provecho a la enseñanza de los que son verdaderamente maestros en humanidad y en fe. Un pensamiento sólido que nos ayuda a fundamentar la vida misma en todos sus escenarios humanos, pastorales, vocacionales. En este inicio de curso, celebramos la misa votiva del Espíritu Santo para que nos ayude con sus dones a vivir el momento de nuestra vida como alumnos, profesores, como laicos o religiosas que se quieren preparar mejor o seminaristas que hacen su recorrido hacia el sacerdocio. Esos dones que deseamos saber pedir y acoger, pidiendo a María que nos ayude en la espera como hizo con aquellos discípulos en la mañana de Pentecostés.
Seremos el día de mañana enviados como nos ha mostrado el Evangelio (Lc 8, 1-3), de ciudad en ciudad, de pueblo en pueblo, para proclamar y anunciar la Buena Noticia del reino de Dios sea cual sea nuestra encomienda y nuestra vocación. Y para este fin se acomunan tantos factores que de modo complementario nos ayudan a una formación integral en la llamada que cada uno ha recibido. Los centros de formación tienen su cometido específico, pero formar un laico, una religiosa o un seminarista implica toda una serie de aspectos que complementan el aspecto estrictamente académico: ayudará la vida espiritual en todos sus matices, la vida comunitaria sea cual sea nuestra referencia, la integración en la Iglesia diocesana desde los propios carismas, la vida humana con todos los registros de nuestra personalidad. Esta es la oferta que de modo singular representa una ayuda diversificada para crecer en la respuesta debida a la vocación que cada uno de nosotros hemos recibido en la Iglesia.
Ponemos nuestro curso académico bajo la protección de la Virgen Santa y que María nos haga fieles discípulos del Señor y su Palabra, de la Iglesia que nos sostiene y acompaña.
+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo
20 septiembre de 2024