El síndrome tras el descanso estival

Publicado el 12/09/2019
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Algunos lo llaman con una frase tremenda, “el síndrome post vacacional”, otros simplemente morriña de unos días felizmente descansados o galbana que nos hace perezosos para volver a empezar. El hecho es que estamos, más o menos, calentando motores para dar comienzo a un curso nuevo que imparable llama a nuestras puertas ya.

Sucede así con la escuela y todos los que andan en esas edades escolares como colegiales o universitarios. Sucede también con los parlamentos políticos, los partidos de la liga futbolera, y la vida pastoral de nuestras parroquias y comunidades cristianas.

En este trance, suele ser una pregunta habitual la que nos hacemos cuando nos vamos reencontrando de aquí para allá, para curiosear amablemente por dónde han ido nuestras andanzas. Entonces nos preguntarnos cómo nos ha ido, dónde hemos parado, y nos mostramos tal vez alguna foto digna de enseñar. Pero, hete aquí que en muchos casos –por no decir en todos- queda como un poso de melancolía por haberse terminado unos pocos días que tan a poco han sabido y tan deprisa han pasado… tan callando, como decía el poeta.

En esta guisa nos encontramos quien más o quien menos, asomados a esa ventana del paisaje cotidiano donde retomamos las cosas justo donde las dejamos. Y así, con las vacaciones completamente caducadas, se hace enojoso mirar todo eso que irremediablemente ahora debe volver a comenzar. Y es entonces cuando la melancolía nos puede sumir en una tristeza cansina que pone fatiga a este recomienzo.

Unos amigos míos han venido a nuestras alturas asturianas para pasar sus vacaciones. Ciertamente que pusieron tierra por medio desde su Castilla natal, pero no concibieron las vacaciones como un distanciamiento de la realidad sin más, sino como una ocasión para aprender a mirar esa realidad de un modo diferente. Fue hermoso verlos descansar de sus afanes de cada día, verlos gozar de la montaña y sus embrujos, o del mar que baña nuestras costas, verlos reír, charlar y rezar. Sí, estaban de vacaciones, pero no como un simple alejamiento de una realidad de la que escapaban como quien huye todo cuanto puede de algo o de alguien, sino como un deseo de ayudarse mutuamente a fin de afinar sus miradas para descubrirse ellos, para descubrir todo lo que compone su vida, de una manera nueva, gozosa, que acierta a estrenar sin melancólicas tristezas esa cotidiana realidad.

Lógicamente, el paisaje ya les ha cambiado de nuevo, cuando tras estos días en la dulce y verde Asturias han tenido que volver con sus hijos a sus casas y ciudades, a sus trabajos y colegios. Si sus vacaciones hubieran consistido en un simple paréntesis fugaz, ahora estarían con una especie de muermo sombrío ante ese trance de recomenzar. Por eso es hermoso que se hayan planteado unas vacaciones para aprender a mirar las cosas desde el corazón, desde la libertad, mirándolas asomados a los ojos de Dios. Y esta es la fuente del verdadero descanso, porque ya sea el paisaje extraordinario de unos días de montaña y mar, o ya sea el paisaje cotidiano de la vida habitual, ellos miran con sabor a novedad, con un estupor lleno de gratitud por todo y por todos, lo que se nos da como regalo, como tarea, volviendo a dibujar un paisaje cada día para nuestra felicidad.

Es así que se sacuden inercias que nos dejan tocados durante un tiempo, como si fuera una anestesia torpe que nos tiene absortos, nos hace lentos y nos quita la lozana pasión de ver y vivir todos los momentos en los que la vida nos quiere volver a sorprender de parte de ese Dios que a diario entre nuestras cosas se pasea.

 

+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo
12 septiembre de 2019

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