Tiempo de volver a la normalidad

Publicado el 24/10/2021
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Como las hojas del otoño, los días pasan imparables acercándonos su relato, con las mil cosas que llenan de luz o penumbra los pasos cotidianos de nuestra vida. Así, cada día nos asomamos al conteo de un termómetro fatal, para ver cómo va lo de la pandemia que nos lleva asolando tantos meses. Gracias a Dios, parece que el final del túnel se vislumbra, y entre todos hemos logrado al menos neutralizar los efectos más devastadores que ha tenido la Covid, cobrándose muchas vidas y restándonos libertad.

Llega ahora el momento de ir escenificando la normalidad en nuestras relaciones, en nuestras celebraciones, en nuestros modos habituales de vida y convivencia que dábamos por supuesto pero que no dejaban de ser un regalo cotidiano, como esa gracia que por descontado damos al abrir los ojos y ver, o llenar los pulmones y respirar. No por ser algo mecánico, deja de ser un regalo sencillamente vivir.

Ante los datos que tenemos y que nuestras autoridades sanitarias han ido señalando a partir del 10 de septiembre, me permito comunicar a los sacerdotes, diáconos y agentes de pastoral en todos nuestros terrenos de evangelización, lo siguiente a efectos de contar con unos criterios comunes para evitar agravios comparativos o una cierta confusión diversificada en este regreso a la deseada normalidad. Lo están haciendo otras instancias civiles, culturales, deportivas, recreativas. También la comunidad cristiana debe señalar esta saludable novedad y adecuar nuevamente nuestros tiempos y espacios.

En cuanto a los espacios cerrados (iglesias, aulas de catequesis, coros, despachos parroquiales, sacristías, etc.), hemos de usar la mascarilla protectora. Se aconseja el gel hidrohigiénico. Observar el aforo permitido según el volumen del espacio. Así, poco a poco, recuperar el ritmo litúrgico y catequético de nuestras parroquias, retomar el calendario de encuentros, retiros, y actividades en los arciprestazgos y vicarías.

En los espacios abiertos, seguiremos las indicaciones de la normalización como en eventos deportivos y concentraciones similares. Se recuperan las procesiones y romerías según el formato habitual. En los cementerios (máxime en estos días que se acercan de la Conmemoración de los Fieles Difuntos) pueden celebrarse los responsos con normalidad, mientras la Santa Misa sólo cuando se garantice la dignidad de la celebración y la participación adecuada por parte de los fieles. En algunos casos será preferible reservar los responsos para los cementerios y las Eucaristías en los templos.

Misas retransmitidas por redes sociales telemáticas. Han sido una ayuda durante el tiempo álgido de la pandemia, pero ahora es preciso recuperar la presencialidad litúrgica en nuestras iglesias, invitando a todos los fieles a regresar a nuestros templos. Solamente para los enfermos o ancianos impedidos, puede seguir ofreciéndose este servicio telemático, por estar exentos de la presencialidad debido a su situación. Los demás fieles están obligados a santificar el día del Señor participando en las celebraciones de la Santa Misa de modo presencial.

La comunidad cristiana cuenta con estos tres “termómetros” para medir la salud de nuestra vida: la liturgia, la catequesis y la caridad. Son tres ámbitos que se han visto severamente afectados por las medidas sanitarias y gubernamentales durante la pandemia. Llega el momento de retomar la vida y devolverle la normalidad de nuestra andadura cristiana y eclesial, pues ni la oración en su expresión litúrgica, ni la formación con sus dinámicas catequéticas, ni el testimonio de la caridad en todos sus rostros, pueden continuar confinados haciéndonos rehenes del miedo. Apliquemos con prudencia las indicaciones que se nos van brindando para seguir colaborando responsablemente en la neutralización de la Covid, pero no paguemos el alto precio de vaciar estos tres elementos que constituyen nuestra identidad cristiana: liturgia, catequesis y caridad.

+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo

 

 

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