Suenan tristes las campanas, pero la esperanza las voltea

Publicado el 19/06/2022
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En la esquela de los amigos y familiares, no hay indiferencia anónima, sino conciencia de vernos desgarrados por alguien muy nuestro que desaparece de la vida cotidiana, tenga la edad que tenga. Así nos encontramos al despedir cristianamente a quien fuera nuestro arzobispo durante más de treinta años, D. Gabino Díaz Merchán.

Muchos preguntaban en estos días: cuántos años tiene. La cifra era solemne, pero no quita ni pone nada cuando es una persona querida el hecho de que sea muy anciana, y tanto te duele en el alma el momento fatal de la definitiva despedida. Él adiós pone distancia entre quienes has querido, y aunque tenga la brevedad de un hasta luego con plazos de vida eterna, sientes el látigo de su dolor cuando los despides.

Mi primer encuentro con Don Gabino fue un 10 de diciembre de 2009. Yo venía de Huesca y Jaca, concluyendo mis primeros seis años de obispo. Quedaba un mes y medio para que yo tomara posesión de la sede que él pastoreó en tres décadas. Tras hacerse público mi nombramiento como nuevo arzobispo de Oviedo, aquí me vine una mañana de otoño tardío para beber en las fuentes. Don Gabino me recibió en su casa con un abrazo de hermano entrañable que no olvidaré. Hablamos un rato largo, sin ponernos solemnes y sin perder el tiempo, pero descubrí en un solo golpe que estaba delante de un gran hombre, un cristiano cabal y un obispo de quien aprender tantas cosas. Era ese hermano mayor que yo nunca tuve. San Francisco recuerda en su testamento: el Señor me dio hermanos. Eso fue D. Gabino para mí.

En tantos momentos, formales e informales, a bote pronto o con cita previa, sin más fin que el gozo de vernos para hablar del cielo y de la tierra, tratábamos con mesura y prudencia algún tema para escuchar su punto de vista con mi modo de ver las cosas. Siempre lo encontré disponible cuando lo he necesitado, como él a mí también en fraternidad gozosa. Me ayudó con su consejo y su oración, como tantas veces repetía al acogerme con hermosa sonrisa los ratos que iba a verle tantas tardes.

Han sido muchos los que han querido en estos días dibujarnos la semblanza de D. Gabino. Es conmovedora la eclosión de afecto y reconocimiento hacia su persona, donde no han destacado en general las siglas o proveniencias ideológicas, sino el respetuoso agradecimiento ante alguien grande, cuya cercanía nos ha hecho a todos un poco más buenos y mejores. Yo le dije alguna vez precisamente eso: el cariño de tanta gente que le pintaban con sus mejores trazos. Y él, con sorna inteligente me decía: sin duda que hay gente que lo hace de corazón, pero otros queriéndome pintar, sólo dibujan su autorretrato. Toda una perla de sabiduría sensata y perspicaz que sabe distinguir la lisonja engañosa del sincero aplauso, cuando no proyectas sobre la persona admirada tus enojos y fracasos.

Todo un itinerario que se cruza con nuestra andanza, por motivos de familia, de ministerio o de amistad, con la reconocida bondad de quien en él Dios nos enseñó las verdaderas lecciones de lo que únicamente vale la pena. Es implacable esa cita dulce y terrible a la vez, cuando la voz del Señor pronuncia el nombre de ese ser querido para decirle eternamente: ¡ven! Y él acude sin demora, porque sabemos que Dios, que lleva la agenda de nuestra vida, nunca se adelanta con anticipo ladrón, así como jamás se retrasa por distracción perezosa. Así sonó la llamada y Don Gabino acudió sin tardanza. Pero la palabra última no le corresponde al duelo, aunque nos duela tanto ese adiós, sino a la certeza cristiana que deja siempre su rastro de esperanza. Lo sembrado en su entrecruce con nuestras vidas ahí queda siempre lozano, sin marchitarse jamás, como legado de ejemplos y palabras cristianas, hasta que volvamos a encontrarnos sin más separación en la casa que Cristo resucitado nos abrió de par en par. Las campanas suenan tristes hoy, pero la esperanza cristiana las voltea con la pascua. Descanse en paz Don Gabino.

+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo

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